《SIN SECRETOS- CYNTHIA RYTLEDGE》Capítulo 11

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La hamaca del porche crujió cuando Trish se inclinó a darse la última mano de esmalte a las uñas de los pies.

En vez de salir con sus compañeros de trabajo, había pasado la velada con su hijo, haciendo pizza y jugando al Monopoly. Aunque experimentó un momento de incertidumbre al cancelar el plan, la alegría de Tommy cuando se enteró de que ella se quedaba es casa con él hizo que sus dudas se esfumasen enseguida.

El niño se divirtió tanto ganándole que, cuando llegó la hora de irse a la cama, le rogó que lo dejase un rato más, aunque apenas podía mantener los ojos abiertos. Y se durmió casi antes de que su cabeza tocase la almohada.

Trish comenzaba a creer que sus sueños se podrían convertir en realidad después de tantos años pensando que su vida había acabado casi antes de empezar. Quizá algún día los tres serían una familia, pero antes de que ello sucediese, Jack y Tommy tendrían que enterarse de la verdad. Pero ¿cuándo se lo podría decir?

¿Y si ambos se sentían engañados y no la perdonabas? Ya no podía hacer nada al respecto. Cuando llegase el momento, lo único que podía hacer era ser honesta y esperar que comprendiesen.

De momento, se concentraría en disfrutar todo lo que tenía. Se columpió lentamente, escuchando las cigarras y los grillos de la noche estival.

—¿Tienes patatas para acompañar la gaseosa?

—¡Jack! —dijo Trish, sobresaltada. Su aspecto, trajeado y con corbata, indicaba que él venía directo de la cena de la Cámara de Comercio—. ¿Qué haces aquí?

—Alguien me dijo que aquí daban refrescos y patatas —dijo él con su sonrisa cautivadora.

—Pensé que con el pollo de plástico no tendrías más hambre —bromeó Trish, que hubiese dada cualquier cosa por haberlo comido.

—Pues, al final nos pusieron una carne fantástica —dijo Jack, mirándola a los ojos—. Aunque no tuvo ninguna gracia tener que comérmela solo.

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—Pero si no comiste solo —dijo Trish—. Al menos, habría unas cincuenta personas en esa cena.

—Pero tú no estabas allí —dijo él y su mirada volvió a encontrarse con la de

ella.

Trish contuvo con un esfuerzo una sonrisa bobalicona mientras un calorcillo se

extendía por todo su cuerpo. Pero estaba sonriendo cuando fue a buscarle a Jack una gaseosa y una bolsa de patatas.

Se sentó en la hamaca y Jack lo hizo a su lado. Mientras charlaban tranquilamente, una extraña sensación de haber vivido aquel momento antes asaltó a Trish. Volvía a ser la amiga secreta, la que nadie sabía que él tenía... No, lo que había sucedido entonces no tenía nada que ver con su relación presente. Nada.

Jack le rodeó los hombros con el brazo y Trish se estrechó contra él, aspirando su colonia.

—¿Qué tal Kansas City? —preguntó Jack y le rozó el pelo con los labios, haciendo que un estremecimiento le recorriese a Trish la columna, dejándola sin habla.

—No fui —dijo Trish finalmente, cuando se dio cuenta de lo que él se refería—. Estaba cansada —explicó—. Decidí que era mejor quedarme en casa con mi chico favorito.

Jack la miró sin comprender y una expresión de celos cruzó su rostro. Trish sintió la tentación de seguir haciéndolo sufrir, pero al final le dio pena hacerlo.

—¿No te he dicho que mi chico favorito va a cuarto curso de primaria? Mide alrededor de metro y medio y tiene el cabello oscuro...

—¡Ahora entiendo! —dijo Jack, lanzando una estruendosa carcajada teñida de alivio.

—Háblame más de la cena —dijo Trish—. ¿Lo has pasado bien?

—La cena no estuvo mal —dijo Jack—. Pero lo verdaderamente fantástico era el maestro de ceremonias.

Jack se puso serio y le acarició la mano con ternura.

—Fuera de broma —dijo él, con la mirada fija en los labios femeninos—, te eché de menos.

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Entonces, ¿por qué no la había invitado a que lo acompañase?

—Hace un momento, recordé cuando te esperaba con la gaseosa y las patatas — dijo ella con un profundo suspiro—. Por aquel entonces pensaba que te conocía más que a mí misma.

—Pues desde luego que sabías más que yo —dijo él con una risilla—. En aquella época yo no sabía ni quién era ni lo que quería.

—¿Y ahora? —preguntó Trish inquieta.

—Ahora sé exactamente lo que quiero —dijo él con un susurro ahogado.

Trish sintió que la emoción le atenazaba la garganta cuando él le selló los labios con los suyos. Le rodeó a Jack el cuello con sus brazos y le devolvió el beso. La quería a ella. Se había equivocado al dudar de su amor. Abrió la boca y el beso se hizo más profundo.

—Vayamos dentro —le dijo él tan bajo que Trish creyó imaginarse sus palabras mientras la besaba en el cuello.

Un repentino deseo la recorrió. Lo único que deseaba en aquel momento era tomar a Jack de la mano y subir con él las escaleras hasta su dormitorio para hacer el amor con él toda la noche.

—Oh, Trish, podría ser maravilloso —dijo él, mordisqueándole el lóbulo.

Eran dos adultos. ¿Qué había de malo en demostrarle lo mucho que lo quería? Pero su mente era un remolino de confusas emociones y pensamientos. Era difícil pensar con él tan cerca, con su calor, su perfume, la dulzura de sus besos. Se humedeció los labios con la lengua.

—Déjame quererte —insistió él, tomándole las manos.

Trish se lo quedó mirando. Sus palabras casi eran las que deseaba que dijese, pero, ¿eran exactamente las que ella quería?

—¿Te pasa algo? —preguntó él.

—No, no me pasa nada —mintió Trish.

¿Cómo explicarle que no era lo que él había dicho sino lo que no había dicho, lo que nunca le había dicho?

—Lo que pasa es que ha sido una semana muy larga y estoy cansada. Será mejor que me vaya a dormir.

—¿Te quieres ir a la cama? ¿Sola?

En cualquier otro momento, la expresión confundida del rostro masculino le habría causado gracia, pero al mirarlo, sintió una opresión en el pecho. Ojalá su respuesta pudiese ser diferente, pero la única vez que había dejado que su corazón la guiase, él se lo había roto.

Pero había crecido y era más sensata. No podía volver a cometer el mismo error.

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