《Golden Valley [Español] [Terror/Misterio]》01-Viajando en el Subte de la linea A

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—Próxima estación: Cementerio Santa María.

Un hombre de unos 25-30 años alzó la mirada desde su asiento y vio con impaciencia como un cartel se iluminaba en la puerta del subte indicando cuál era la siguiente estación.

El hombre estaba vestido con un traje negro y una corbata roja. El pelo del hombre era rubio y sus ojos celestes. El hombre tenía algo de barba desprolija en el rostro, por lo cual no parecía prestarle mucha atención a su apariencia últimamente. El hombre sostenía con precaución un ramo de flores rojas; con algo de temor a que la multitud en el subte aplaste y arruine las flores del ramo.

*...¡¡Te estoy llamando, Abel!!...¡¡No me ignores, Abel!!...* La voz alegre y entre risas de una mujer se escuchó desde uno de los bolsillos del traje del hombre.

Con cuidado de no dejar caer el ramo de flores al piso del subte, el hombre buscó en el bolsillo de su traje. Acto seguido, el hombre saco un teléfono negro, algo viejo y muy gastado. La pantalla del teléfono tenía varias rayaduras y parecía estar rota; no obstante, la pantalla aún funcionaba y podía verse escrito: 'Llamada entrante: Carlos'

El hombre deslizó su dedo por la pantalla y atendió la llamada:

—¿Pasó algo, papá?

—No, solo quería preguntarte como estabas—Respondió Carlos con tono preocupado—Esta mañana te fuiste de casa sin avisarnos, estamos preocupados, deberías volver a casa, Abel.

—Estoy en el medio del subte, no puedo escucharte bien...—Comentó Abel acercándose el teléfono a la oreja tratando de escuchar mejor; pero en el medio del subte, los ruidos de murmullos y de gente hablando no paraban de molestarlo.

—¡Que deberías volver a casa, estás preocupando a tu madre!—Gritó Carlos con preocupación.

—De verdad no puedo escucharte, papá...—Comentó Abel con molestia por no lograr entender qué decía su padre—¡En este momento estoy yendo al cementerio, cuando termine de visitar a Ana te llamo!

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—¡Vuelve a casa ahora mismo, hijo!—Gritó Carlos con enojo.

Pero Abel pareció no entender que decía su padre y en su lugar respondió:

—¡Yo también te quiero, papá, hablamos luego!

Acto seguido, Abel volvió a deslizar su dedo por la pantalla del celular, pero antes de que el hombre pudiera terminar la llamada, la pantalla del celular se volvió negra de golpe.

—Que raro...—Murmuro Abel con preocupación—El celular parecía tener más carga, debe estar fallando la batería, espero no tener que comprar otro.

Abel con preocupación guardó su teléfono, pero antes de que el hombre pudiera sacar la mano de su bolsillo nuevamente, un chico de entre 8-10 años se acercó con el puño cerrado y se lo puso en su frente como invitando a que lo chocara.

El niño tenía el pelo negro bastante desprolijo, los ojos verdes y su rostro se encontraba algo machado con suciedad, como si volviera de jugar un partido de fútbol con los amigos.

El hombre algo aturdido sacó la mano del bolsillo y chocó el puño con el niño, mientras preguntaba con algo de inquietud:

—¿Estás perdido, muchacho?

—No...—Comentó el niño con una sonrisa al ver que no era ignorado—solo quería preguntarle si tendría unas monedas para que pueda comprarme algo de comida.

Abel vio la ropa del niño y notó que los zapatos del chico tenían varios agujeros y sus pantalones estaban algo sucios. Al notar esos detalles, una cara de disgusto se formó en el rostro de Abel y con algo de pena respondió:

—Déjame buscar.

Abel buscó por unos segundos en sus bolsillos, sacó un billete de color verde y se lo entrego al niño mientras decía con pena:

—Espero que te ayude para comer hoy, pero de todas formas deberías estar en el colegio a estas horas, muchacho…

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—¡Gracias!—El niño tomó el billete y se acercó a la persona sentada al lado de Abel para pedir limosna.

Abel miró desde su asiento la escena con impotencia por no poder hacer nada para ayudar al muchacho; lamentablemente la situación económica del país se estaba yendo al carajo y cada vez se veía más gente pidiendo limosna o vendiendo cosas por el subte.

—Estación: Cementerio Santa María.

Pero antes de que Abel pudiera reflexionar el asunto demasiado, ya había llegado a su destino. El hombre se levantó de su asiento y caminó hasta la puerta del subte, pidiendo permiso al resto de pasajeros que viajaban parados como si de un paquete de sardinas se tratase.

Abel logró salir del subte antes de que las puertas se cerraran, pero lamentablemente una buena cantidad de las hojas de las flores del ramo se perdieron en el camino. Abel miró su ramo de flores maltratado y con impotencia por no haber podido hacer nada para evitarlo, el hombre salió del subte rumbo al cementerio.

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