《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 42.2 - Desatando la furia

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Colaborar con Ariel era extraño. Aunque el Señor de la Calamidad podía despertar cierta simpatía según el humor con el que le pillaran, resultaba complicado olvidar acciones pasadas o lo que el futuro estaba por venir. Al fin y al cabo, ¿quién miraría con buenos ojos a quien intentó convertirlo en un generador para potenciar a su ejército?

—Aprendamos lo que podamos. No todos los días se trabaja con alguien como él y se vive para contarlo —les recordó Ead.

Al margen de su aspecto imponente, podría pasar por un elthean más. No obstante, era lo que se escondía tras aquella mirada cargada de fuego para percibir el caos que habitaba en su interior. Nadie estaba seguro al completo sobre cómo surgían los Calamidades, y aunque ellos habían logrado acceder a información de primera mano, aún quedaban muchas dudas. ¿Por qué siempre eran distintos? ¿Por qué aparecían? ¿Y cómo?

—¿En serio? —dijo Ariel, chasqueando la lengua—. De todas las cosas que podrías preguntarme, ¿te decides por eso?

—¿Preferirías que me interesara por tu grupo de música favorito? Porque estoy seguro de que habrá unos cuantos —dijo Finnian.

—Y podría hablar de ello durante horas —respondió Aer, rodando la mirada.

¿Sabían cómo surgían los huevos en las dorean? Igual que ellos ignoraban una peculiaridad así, Ariel no les desvelaría una información que iba con los de su clase, aunque quizás se debiera a que los detalles se le escapaban. O que cada Calamidad era único a su manera.

Dentro del tráiler vieron que contaba con menos esbirros de los que Finnian recordaba, lo que era extraño y a la vez no, pues Ariel no necesitara una escolta. Según su nuevo aliado, después de que Blanche le atacara sin contenerse, prefería no poner en riesgo la vida de ninguno de sus soldados.

—Hay elthean con mucho talento que no quiero perder. Tardaría demasiado en encontrar unos sustitutos aceptables —dijo Ariel.

—No sé si eso resulta enternecedor o tan frío como el hielo —murmuró Leith.

Y a pesar de que Kali le dio una buena descarga, su tecnología se encontraba casi intacta, aunque no estaban todas encendidas. Si bien su ordenador central podría ofrecerle información casi en tiempo real de lo que pasaba por el continente de Mithra, que hubiera tenido que reiniciar sus sistemas le estaba retrasando.

—¿Es normal que las eternas como Kali se comporten así? —dijo Ead.

—¿Es habitual que una Signo se ponga a destruir lo que tenga a su paso? —rebatió Ariel.

Según les explicó, las eternas como ellas no tenían un poder ilimitado y fueron creadas para ayudarles a cumplir su misión. Fue un intento de antiguos Calamidades para emular la relación de los Signos con sus compañeros, aunque no hubiera salido tan bien como sus intenciones. Al fin y al cabo, esta había logrado que una Signo compartiera sus ideas más macabras.

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—Transportarse requiere mucha energía. ¿Por qué creéis que me muevo así? —dijo Ariel, alzando los brazos para señalar a su trailer.

—¿Por el estilo? —sugirió Aer.

—Quizás es por vanidad ¿Quién querría ensuciar ese abrigo o melena tuya? —añadió Rune.

—Porque te gusta anunciarte —dijo Finnian— pero tiene sentido lo que dices.

Y explicaba por qué el Erosionador se estuvo moviendo tan rápido de un lugar a otro, incluso cuando Blanche viajó con ellos. Las ausencias de Kali, aunque convincentes, la permitía actuar sin supervisión para mantener aquella mentira. Encontrarlas no sería tan complicado, en especial porque el enfado que tendría ahora le quitaría cualquier idea sobre esconderse. Pillarla desprevenida era un asunto más bien distinto.

—No podemos tenderla una trampa —dijo Finnian.

—Lo vería venir. Espera un movimiento así —dijo Leith.

—Por eso debemos ir de frente —dijo Nero.

—Todos unidos, como si eso fuera a hacerlo más fácil —comentó Ariel—. ¿Qué pasará después de pelear? ¿Dejaréis que me encargue de ella o lo harás tú?

—No la haremos daño —dijo Finnian.

—Te ha traicionado, es una amenaza. Intentó acabar contigo desde que llegaste a Elthea —espetó Ariel.

—¿Cómo sabes eso? —exclamó Aer.

—Que Alta Espada fuera atacado dos veces en tan poco tiempo. Eso despertó mi interés y el de cualquiera con cerebro. Su compañero fue una vez por pura casualidad para crear caos y una segunda para librarse de alguien en concreto.

Por eso fue el motivo de su llegada. Quizás Blanche le aseguró que buscaba tenerle de su lado, que colaboraran para cambiar ese mundo. Pero que intentara acabar con él desde el mismo día en el que llegó a Elthea era peor. ¿Cómo había cambiado tanto su amiga sin que se hubiera dado cuenta? Sus compañeros le miraron, conscientes de lo que estaría pensando.

—Cuando llegue el momento lo veremos. Finnian no tendrá que tomar solo esa decisión —dijo Aer.

—Y le apoyaremos en lo que decida —dijo Ead.

—Enternecedor —sonrió Ariel— pero al final será su decisión, no la vuestra.

Y aunque no le entusiasmara, razón no le faltaba. Tenía que hacer frente a un problema que no podría resolver enfocándolo desde otro ángulo. De todos modos, su conversación cambió al centrarse en su labor: encontrar a Blanche, o al menos tener una localización lo más cercana posible. Los escáneres de Ariel poseían un rango mayor que cualquiera de sus hechizos, en parte porque utilizaba los territorios conquistados de manera estratégica. Puede que no presumiera de sus logros, ni tampoco les mostrara un mapa de las zonas de Mithra que controlaba, pero estaban recibiendo información de sus rincones, demostrando su eficacia.

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—Interesante —dijo Finnian, acercándose más a una de las pantallas—. ¿Estoy entendiéndolo bien?

—¿Qué es lo que ves? —dijo Ariel, cruzándose de brazos.

Una combinación de hechizos que trabajaban en armonía con esa tecnología. Los que empleaban para escanear funcionaban casi de manera individual, siempre enfocado a lo que no captaran ellos. Quizás un sonido de alguien que se acercaba, un olor de algo que se ocultaba. La magia, como la mayoría de las cosas en la vida, era más eficaz cuando se era muy concreto. Ellos solo lo habían lanzado haciendo combinaciones dobles, pero Ariel apenas se dejaba un detalle.

—He introducido información sobre ella y sus compañeros, su aspecto y olor, pero también su magia —asintió Ariel.

Aunque algo así no era infalible. Por mucha información que le proporcionara, cualquiera con los medios podría alterar lo que su red captaba, y eso era solo la punta del iceberg. Ariel no pudo averiguar con exactitud sus pasos porque habían aprendido a cubrir sus rasgos, pero incluso así, bastaba con apreciar las lagunas para encontrar un rastro que seguir, aunque les llevaría un tiempo. Sin embargo, antes de que pudieran regresar a la Orquídea Plateada, repararon en una nueva presencia. Varias en realidad, pues una manada de lobos que conocía muy bien corría hacia su posición.

—Esto no es bueno —dijo Nero antes de que llegaran—. Mis madres no están con el resto de la manada.

—Tiene el estilo de vuestra amiga —dijo Ariel.

Iban de mal a peor. Tras abandonar el trailer, Ariel lo ocultó mientras continuaba trabajando, pues no quería que nada ni nadie les retrasara más necesario. Eso permitió al grupo de lobo rodearles, dejando cierta distancia de seguridad. Un rápido vistazo bastó para averiguar no solo que su número había reducido, sino que su estado era peor que nunca. Su pelaje se mostraba sucio y sin el brillo de antes, mientras que alrededor de sus ojos no solo percibía lo que debía de ser el cansancio de la batalla, sino una señal nueva para ellos: una furia que iba haciendo mella en la superficie.

—¿Dónde están Braunah y Flicka? —dijo Nero, acercándose hacia ellos hasta que un gruñido le frenó.

—Muertas. La culpa es suya —dijo Sköll no solo señalando a Ariel, sino al propio Finnian— y tuya, Nero. Nos abandonaste.

—No, no lo hizo —intervino Rune, acercándose también.

—Ya hemos zanjado esto, ¿lo recordáis? —dijo Ead.

Aunque dudaba que se refirieran ahora al círculo de los lobos. Puede que no hubieran pasado demasiado tiempo separados, pero los acontecimientos se dieron como un suspiro. Rápidos y tan contundentes que luego no asimilaban qué había sucedido.

—Siguió su destino, igual que nosotras —añadió Leith, apoyando a su amigo.

—¿Y el nuestro era perder ante ese elthean al que tratáis como un igual? —gruñó Sköll— Primero fue él quien nos derrotó en Alder, y después ellas tras días de constante rastreo.

—Braunah nos apoyó al separarnos —dijo Finnian—. ¿Ahora nos culpáis a nosotros?

—Tú pudiste ayudarnos… ¡Y nos abandonaste! Estábamos siguiéndola cuando desaparecisteis y regresasteis.

—Y entonces os atacó —susurró Aer, aunque le oyeron sin problemas.

—Nos dijo que el mundo cambiaría y que solo uniéndonos a ella lograríamos nuestros propósitos. Pero tus madres se negaron. Después de días tras su pista, sabíamos que ocultaba algo. ¿Pensaba que eramos estúpidos?

Varios de ellos gruñeron, otros aullaron. Parte de la manada había caído, mientras que los restantes estaban allí con él. La doble traición de Blanche no solo le afectó a Finnian, sino también a los propios lobos con quienes habían viajado. ¿Tan desatada estaba que no tenía reparos en acabar con cualquiera que no le siguiera el rollo? ¿Estaba haciendo frente a la rabieta de una niña caprichosa?

—¡Buscábamos refugio y te encontramos con él! —rugió Sköll, siendo acompañado por el resto de los lobos—. Has renunciado a tu misión. ¡No te importamos nada! Pagarás por esto y por todos los demás que han caído.

—Sköll, recapacita. Blanche nos ha traicionado, por eso trabajamos juntos. Para frenarla y que no haga daño a nadie más —dijo Finnian.

—No insistas, enano —dijo Ariel, poniéndole una mano en el hombro—. No te harán caso, ya no.

Los lobos cambiaban. Sus ojos, antes amarillos, adquiriendo un tono rojo brillante y no solo el resto de su cuerpo también, sino hasta su entorno. El semicírculo que formaron los lobos hizo que, con toda esa furia y frustración contenida, una cúpula de oscuridad le rodeara por completo. La claridad del cielo desapareció, encerrándolos en una negrura que no parecía tener fin. Su visión se había cumplido, aunque una vez más, no como él imaginó.

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