《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 37.1 - Elefante del cielo

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Despedirse de la manada fue menos agridulce de lo esperado. Incluso Nero estaba sorprendido por cómo se desarrollaron los acontecimientos. Cada uno tenía cosas que hacer, tareas que no podían ignorar hasta que arrojaran luz a tantas sombras, y aquel día estaba cubierto de ambas. Además, ¡ya no tendrían que aguantar sus ronquidos cuando fueran a dormir!

El buen tiempo les acompañó mientras seguían su camino hacia el sur. Al contrario que en otras ocasiones, los territorios cercanos a la dorean estaban menos transitados, aunque no encontraron problemas de ningún tiempo al avanzar. Se esperaban cualquier cosa, pero si la dorean continuaba como siempre, suponían que tendrían el mismo esplendor que las otras, o uno similar.

El hecho de que su grupo volviera a ser el normal les permitió avanzar mejor que cuando iban con Blanche. Por mucho que le encantó conocer a otra Signo, esta se había convertido en un lastre desde que se reencontraron. Puede que su relación cambiara tras su conversación después del incidente del desierto, pero no era sencillo olvidarse de los últimos días.

—¡Solo ha estado con nosotros una semana! Y parece que fue toda una eternidad —exclamó Aer.

—Menos mal que no ha arrasado con nuestras provisiones —dijo Rune, negando con la cabeza.

—La llego a pillar comiéndose mis galletas y hubiera terminado con el culo chamuscado —dijo Leith.

—¿Nada más que tus galletas? —añadió Ead—. ¡Le dio a esa hada mi néctar lunar!

No se habían quejado antes, pero tantos choques también les afectaron a ellos. Sin embargo, ahora que estaban más lejos del Mar de Hierba y se acercaban a su destino, el atardecer amenazaba con alcanzarles mucho más rápido de lo que se esperaron. ¿Habría sido mejor opción acampar y seguir con más luz? En especial porque ninguno de los presentes había estado en la Orquídea Plateada antes como para saber con certeza si iban por el camino correcto.

—Estoy siguiendo las indicaciones de mi madre. Incluso ahora no deberíamos de tener problemas —dijo Nero.

Porque aunque su compañero no conocía la dorean, su madre sí. Según Braunah, tendrían que continuar por el camino principal hasta que este se convirtiera en un sendero de roca en lugar de tierra. Pero antes de que pudieran añadir algo más, los elthean captaron un cambio en el aire. El aroma de este se alejaba mucho del terreno árido y rocoso en el que se encontraban, siendo dulce y a la vez fresco. Hasta los sonidos de la naturaleza que les habían acompañado cambiaron, reinando una calma que no parecía normal.

—Estamos más cerca de lo que pensamos —dijo Ead.

Hasta el frionach percibía que no se trataba de una magia caótica la que se extendía por aquel territorio, sino una antigua y sagrada. Ni siquiera hicieron comentarios, pues estaban demasiado atentos a su alrededor, tratando de captar aquello que la falta de luz no les ofrecía. El lado positivo es que el terreno no era difícil para ser atravesado, tampoco tuvieron que escalar, por lo que casi siempre fue continuar en línea recta y hacia arriba, llegando a donde Braunah les había indicado. Así encontraron un gran marco de piedra que parecía formar parte del paisaje, aunque no fuera así.

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—Los límites de la Orquídea están aquí —murmuró Rune.

—¿Por qué nadie ha venido a recibirnos? —dijo Aer.

No es que esperaran una fiesta de bienvenida, pero al menos alguien que les hiciera ver que no caminaban en dirección contraria. Tenían fe en que su instinto no les estaba engañando, en especial porque la Orquídea Plateada no era tan sencilla de reconocer como el Galya. Al fin y al cabo, no había un gran árbol que se pudiera ver a kilómetros de distancia o desde el cielo.

Junto al marco de piedra encontraron un elthean algo más pequeño en tamaño que Nero, pero que se distinguía sin problemas. ¡Era un elefante! O se asemejaba mucho a los de su mundo. Apenas medirá un metro, y sobre su piel grisácea se veían unos símbolos blancos que estaban por su espalda. El elthean había mirado al marco, para después detenerse en seco al verles venir. Incluso retrocedió unos pasos con temor.

—Es un elefante de los cielos —dijo Rune.

—¿Lo reconoces por compartir el mismo elemento? —dijo Finnian.

—Más o menos. Ayuda que no sea la primera vez que vemos uno. ¿A qué sí, Aer?

—Pero está solo. Eso sí que es raro —admitió Aer.

Los Elefantes del Cielo eran elthean con el poder de volar sin importar su gran tamaño o peso. Igual que los dragones, las aves o los lobos, estos elefantes también se movían por grupos, lo que hacía extraño que encontraran a uno tan joven en un sitio así. Su miedo resultaba evidente, aunque al ver que no atacaban, ladeó la cabeza con curiosidad.

—Huelo a sangre. Debe de estar herido —les informó Nero.

No querían asustarlo más de la cuenta, por lo que Rune fue la primera en acercarse, aprovechándose de lo que compartían para intentar conectar. Estiró sus grandes orejas, más relajado ahora que habían hecho contacto, permitiendo que el resto se acercara. Sin embargo, en cuanto se fijó en él, esta vez se escondió detrás de su compañera.

—¿Por qué le doy miedo? —murmuró Finnian.

—Acabamos de llegar, ¿crees que tengo más información que tú? —replicó Rune.

—Este pequeñín se separó de su madre y el resto del grupo. Pensó que la encontraría aquí —dijo Aer.

—¿Cuánto tiempo lleva esperándola? —dijo Leith.

—Unas horas, antes de que el sol estuviera en lo más alto —dijo Aer—. Piensa que tardó demasiado en llegar.

¿Quién les habría atacado para que el pequeñín acabara así? El elefante se mostró reticente a permanecer cerca, menos aún que le permitiera examinar sus heridas. No alcanzaba a comprender ese temor, por lo que hizo lo único que se le ocurrió en una situación así. Cerrando los ojos, extendió una de sus manos hacia adelante, justo en dirección del elthean. Mantuvo serena su respiración, escuchando cómo de agitado estaba el elefante por lo que había vivido aquel día. Entonces, tras aguardar un poco más, notó cómo la trompa de este se le acercaba, oliéndole la mano para después centrarse en él.

—Nadie va a hacerte daño, ¿ves? —dijo Rune.

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Era una hermosa criatura, y no lo decía por los parecidos que le encontraba, sino por la inocencia que irradiaba. ¿Quién querría hacerle daño a algo así? Si bien no se comunicaba como el resto, el contacto con aquella elefanta desveló más información según revisaban sus heridas.

—Azure, así es como me llaman.

Su grupo venía volando desde el norte, huyendo de nuevos problemas que sucedían por aquella zona. La región de Issey podía ser fría, pero los elefantes del cielo estaban acostumbrados a moverse por climas de lo más diversos, por lo que no era un problema. Sin embargo, cuando una tormenta fuera de lo normal les alcanzó, eso fue lo que les separó. Azure llegó hasta allí, tal y como pretendían. No obstante, era la única de su grupo que había llegado.

Tras olisquear la mochila de Finnian, hambrienta, hicieron un pacto. Podría saciarse mientras ellos curaban sus heridas, algo que le pareció genial, en especial porque sus rasguños no podían ser más superficiales. Eso les daba tiempo a comprender por qué nadie había salido a recibirles, o el motivo para que en la entrada hubiera una magia que interfería al intentar atravesarlo.

—¿Un bloqueo? ¿Por qué pondrían algo así? —dijo Finnian, palpando la magia.

Contaban con que estuviera más protegida y hasta oculta, pero no que fuera tan difícil entrar. Finnian movía las manos frente a él, tratando de palpar algo que no estaba en el aire ni a simple vista, pero se le escapaba cada vez que intentaba centrarse en ello. Esa energía que percibían, tan suave y calmada, se asemejaba al reflejo en el agua.

—¿Podría ser obra del Guardián? —sugirió Aer.

—Es posible. Sí Ailfryd se vio fortalecido, es de esperar que algo similar sucediera en las otras dorean —dijo Ead.

Puede que Ailfryd evolucionara, pero ignoraba de qué serían capaces los otros. Las apariencias engañaban, y la puerta era una de esas. En ese instante aparecieron un par de ojos sobre aquella superficie, ninguno coincidiendo con los que formaban parte de su grupo. Dando un manotazo hacia adelante, un chorro de aire logró poner cierta distancia entre él y la puerta, momento en el que alguien surgió por ella.

—Supongo que he tardado demasiado en aparecer, ¿verdad?

Se trataba de un hombre de piel oscura con tatuajes morados en el rostro, ojos marrones y cabello corto y blanco. Vestía una camiseta sin mangas azul y unos sencillos pantalones oscuros y sin dibujos, mientras que de su cuello no solo colgaba un pañuelo púrpura, sino un colgante que no alcanzó a distinguir con preciosos. Sus brazos, marcados por tatuajes blancos, denotaban fuerza y entre ambos sujetaban un gran báculo de madera clara que brillaba mientras les apuntaba.

—Hay pocos viajeros que se atrevan a cruzar los caminos a estas horas, menos aún venir aquí después de un ataque —su voz, aunque grave, no dejaba de ser melodiosa.

—¿Ataque? ¿De qué estás hablando? —dijo Leith.

Bastó con que se refiriera al elefante para que encajaran las piezas.

—No ha sucedido nada, o no por donde nosotros hemos venido —dijo Aer.

—Es lógico. La tormenta estaba a varios kilómetros de distancia de vosotros.

—¿Crees que hemos sido los responsables de ello? —dijo Nero.

Sus compañeros se impacientaban, en especial porque permanecer al descubierto no les beneficiaba. Aquel nuevo elthean poseía una fuerza interior que se encontraba enmascarada, por lo que no podían saber con certeza cómo de peligroso sería enfrentarse a un oponente así. Sin embargo, había salido de la propia dorean, y eso debía de significar algo.

—Está probándonos —dijo Finnian—. Si nadie vino a recibirnos es porque estarían pendientes por si el caos se acercaba, ¿no?

—Chico inteligente.

—Entonces baja el bastón, Guardián de la Orquídea Plateada —dijo Finnian.

No había otro que tuviera lo necesario para plantarse ante ellos de aquel modo. Este mantuvo la mirada y el bastón en la misma posición, hasta que terminó por usarlo de apoyo, dejando que el brillo escapara de él.

—Estaba esperando vuestra llegada, aunque no tan rápido.

—Nuestro viaje ha estado… lleno de cambios —admitió Ead.

—Aun así, es peligroso caminar a estas horas, o volar —dijo el Guardián—. Mi nombre es Anwil. Quizás deberíamos de llevar esta conversación a un lugar más privado.

—¿Anwil? ¿Eres el segundo de Leander? —dijo Aer.

—¿El mismo al que Avira quería contactar? —dijo Rune.

Pronunciar aquellos dos nombres añadió diferentes niveles de sorpresa en los ojos de Anwil. Ignoraba cuál sería su historia, aunque no tardarían en averiguarla. Sin embargo, en lugar de entrar, le pidieron aguardar unos minutos para permanecer allí.

—Debemos mandar un mensaje —dijo Aer.

—Tenemos mensajeros y gente capacitada que podría ayudaros en ello —dijo Anwil.

—No para lo que vamos a hacer —dijo Finnian.

En cuanto Aer y él chocaron las manos, el elthean evolucionó ante los presentes. No había peligro, pero en lugar de ello cogieron un pergamino en el que Azure escribió a su familia. Bastó con que la elefanta lo acariciara con su trompa para que aparecieran letras en un idioma ajeno al eltheani. Tras enrollarlo sobre su flecha, Aer hizo aparecer un arco, aunque no dorado, sino fantasmal, de tonos azules, similar a cuando hicieron esto la última vez.

—Que las estrellas guíen esta flecha. Que encuentren pronto a su familia —dijo Aer.

Tras disparar, un rayo de luz impactó en el cielo, convirtiendo aquel atardecer en una lluvia de estrellas multicolor que pocos habrían disfrutado en aquellos tiempos. Anwil les observó con paciencia y sin añadir nada, incluso cuando apenas tardaron unos minutos.

—Eso no se ve todos los días —dijo Anwil.

—Es una nueva forma de mandar mensajes —dijo Rune.

—No me refería solo de eso —dijo Anwil, forzando una sonrisa—. Entremos. Hay mucho de lo que hablar y poco tiempo para ello.

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