《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 36.3 - No es la última carrera

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Apenas había pasado el medio día para que la carrera estuviera cerca de comenzar. Algunos lobos se mostraron decepcionados al tener que emplear su tiempo en controlar el circuito y asegurar que nadie saliera heridos. Suponía que la manera en la que ahora les veían era distinta, aunque también aquella carrera era una forma de divertirse para ellos.

—Voy a suponer que lo de ayer ha sido un gran avance entre nuestros grupos, ¿no? —dijo Finnian.

—Estás en lo cierto.

Que entrenaran juntos hizo que su relación mejorara. Podían suponer o teorizar cualquier cosa, pero lo cierto era que parecían en más sintonía con los lobos, y eso se debía a que ya no pretendían utilizarle como en su momento.

Diez miembros de la manada se ofrecieron para la carrera, elevando ese número a cuatro más al contar con Aer, Rune, Leith y Nero. Se trataba del evento con mayor participación que habían tenido hasta ahora, con la excepción de cuando se encontraban con grupos más numerosos.

—Las reglas son similares a las usadas en el pasado, pero las repetiremos para evitar confusión —comenzó a decir Flicka.

Correr era lo fundamental. No se podía atacar a los corredores, ni tampoco usar magia de ningún tipo para impedirles que puedan alcanzarle. En esto entraba la fuerza y velocidad que contaran de manera individual, pero tampoco podían utilizar su magia para sortear los obstáculos. Solo estaba permitido el emplear sus poderes sobre ellos mismos para lograr una mayor rapidez o impulso, aunque fuera momentánea.

—Hay un hechizo gravitacional que afecta al recorrido, haciendo más complicado el moverse, pero no imposible —dijo Flicka—. Es una contramedida para que nuestros compañeros voladores no tengan una ventaja aún mayor.

No importaba si iban por el aire o por el suelo, ninguno lo tendría sencillo. Sin embargo, existía un detalle extra que ni siquiera él contempló.

—Si en alguna ocasión no veis a la manada marcando el camino, la carrera será detenida y nos veremos en el punto de reunión.

Los que delimitaban el recorrido lo señalaban con su magia, de tal modo que cualquiera comprendía con mirarlo qué camino debían de recorrer. En esta ocasión tampoco permitían atajos, todo para evitar problemas que pudieran suceder ante algo así. Aunque contaban con un plan de emergencia por si alguien intentara atacarles.

Aer, Rune y Leith evolucionaron, colocándose en las marcas al mismo tiempo que los demás. Que Blanche no estuviera allí les liberaba de una carga extra, mientras que Finnian decidió ir con Nero. Ignoraba cuánto les costará a ellos tres avanzar volando, y no quería convertirse en un peso muerto para luego retrasarle.

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—Ah, ¿no te preocupa que yo vaya más lento? —dijo Nero sin ocultar la ironía de sus palabras.

—Por favor, ¿no es un insulto a tus habilidades? —dijo Finnian.

Porque ninguno iba a contenerse, ni siquiera él formaba parte del equipo de Nero cuando apoyaba a todos sus compañeros por igual. Además, no sería lo mismo verlo desde el exterior, por lo que pretendía disfrutar de aquel evento sobre el lobo.

—¿Preparados? —dijo Flicka, instante en el que todos se tensaron.

—¿Estás bien agarrado? —le preguntó Nero, y al recibir una respuesta afirmativa, añadió—. Ahora sabrás lo que es correr.

Por mucho que fuera una carrera amistosa, pretendían esforzarse al máximo, daba igual que aspecto tuvieran. Durante aquellos minutos solo importaba el recorrido. En cuanto Flicka aulló, expulsó una esfera ígnea azul hacia el cielo que explotó como si de fuegos artificiales, dando por comenzada la competición. En aquel instante, los participantes avanzaron con decisión, corriendo los unos con los otros para intentar adelantarse.

Estaban en un terreno donde la tierra, los árboles y las elevaciones del panorama eran normales, por lo que sería un circuito llano, al menos no para los que no estuvieran volando. La magia gravitacional lograba que moverse requiriera un esfuerzo mayor de a lo que estaban acostumbrados, pero ninguno se quejó, ni tampoco lo haría. Aer, Rune y Leith volaban en sus formas Campeón, estando por encima de ellos y sin alejarse mucho, tan centrados como los demás. Entonces, su primer obstáculo llegó en cuanto un muro de rocas y plantas les obligó a avanzar con cuidado, buscando sitios donde saltar para no detenerse.

—¿Ahora te hubiera gustado ir con nosotros? —exclamó Rune, soltando una carcajada.

Le aterraba caerse, aunque había lugares peores para hacerlo. Sus oídos captaron lo que sus ojos no, algo que hasta Nero comprendió sin que él tuviera que decirle nada. Pequeñas plataformas surgían de la tierra, internándose en ella en cuestión de segundos para volver a salir, similar al abrir y cerrarse de los cajones. Quien pensara que los lobos no tenían creatividad es que no había conocido a esta manada.

Tras superar aquello y volviendo a un terreno algo más llano, su compañero soltó un resoplido, se rodeó de energía y todo su alrededor iba a cámara lenta. Los árboles se movían a una velocidad reducida, las rocas también lo hacían. Incluso sus oídos percibían los sonidos de la naturaleza como si algo los hubiera ralentizado, o en realidad ellos se estuvieran moviendo a una velocidad mayor.

Viendo a través de Nero, comprendió que su rapidez era superior a la de sus alrededores. Otros lobos podían hacerlo, aunque era él quien estaba avanzando más con aquel impulso que había iniciado.

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—¿Desde cuándo la tierra puede ser así de rápida? —preguntó Finnian.

—¿Quién te ha dicho que no podemos serlo? —respondió Nero.

Hasta ahora, todos los libros y videojuegos que habían caído en sus manos solían explicar que cualquier magia de tierra era fuerte, contundente, buena para defenderse, pero lenta. La práctica no se alejaba mucho de la realidad, aunque su compañero empleara su magia de otro modo. Igual que al pelear contra Sköll se sirvió de la firmeza y defensa de su elemento, la misma energía que el entorno le ofrecía le permitía aumentar su velocidad. Tanto el pelo del lobo como el suyo propio estaba erizado, reaccionando ante lo que desprendían para moverse. Era similar a un hormigueo que le recorría cada parte de su cuerpo, conectándole con algo mayor que su propio entorno.

La vida, la magia, todo formaba parte de su universo, aunque no siempre se pudiera apreciar.

—No es la primera vez que te pones en cabeza —dijo Finnian.

—Para nada. ¿Por qué crees que soy de los más rápidos? —dijo Nero.

Y no era por presumir, sino por constatar un hecho. Quizás habían reducido el ritmo para no agotar su resistencia, pero eso les permitió ver que no todos estaban tan cerca como sucedió al principio. Aunque sus oídos le zumbaban por aquel cambio tan súbito, el resto de sus sentidos estaban más centrados que nunca.

—¿Quieres que lo intentemos otra vez? —dijo Nero.

—¿Hace falta que preguntes? —dijo Finnian, ensanchando su sonrisa.

Sintiendo la emoción del lobo por la velocidad, apretó el ritmo, dejando atrás al resto en un abrir y cerrar de ojos. Porque antes de que se dieran cuenta, cruzaron la línea de meta allí donde estaba Braunah. Esta les observó, tan calmada como era habitual en ella, para después añadir:

—Bueno, supongo que mantienes tu título de más rápido de nuestra manada —dijo Braunah—. Aunque la próxima vez podrías dejarles un poco de ventaja, solo para hacerlo más emocionante.

Sin embargo, no tardaron en aparecer los demás, confirmando su teoría de que en realidad no corrió tan rápido como de costumbre. Igual se debía a tener que llevarle a él o el hechizo que afectaba a todo el recorrido, aunque el resultado colectivo fue reconfortante. Quizás hubo cierta rivalidad amistosa, la típica en la que varios solo quieren probar sus habilidades, sin malas intenciones, todo para presionarse a uno mismo y mejorar.

—Guau —dijo Aer.

—Doble guau —dijo Leith.

—Ahora entiendo que sea el más rápido de la manada —dijo Rune.

Incluso vinculados pudieron sentir la emoción por la velocidad, pero también la calma que había en el lobo mientras se centraba en nada más que correr. ¿Podía existir algo mejor? Quizás, aunque en aquel instante no es que le importara demasiado.

El punto de reunión era, sin mucho misterio, el de llegada. Tampoco es que hubiera ningún rezagado, pero sí aguardaron al resto de la manada. Sin embargo, no había intenciones de detenerse para comer y celebrarlo, sino continuar su camino, uno que en esta ocasión era distinto.

—Supongo que no nos veremos en un tiempo —dijo Nero—. Tened cuidado, ¿de acuerdo?

—Eso mismo podría decíroslo a vosotros —contestó Braunah—. Sobre todo por a quién tenéis que hacer frente.

—¿Intentaréis enfrentaros a Calamidad? —dijo Finnian.

Solo si no tenían otra opción. Aprendieron por las malas que no debían de forzar aquellas cosas que no iban con ellos. Podrían hacerle la vida más complicada a Ariel, pero no era su destino el derrotarle. En aquella ocasión, al menos, no había rencor ni reproche en sus palabras, sino una determinación férrea por ayudar como mejor pudieran. La derrota les recordó cómo de valiosa era la vida, una visión que los presentes compartían. Entonces, Braunah se acercó y Nero le empujó con el hocico, animándole a que fuera hasta su madre. Esta agachó la cabeza, casi como si pidiera que la acariciara. Y, en cuanto la rozó inició la conexión.

—Escúchame con atención. Te marchas con lo más preciado que tengo. No bajes la guarda y cuida bien de tus compañeros, pues darían su vida por ti —dijo Braunah.

—No les defraudaré —dijo Finnian.

—Sé que no lo harás, pero porque sé lo que es liderar un grupo, veo detalles que escapan a la mayoría —dijo Braunah.

Sus palabras no podían ser comparadas con una visión. Fueron directas, claras y concisas sobre algo que sospechaba y que ellos compartían. No tenían pruebas que lo confirmaran, o no por el momento, pero ambos estarían atentos por lo que pudiera suceder.

—Dejemos el futuro en manos del destino —dijo Braunah.

—Que las estrellas iluminen nuestros caminos —dijo Finnian.

Porque se estaban acercando al mismo peligro que hasta ahora habían sorteado, y cuando le pusieran cara, no habría vuelta atrás.

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