《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 35.2 - Daría todo lo que se por lo que ignoro
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Avanzaron lo que esperaron en un principio. Estaban a días de llegar a su destino, lo que le producía mayor ansiedad de lo que era capaz de comprender. Sí, llevaba un tiempo queriendo llegar la Orquídea Plateada y todos los misterios que parecían encontrarse en aquella dorean, pero la perspectiva de descubrirlos le asustaba. O quizás lo que fuera a averiguar allí. Por eso trataba de centrarse en otros detalles, aunque no siempre era posible.
Risco Azul, el lugar al que se dirigía la manada, se encontraba cerca de la región de Armecia, una ciudad en un valle situado al norte de la Orquídea Plateada. Braunah y los suyos estaban más cerca en comparación con ellos de su objetivo, y aunque Finnian se moría de curiosidad por saber el motivo para que se llamara así, tenían otro rumbo que tomar.
—Es por el agua —dijo Braunah.
Había construido la ciudad cerca del río Nerelina, una zona de agua tan pura como si viniera del norte. El castillo de Risco Azul se encontraba a poca distancia, siendo el sitio en el que residía su monarca, pero también donde se ocultaban en caso de darse un peligro importante. La manada acudía allí para reforzar sus defensas tras los últimos ataques, aunque no permanecerían allí más tiempo de lo necesario.
De todos modos, por mucha curiosidad que tuvieran por visitar aquella ciudad, tendría que posponerlo para otra ocasión. Estaban cerca de cruzar los límites del Mar de Hierba, pero en aquella ocasión les tocó dormir al raso, sin ningún santuario para garantizar su descanso. Tampoco es que les hiciera necesario, en especial porque la manada era tan numerosa que necesitarían uno de considerable tamaño para no encontrarse apretados.
—¿Entrenamiento? —repitió Flicka, casi como si fuera lo último que se esperaría que le propusieran.
—El duelo con Sköll nos hizo ver que aún nos queda mucho que mejorar —dijo Finnian.
—¿Solo para ellos? —dijo Flicka.
Por mucho que le encantaría lanzarse a pelear, no poseía la fortaleza de los elthean, por no hablar de la experiencia de sus compañeros. Cualquiera de los presentes les superaba a Blanche y a él en lo que se refiere a peleas, y aunque no tenía miedo en acompañarles, no sería el que se lanzara para que luego acabaran heridos por su culpa. Sin embargo, la madre de Nero se mostró férrea con su opinión. Ninguno se quedaría atrás y todos tendrían algo que hacer antes de que oscureciera. Blanche y Ark estarían por un lado, mientras que él alternaría entre sus compañeros, pues solo harían frente a un contrincante.
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—Existen momentos donde el número es la clave, pero lo determinará aún más la manera en la que lo utilices —dijo Braunah.
A veces, era recomendable terminar una pelea cuanto antes, sin permitirle a tu adversario reaccionar. En otras, sobre todo sí no se estaba seguro de lo que podía suceder o a quién se hacía frente, ser precavido podría ser la diferencia entre salir vivo o no. De ese modo, no combatieron contra un lobo, sino con una sucesión de estos. Al margen de lo que sucedió horas antes, ninguno de ellos quería enfrentarse al Equipo Signo con ánimos de revancha por la derrota de Sköll. De hecho, se ofrecieron para comprobar en su propia piel la fortaleza de los Signos. Al menos así sentían que trabajaban juntos, incluso cuando estuvieran buscando objetivos distintos.
Uno a uno, Aer, Rune, Leith y Nero se alternaron, cambiando de manera súbita según las preferencias de su contrincante o las indicaciones de Braunah y Ead. Ambos se habían apostado como árbitros, dictando reglas y limitaciones para ver cómo reaccionaban. ¿El resultado? Uno agotador, aunque no se quejaron. Fueron ellos en primer lugar quienes buscaron algo así, pues solo lograrían fortalecerse si aprendían de otras fuentes.
—Tú vas el siguiente, Signo —dijo Flicka.
—¿Por qué tengo la impresión que esto es más que un entrenamiento? —dijo Finnian.
Lo comentaron antes entre ellos, pero algo le decía que era una manera de garantizar que Nero estaría bien, aunque a un modo peculiar. Quizás algunos le felicitaran cuando ganó su duelo contra Sköll, pero eso no les impidió contemplar en silencio la posibilidad de que le exiliaran porque fuera el compañero de un Signo. Incluso a Finnian no le gustaba usar su status para que le trataran de manera distinta. Ya lo hacían bastante como para buscarlo, pero que Nero sufriera por ello no le parecía justo.
—Hemos aceptado vuestra alianza —dijo Flicka—, pero fallaste. Necesitamos saber sí tienes lo necesario para pelear. Da igual quién se interponga en su camino.
Dicho de otro modo, no podría escaparse de aquella situación hablándolo. Incluso cuando su repertorio mágico fuera limitado, desplegó su bastón y lo clavó en el suelo, aceptando aquello. La loba podía compartir rasgos con Nero, pero ni que fuera su madre ni él su compañero les haría actuar de otro modo.
—No te preocupes, no seré muy dura contigo.
Entonces, tras decir aquellas palabras, Flicka expulsó de la boca un fuego tan azul que podría confundirse con el océano. Su primer instinto fue correr, buscar un nuevo ángulo desde el que protegerse o contraatacar. Sin embargo, conocía bien que una llama así podía mantenerse durante más tiempo, y por la manera que tuvo de hablarle, ni siquiera dudó de sus intenciones. Usando el bastón para canalizar su magia, Finnian empleó ambas manos para girarlo, generando un escudo que bloqueó la llama que era tan fría como el hielo, sorprendiéndole al darse cuenta de ello.
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—No es tan diferente a Nero, después de todo —murmuró Finnian.
Entonces, la loba cortó aquella corriente, extinguiendo las llamas al dar un prominente mordisco. De su boca surgió un vaho que cubrió de algo más que niebla el pequeño campo que les rodeaba. Fría, tanto que logró penetrar incluso a través de su ropa, entumeciéndole para que no se moviera. En ese mismo instante se impulsó con las patas traseras, lanzándose hacia él con rapidez. Se trataba de un ataque directo, demasiado para alguien con experiencia, aunque él no es que fuera un completo novato.
Fijando todos sus sentidos en Flicka, aguardó hasta el instante en el que estuvo cerca de él, y en lugar de esquivarla, dio un pisotón sobre la tierra para que una roca se interpusiera entre ellos. El choque fue directo, aunque no podía compararse con los monolitos que Nero lograba mover, pero le permitió ganar tiempo. Flicka usó sus garras para abrirse paso, momento en el que Finnian trazó un arco con su bastón, creando una cortina de aire que frenó a la loba.
—Nada mal. ¿Qué más harás con un enemigo que te tenga cerca? —dijo Flicka.
—Esto —dijo Finnian.
Con su mano izquierda, un brillo dorado se vio sucedido de una lluvia de cadenas que la aprisionaron. Era una versión reducida de lo que Aer era capaz de generar, pero su magia funcionaba así. Aprendía de quien quisiera enseñarle, pero también de lo que sus compañeros eran capaces de hacer. Podía ser un humano frágil que estaba lejos de abandonar su título de mago en prácticas, pero eso no le frenaría a esforzarse.
—La primera regla para sobrevivir es que no te puedes acostumbrar a lo que conoces —dijo Flicka en cuanto la liberó—. Sigue mejorando, sigue aprendiendo, porque nunca se deja de hacerlo.
Sus abuelos tenían una visión parecida. “Darían todo lo que saben por lo que ignoran”, lo que venía siendo similar a lo que Flicka le acababa de mostrar. Aquel día por extraño que pudiera parecerle, pues ya todos eran tan largos que se había acostumbrado, era un recordatorio constante de que se le permitía aprender y equivocarse, pero existían errores que no se podían solucionar.
En cuanto la noche por fin les alcanzó, cenar fue lo primero que necesitaron para no desfallecer. Incluso él sentía su mente lenta por el exceso de concentración, además de frustrado porque no siempre les había salido como hubieran querido.
—¿Alguna lección de este entrenamiento? —dijo Ead.
—No te metas con la manada. ¡Menudo carácter tienen! —exclamó Aer.
—Nunca se sabe por dónde pueden atacarte, por eso siempre hay que estar preparado —dijo Blanche.
Quizás no estaban cerca de desfallecer, al menos no gracias a la cena, pues tuvieron que limitar sus fuerzas en varias ocasiones. En lo que si coincidieron, al margen de que no debían hacerles enfadar, era que cada pelea resultaba única a su manera, y lo que funcionaba en una podía no servirles en la siguiente. Igual que ellos aprendían, sus contrincantes también lo harían. Daba igual cómo de poderosos fueran, pues sí sabían cómo reaccionarían, qué movimientos o hechizos usarían, acabarían perdiendo.
—Cada día es único, por eso hay que aprovecharlos al máximo —dijo Finnian.
—Eres demasiado optimista —dijo Blanche.
—Quizás, pero después de movernos tanto hoy, es la única conclusión a la que llego —dijo Finnian.
Aunque había otra, una que sus compañeros compartían, pero que ninguno expresaba en voz alta. No era por temor, sino una preocupación sobre su futuro inminente. ¿Y si no era suficiente? ¿Qué sucedería sí toda esa fuerza que poseían no podía equipararse a la de sus enemigos?
Sin embargo, no era mucho más que pudieran hacer ese día, aunque una nueva sorpresa llegó a ellos cuando les animaron a que participaran en sus “cuentos en la hoguera”. Se trataba de algo tan sencillo como reunirse alrededor de un fuego y compartir historias. No importaba si eran largas o cortas, con mensajes ocultos o sol para divertirse. Lo hacían para estrechar lazos, para crear vínculos que en un principio no se vieron como posibles. Porque el tiempo que pasaban cada día era único y no lo recuperarían.
—No se ve algo así todos los días. ¿Lobos contando cuentos para dormir? —dijo Finnian.
—¿Tan mala fama tenemos en vuestro mundo? —dijo Nero, tan serio como los demás.
—Eso depende. ¿Comerte abuelitas y engañar a niñas inocentes cuenta? —dijo Blanche.
—Es solo una historia, uno que no compartiremos esta noche —dijo Finnian.
Porque conocía a Blanche e intuía que lo soltaría en el peor momento posible. ¿Qué le costaba poner de su parte y ser un poco más diplomática?
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