《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 34.2 - El círculo de lobos

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Ver a Nero avanzar en aquel círculo compuesto por los lobos le hizo recordar su propia escuela.

—Estás poniendo cara rara —dijo Blanche.

—¿En serio? ¿Justo ahora? —dijo Finnian, alzando los brazos para señalar lo evidente.

—Yo también recuerdo esa pelea donde acabaste metido. Contra Mario, ¿no? —dijo Blanche.

Mario el insufrible, aunque se lo hubiera llamado a la cara. Había pasado de portarse bien con él a molestarle en cada momento que tenía la oportunidad. Nunca entendió muy bien por qué hizo algo así, el compartir aficiones para luego pasar a ser una auténtica pesadilla.

—Intentó quitarte el almuerzo, ¿no? —dijo Blanche.

Y él se negó a dárselo. Por mucha ansiedad que le diera el ser molestado todos los días, no iba a entrar en su juego.

—Si se le fue la cabeza, no era mi problema —masculló Finnian.

—¡Es verdad! Eso fue lo que le enfadó. Aunque… ¿Cómo terminaste sin un rasguño y él en el suelo? —dijo Blanche.

—Suerte, supongo. Además de que pasaba de pelearme —dijo Finnian.

Siempre pensó que fue por obra y gracia de la suerte. Esos momentos aleatorios del día donde el torpe de Finnian lograba esquivar un golpe, el insufrible de Mario pisaba mal y caía de golpe, para que él pusiera un pie encima y no le dejara moverse. Por supuesto, alguien así intentó contraatacar, aunque un profesor no tardó en aparecer.

—Pero tu me salvaste —dijo Finnian.

—Tus manos temblaban. ¿Cómo iba a dejar que te castigaran cuando no habías hecho nada? —dijo Blanche.

—¿A qué viene todo esto? —dijo Finnian.

Recordar el pasado no traía nada bueno, en especial momentos como aquel que no servían para ponerle más nervioso de lo que ya estaba. Sin embargo, ella se encogió de hombros y le lanzó su habitual sonrisa inocente de no haber hecho nada malo.

—Para alguien que le gustan poco las peleas, esta podrías haberla evitado —dijo Blanche.

—En eso te equivocas. Este es un asunto que debían de zanjarlo, tarde o temprano —dijo Finnian.

Lo que sucediera sí cumplían su misión aún era una gran incógnita, aunque suponía que regresarían a su mundo. La vida de sus compañeros volvería a la rutina de siempre, o casi. Igual que su día a día no sería como los de antes, lo mismo pasaría con los elthean. Los problemas de la manada no se solucionarían con rapidez, pero sí se preguntaba lo que le sucedería a Nero si no podía regresar a ella.

—Centraos en el duelo —les recordó Leith.

Claro. ¡Ya habría otro momento para centrarse en algo así!

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En cuanto los lobos estuvieron en posición, el resto de la manada lanzó un aullido, activando su magia. Se trataba de un hechizo protector que impediría intervenir a cualquiera del exterior, por no añadir que lo que hicieran ahí dentro tampoco afectaría a los que estuvieran cerca, siempre y cuando no se movieran de su sitio. El silencio cobró importancia, pues nadie, salvo los luchadores, podrían intervenir, ni siquiera podían animarles con sus palabras.

Nero y Sköll no se movieron en círculos, sino que permanecieron estáticos en el mismo lugar. Su respiración era tranquila, pausada, igual que de costumbre, mientras que su mirada y el resto de sentidos estaban centrados el uno en el otro. Sköll hizo el primer movimiento, hundiendo su zarpa en el suelo para crear unos grandes monolitos que fueron en línea recta. Sin embargo, Nero no hizo amago de esquivarlo como en otras ocasiones.

—Es por ser tierra. Para controlarla, hay que tener una actitud firme y decidida para ser capaz de aguantar su potencia —le explicó Ead.

Entonces, justo cuando una de las grandes rocas iba a golpearle, Nero dio un considerable salto, posicionándose sobre todas y usando la última como una plataforma. Tras un rápido gruñido, alrededor de su cola generó energía, para después aparecer un círculo de rocas que lanzó contra su contrincante. Sköll empleó los monolitos como defensa, cubriéndose con ellos mientras la avalancha de rocas generaba ruido y humo con cada impacto que realizaban.

El suelo tembló, los monolitos desaparecieron, hundiéndose en la tierra y haciendo que Nero perdiera el equilibrio. Aquel instante fue aprovechado por Sköll, quien se lanzó contra él a gran velocidad. ¿Cómo eran capaces de moverse así en un espacio donde no podían coger impulso? Por su conexión con la tierra y la magia, además de cómo la utilizaban a su favor, claro.

Una vez más, Nero no lo esquivó, sino que lo encaró con todo su ser. Desprendiendo energía que recibía de sus pies, aguantó el golpe mientras ambos lobos gruñían, hasta que era Sköll el que salía victorioso de aquel choque. Su compañero impactó contra la barrera, aunque un golpe así lograría aturdir a cualquiera, pero el lobo no se daría por vencido.

—Siente la tierra, siente su fortaleza —dijo Nero.

Unas palabras que alcanzaron a los presentes, casi tanto como lo que sucedió a continuación. Una roca no más grande que Finnian surgió desde el centro, centellando con tonos blancos y marrones. Se alzó en el campo de duelo, para luego esparcirse alrededor de Sköll a modo de prisión-avalancha. Sin embargo, usando su propio cuerpo como arma, destrozó aquel acto mágico tan rápido como había aparecido.

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—¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿Un par de días con el Signo y has olvidado de lo que somos capaces? —exclamó Sköll.

—No he hecho nada más que empezar —dijo Nero.

Aquella no era una pelea para demostrar su fuerza, sino cómo de férreas eran sus convicciones. Ambos lobos habían dejado de luchar a media distancia para acortarla. Que Sköll fuera más grande que Nero no le facilitaba el enfrentamiento, aunque le ofrecía una ventaja que el lobo marrón no poseía. La velocidad de su amigo era increíble, pues le permitía esquivar los golpes en el instante justo para atacarle con sus brillantes garras. Allí conde Sköll luchaba con furia y destrucción, Nero usaba movimientos precisos para contraatacar. Hasta que algo así dejó de serle tan útil.

Sköll no necesitaba igualar su velocidad, solo acercarse lo suficiente para que los golpes de ambos chocaran. Entonces, en cuanto un nuevo golpe les hizo retroceder a los dos, el lobo marrón soltó una carcajada.

—¿No has aprendido trucos nuevos? Hemos entrenado juntos, Nero. Sé como te mueves, sé como actuarás.

—Te crees que sabes todo, ¿verdad? —dijo Nero.

Por mucho tiempo que hubieran pasado juntos, en su caso no era el factor que determinaría la victoria o la derrota. Desde el instante en el que la pelea comenzó, la barrera les impediría actuar, pero su vínculo permanecía intacto, y eso era algo con lo que Sköll no había contado. Nero lanzó un gran aullido mientras múltiples monolitos de rocas surgían de la tierra, no tan grandes como los anteriores, pero si rápidos y directos hacia el otro lobo. Con sus prominentes garras, Sköll las destruyó, demostrando una vez más su superioridad física, aunque aquello no había sido nada más que una distracción.

Saltando sobre una de las rocas, Nero se vio envuelto en una energía azul y dorada, igual que el cielo y el sol que les acompañaba en aquel instante. Su pelo reaccionaba, casi como si desprendiera electricidad. Bastó un acto así para que varios lobos se fijaran en ellos, percibiendo un cambio súbito que no fueron capaces de prever.

Entonces, Nero se lanzó contra Sköll, desprendiendo un fuego con los mismos colores que su actual aura. El lobo no contraatacó, sino que recibió el golpe para luego ser lanzado hasta los límites de la barrera.

—Eso es trampa. ¡Nadie más puede intervenir en un duelo! —exclamó uno de los lobos.

—¿No quería Sköll ver un nuevo truco? —intervino Aer, señalando al campo de lucha.

—No hemos hecho nada. Venid a confirmarlo si queréis —dijo Finnian.

Dieron su palabra que no intervendrían, pero no contaron con que su conexión les fortalece, incluso cuando no estén peleando juntos. Varios de la manada hicieron lo que sugirieron, confirmando que no habían hecho nada y que tampoco quebrantaron las reglas, aunque también percibieron lo mismo que no gritaron.

—Nuestro vínculo no puede romperse, ni siquiera por algo así —dijo Rune.

—Tendríais que matarnos para poder evitarlo —dijo Leith.

—Esto atenta contra la validez el círculo —dijo el mismo lobo de antes.

—¿En serio que lo hace? ¡Y que pasa con Sköll! —exclamó Ead, tan pequeño que podrían devorarle de un bocado, pero más valiente que muchos de ellos.

—Sköll recibe fuerza de la manada por pertenecer a ella, Nero la obtiene de nosotros. ¿En qué atenta eso contra la validez del círculo? ¿Que no seamos lobos? —gritó Finnian, dejándose llevar por aquella frustración que trató de mantener bajo control.

Aquellas preguntas, en cambio, no obtuvieron respuesta. No tenían lo necesario, o quizás porque las apariencias engañaban. En efecto, Sköll tenía sus seguidores, pero Nero contaba con más apoyos de lo que pensó en un principio. Estos últimos dejaron claro con su silencio, y por la manera que tuvieron de asentir ante dicha revelación, que esperaban un combate en igualdad de condiciones, aunque ellos no formaran parte de la manada.

La energía de Nero, en lugar de desvanecerse, se había incrementado hasta el punto en el que Sköll empezó a evitar el contacto directo y jugar a la defensiva. Sin embargo, su compañero no le permitiría algo así. Rápido y decidido, chocó contra el otro lobo sin contenerse, ambos usando todas sus fuerzas sin que ninguno cediera. Entonces, en esta ocasión, fue Sköll quien recibió el golpe.

No se levantó, aunque hizo el amago de intentarlo. Sus convicciones eran demasiado fuertes como para que se rindiera, incluso cuando Nero demostrara que hay mucho más en su interior de lo que otros quieren ver.

—Soy Nero, compañero de Finnian, el Signo, y de Aer, Rune y Leith.

—Ey, ¿es que yo no cuento? —exclamó Ead, tan alto que nadie pudo ignorarle.

—Lo que sucedió en Alder es cosa en pasado, pero no volverás a cuestionar lo que hagamos nosotros, o Braunah. ¿Entendido? —dijo Nero.

Porque él había sido el vencedor, y a quien no le gustara, que se aguantara.

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