《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 33.1 - Sigue caminando a ciegas

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Everground era una montaña que ocultaba más de lo que ofrecía a simple vista. Cualquiera que intentara desvelar sus secretos acabaría siendo rodeado por serpientes, o un destino mucho peor si sus intenciones eran peores. Bastó con que Ethereal continuara por su camino para que las nagas hicieran lo mismo, aunque no todas. Al fin y al cabo, seguían en su territorio, y a pesar de que hubieran accedido a dejarles marchar sin recibir ni un daño, no les permitiría moverse con libertad por allí.

—Los túneles llegan hasta donde no puedo ver. No me extrañaría encontrar una ciudad —dijo Nero.

Su conexión con la tierra resultaba a veces abrumadora, en especial momentos como ese. Hasta el lobo tuvo que bloquear toda la información que recibía, pues los movimientos de aquel nido de elthean lograban que sus sentidos se descontrolaran. En efecto, Nero averiguó que había más túneles de los que llegaron a imaginar, pero ignoraba cómo de profundos serían y hasta donde alcanzarían.

—Tampoco es que vayamos a averiguarlo, ¿no? —dijo Rune.

Habían cambiado el cielo por las profundidades de la tierra, lo que puso en una situación agobiante a su compañera voladora. Puede que Nero y ella fueran la antítesis en lo que se referían a aspecto y capacidades (cielo y tierra), pero eso no les impedía llevarse bien. Sin embargo, verse en un espacio tan reducido, incluso cuando el túnel que estaban usando fuera amplio, había logrado agravar la claustrofobia que ella padecía.

—Para nada. Antes de que puedas esperarlo, te encontrarás en el exterior, respirando un aire todavía más fresco —dijo Finnian, infundiéndola ánimos.

Su guía personal no pudo ser más silenciosa. Ignoraban su nombre y todo lo demás, salvo por el hecho de que era de menor tamaño que Ethereal y que sus escamas eran entre verdes y marrones. Se limitó a esperarles junto a una de las entradas, mientras el resto eran bloqueadas por sus compañeros. No había que ser un genio para comprender las señales, pero que no dijera ni una palabra no lograba tranquilizarle. Quizás fuera eso, o lo que le susurró Ethereal le había dejado peor cuerpo que la experiencia que tuvo al descender en la nube.

—También os ha parecido extraño, ¿verdad? —dijo Blanche.

—¿El qué de todo? —dijo Aer.

—¿Por qué tomarse las molestias de dejarnos caer para permitir que nos marcháramos? —dijo Ark.

—Por no hablar de que le enseñaste tu plan y ni pestañearon —añadió Blanche.

—Estaban asustados, aunque lo demostraran de una manera distinta —dijo Leith.

Aquella era una de las raras ocasiones donde Signo y compañero hablaban más de la cuenta, aunque ninguno de los presentes iba a reprochárselo. Al fin y al cabo, es a lo que accedieron para que estuvieran en igualdad de condiciones, pero todavía no se habían acostumbrado del todo. Sus compañeros continuaron la conversación, tan diplomáticos como si no se encontraran dentro de un nido de serpientes.

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—Quizás no hay que buscarle un significado a esto —dijo Finnian.

—Deberías de sonar más convincente si quieres creerte esas palabras —dijo Blanche.

Alzó ambas cejas mientras le lanzaba una rápida mirada, para después continuar caminando. El túnel que estaban subiendo le resultaba tan largo como la travesía sobre la nube, por no añadir que su conversación se le asemejaba similar. Hasta sus compañeros contuvieron las ganas de reír o desvelar lo que le pasaba en realidad.

—Es extraño. Incluso estando a tu lado no soy capaz de percibir el aroma de esa llave —admitió Nero.

—Porque le pertenece, aunque no le haya dado uso —dijo Ead.

Al menos aquello le tranquilizaba. Ni siquiera Nero, el que mejor olfato tenía en su grupo, lo percibiera, le evitaba una conversación incómoda con Blanche que no quería tener. ¿Habría sido lo mismo que Ethereal pudo captar, aunque ignorara con exactitud de qué se trataba?

—¿Qué es lo que opina Kali en todo esto de Ethereal y Everground? —dijo Finnian.

—No sabía que fuerais a escuchar su opinión —admitió Blanche.

—Que prefiera comunicarse solo contigo no implica que no queramos saber qué piensa —dijo Aer.

Y aunque Ead se moría de ganas por compartir conocimientos con el hada, que siguiera dándole calabazas era una frustración que ocultaba de la mejor manera posible. Como frionach, se les enseñaba desde bien pequeño sobre todo lo que estuvieran a su alcance, aunque la mejor manera de aprender cómo se comportaban otros elthean era interactuando con ellos. Sin embargo, la líder de las nagas resultaba tan misteriosa como sus palabras o acciones, pero sí lograron sacar un par de cosas en claro.

—Protegen su territorio como pocos lo hacen. No necesitan barreras y son más inteligentes de lo que muestran —dijo Blanche.

—¿Por qué tengo la sensación que añadirás algo más? —dijo Leith.

—En absoluto —admitió la Signo, encogiéndose de hombros—. Hemos venido y no nos han atacado. Más no podemos hacer, o no mientras ignoramos tantas cosas sobre ellas.

—Pero estuvieron antes, ¿no? Con el anterior Señor de la Calamidad —dijo Rune.

Un detalle que no se les pasaba por alto, pero tampoco les solucionaba nada. Ninguno de los elthean de su grupo tenían edad suficiente para haber nacido en aquella época, pues sucedió hacía más de quince años. Sin embargo, tal y como le dijo Ailfryd, muchos conocían una versión reducida de lo que en verdad sucedió, y aunque Everground estuviera algo cerca de la Orquídea Plateada, dudaban que Ethereal supiera la historia al completo.

Su travesía por los túneles de la montaña se prolongó más de lo que les habría gustado, pero no salieron por el mismo lugar por el que entraron. El hecho de encontrarse una vez más en el exterior resultaba reconfortante, en especial porque el aire de fuera se antojaba frío y húmedo al mismo tiempo. La tormenta había cesado, pero eso no hacía que las perspectivas de buscar cobijo bien entrada en la noche fuera a salir algo positivo.

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—Al menos no tendremos que volver a entrar ahí —dijo Rune tras un gran resoplido.

Encontraron un sitio en el que instalar su tienda, allí donde pensaron que no podrían acabar siendo aplastados por una roca. Dadas las circunstancias, no encontraron un sitio mejor, pero empezaba a oscurecer demasiado como para ponerse a caminar más de la cuenta.

—Es muy útil que se adapte al entorno la tienda —admitió Blanche.

—Nos ha salvado más de una vez de ser descubiertos —dijo Finnian.

Ambos decidieron unir esfuerzos en crear un círculo protector, solo por si alguien tenía la brillante idea de molestarles. Estaban acostumbrados a ello, a poner sus trampas y lo que fuera necesario para garantizar su seguridad, incluso cuando hicieran turnos para dormir.

—La gran naga me habló, me susurró cosas antes de que se marchara —dijo Blanche.

Finnian alzó la mirada con cuidado, tanto como el ritmo con el que ella expresó esas palabras. Blanche le observó, captando su seriedad gracias a la poca luz que se filtraba del interior de la tienda.

—A ti también, ¿verdad?

—Sí —Finnian suspiró—. Es… raro. Me dijo que hay algo que yo puedo hacer, y nadie más. Ni siquiera especificó el qué se trataba.

—Te frustra mucho, ¿eh? —dijo Blanche—. Nunca te ha gustado que te digan lo que tienes que hacer.

—A ti tampoco, aunque lo abordáramos de forma distinta —dijo Finnian, encogiéndose de hombros.

—Ethereal me dijo algo similar —añadió Blanche—. Si siempre buscas problemas, es todo lo que verás.

—No es mal consejo.

Le resultaba demasiado convincente para Blanche. La naga dijo que tuvo una visión, aunque no conocía los detalles concretos o tampoco se los proporcionó. Pero, tal y como él la había contestado, aquello era un consejo, puede que una advertencia que se alejaba mucho de lo que habló con él.

—Deberías dormir, yo cogeré el primer turno —dijo Finnian.

—¿Estás seguro?

—Claro. No podría descansar tan rápido aunque lo pretendiera.

Por mucho que dentro de la tienda hubiera una temperatura más agradable, o que tuvieran asientos y cojines que hacían de aquel lugar su pequeño hogar portátil, estaba demasiado estimulado como para cerrar los ojos como si ese día no hubiera sucedido.

—Lees cuando estás nervioso —dijo Rune.

—Leo siempre que tengo oportunidad —dijo Finnian.

—Rune, deberías de dormir ahora que puedes —dijo Leith, tan somnolienta que arrastraba cada palabra que decía.

—Además, es nuestro turno. ¿Cómo esperáis que matemos el tiempo? —dijo Aer.

Su equipaje, por desgracia, no contaba con un entretenimiento más allá de lo que pudieran escribir o dibujar en sus papeles. La mayor parte del tiempo tenían cosas que hacer, tareas que realizar para que su campamento continuara en funcionamiento y todos tuvieran la oportunidad de descansar. Mientras la mayoría entrenaba, Finnian lo administraba como podía con su libreta. El conocimiento de Galya se había ampliado desde entonces, ofreciéndole más información de los lugares que visitaron, además de detalles sobre plantas, pociones y hechizos que podrían serle de utilidad. El orbe atemporal se encontraba en varias páginas, pero algo más también.

—¿Por qué muestra hechizos de contención? —dijo Finnian.

—La canica es una manera de atrapar a otros. Quizás el libro quiera ofrecerte nuevas posibilidades —sugirió su compañero.

Porque no ofrecía más de lo que pudiera soportar, aunque eso no implicaba que supiera el motivo para que apareciera lo que salía entre las páginas. Los dedos bailaron sobre ellas, hasta que las patitas de Aer intervinieron, obligándole a cerrarlo antes de que continuara con aquella costumbre.

—¡Oye!

—Quizás leer te ayude a mantenerte despierte, o a conciliar el sueño, pero ahora necesitas despejar tu mente —dijo Aer.

—¿Desde cuando eres tan sensato? —dijo Rune.

—¿Desde cuando te cuesta tanto dormir y dejar de hablar? —dijo Aer.

Aquel era el mejor entretenimiento que podía tener, en especial por cómo estaban las cosas. Cruzar Everground sería distinto a lo esperado, pero lo que se encontraba más allá de las montañas era lo que le preocupaba, por mucho que intentara ocultarlo entre sus otras obligaciones. Al menos, el comprobar con sus propios ojos (y oídos) cómo Rune y Aer continuaban siendo ellos mismos, a pesar de todo lo que había cambiado, hacía más llevadero aquel día tan largo.

—¿Queréis callaros de una vez? —gruñó Nero, conteniendo las ganas de alzar la voz—. A este ritmo, ¡cualquiera en la montaña podrá escucharos!

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