《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 32.2 - Túneles serpenteantes

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Aquel incidente no fue eterno, ni tampoco estuvieron deslizándose por el túnel como si se tratara de un tobogán. Acabaron bastante pronto en una cueva subterránea, mayor que la vieron en el Bosque de Ellery. No era tosca, ni tampoco era un lugar donde estuvieran apretados, o eso pudieron apreciar en cuanto se incorporaron.

—Mirad el lado positivo. Al menos no estamos bajo la lluvia —dijo Finnian.

—Ni nos toca esquivar rayos —añadió Ead.

—Sois únicos para ver una mala situación con otros ojos —replicó Blanche.

Al fin y al cabo, ella también estaba metida en aquello. La oscuridad de la cueva era tal que les habría sido complicado de ver en circunstancias normales. Hubieran iniciado una luz para solucionarlo, aunque el lobo les pidió que no lo hicieran con tanta rapidez. Apenas tuvo que centrarse para percibir las vibraciones del ambiente, pues allí abajo resultaba tan sencillo verlas con su magia que les aturdían. Nunca podrían averiguar cómo de abundantes eran los elthean que dominaban aquel lugar, pero sí podían decir que su número resultaría amenazador ante cualquiera.

—La ventaja está aquí abajo, donde tienen un control total del entorno —dijo Ead.

—Cualquiera que intente atravesar su territorio puede caer en una de sus trampas. Pero los elthean afines a la tierra podrían detectarlas y evitarlas —dijo Nero.

Aunque no había sido su caso, pero por elección propia. Desde el instante en el que vieron la tormenta comprendieron que no podrían hacerlo fuera, tal y como les hubiera gustado. Habría sido correr un riesgo innecesario, por no hablar de la posibilidad que las nagas prefirieran no intervenir ante un entorno que no les favorecía. Sin embargo, el abrir un hueco en la montaña les daría una posibilidad para que intervinieran.

Se habían colocado formando un círculo, los cinco elthean rodeando a ambos Signos, atentos su alrededor incluso cuando fueran ellos los que estaban siendo observados. Entonces el subterráneo se iluminó por los cristales que había a su alrededor. No estaban en una plataforma ni tampoco existía la posibilidad de que volvieran a caerse por cualquier agujero, aunque recordando cómo acabaron allí, menor no tentar a la suerte. Lo que si vieron fueron túneles, demasiados que podrían compararse con un laberinto y, claro estaba, las nagas. Muchas, tantas que no podían contarla sin marearse.

Tal y como ya sabían, eran serpientes de considerable tamaño y una cabeza con rasgos humanos. Sus escamas variaban en color e intensidad, lo mismo sucediendo con sus ojos, haciendo que distinguirlas fuera un auténtico reto. Pero no estaban allí para atacarles ni convertirles en su cena. Solo observaban, o así fue hasta que dejaron paso a una.

—Aquí viene su líder. ¡Atentos! —les avisó Leith.

El sonido de su cuerpo deslizándose por el suelo resultaba espeluznante, en especial por lo rápido que se movía. Sin embargo, lo que logró cortarle el aliento fue el aspecto tan imponente de aquella naga. Tan grande como Leith en su nivel Campeón, sus escamas eran de un gris blanco que la hacía destacar frente a las demás por lo inusual en ella. Portaba una serie de marcas alrededor de su cuerpo, todas verdes, que centelleaban e iluminaban su presencia. Permaneciendo a una distancia prudencial, no se colocó de manera ofensiva, aunque tampoco le hiciera falta con todas las serpientes que no les quitaban los ojos de encima.

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—¿Están viendo si somos una amenaza o no? —sugirió Ead.

Tenía demasiado sentido, lo que confirmaba que aquellos eran elthean más inteligentes de lo que muchos decían. Un siseo alcanzó su mente, al principio silencioso, pero luego llegó a Finnian con mayor claridad.

—¿Ethereal? —repitió Finnian.

—Ese es mi nombre.

Esta vez la naga no usó su mente, sino una voz suave y aterciopelada. Le produjo un escalofrío nada más escucharla, aunque no por temor a lo que pudiera hacer, sino por la emoción ante algo tan nuevo y distinto. La elthean no añadió nada más durante unos segundos, pero tampoco apartó la mirada, esperando a que hicieran lo mismo. Tras una rápida presentación, no se movieron mientras Ethereal mantenía el tipo.

—¿Por qué nos has traído hasta aquí abajo? —dijo Finnian.

—Estabais en nuestro territorio —dijo Ethereal.

—Es posible, pero buscábamos resguardarnos de la tormenta —intervino Rune.

—¿Es cierto lo que dicen? ¿Atacáis a cualquiera que pase por Everground? —dijo Leith.

Las historias son eso, historias. Dependía de como fueran contadas, pero nunca eran lo que parecían en un principio. Igual que las serpientes no dudaron en hundirles en la tierra, llevándoles a su dominio y allí donde eran más poderosas, no les atacaron aun. La suposición de Ead era cierta, aunque aún no conocían a esos elthean como para estar seguros del todo.

—Necesitamos sobrevivir, necesitamos comer. ¿Habéis venido para detenernos? —dijo Ethereal.

Su manera de hablar era similar a la de ellos, aunque con mayor lentitud, pues tenía la costumbre de arrastrar las palabras.

—Eso depende de vuestras intenciones —dijo Finnian—. Por eso no nos habéis atacado, ¿verdad?

—¿Estáis esperando para ver qué hacemos? —dijo Aer.

—Sois demasiado pocos para alimentar a mis hijos —admitió Ethereal—. Sin embargo, incluso aquí sabemos reconocer a los Signos.

Estaban cercados y cualquier movimiento que consideran como una amenaza daría por comenzado su enfrentamiento que les pondría en grandes aprietos una vez más. Sin embargo, que supieran de su identidad y no les confundieran con otros elthean resultaba tan vital como la conversación que continuaban manteniendo.

—¿Conocéis a Cinder? ¿Al Señor de la Calamidad? —dijo Finnian.

Aquello hizo que bastantes nagas se tensaran. El zumbido que produjeron todas lograron aturdirle, aunque no tanto para que perdiera de vista lo que tenía a su alrededor. Quizás era su manera de contestarle sin que ninguno más interviniera.

—¿Qué os han hecho? —dijo Leith.

—Hemos vivido aquí durante mucho tiempo. ¿Vosotros no protegeríais vuestro hogar? —dijo Ethereal.

Cinder era mayor, no tanto como Ethereal, pero si lo suficiente como para que muchos hubieran confiado en la sabiduría que la edad le daba a cualquiera. Sin embargo, aquel elthean resultaba tan manipulador con sus palabras como con sus actos. Había intentado poner a su servicio a las nagas de Everground, pero no le sentaba bien recibir negativas de casi cualquiera.

—Atacaron nuestra montaña, destruyeron los nidos que encontraron—prosiguió Ethereal—. Por eso mismo, atacamos a los viajeros, pero no a todos.

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Podían dominar la montaña, aunque no la habían hecho inhabitable. Ignoraban qué otros tipos de elthean vivirían allí al margen de ellas, aunque si sus palabras eran ciertas, no serían las únicas. Cinder había hecho uso de su influencia para convertirlas en una amenaza, pero en realidad él era el auténtico problema. Cuando necesitaban comer, lo hacían, eso ninguno de ellos podían remediarlo, pero atacaban sin remordimiento a aquellos que portaran la esencial de Cinder o que terminaban siendo considerados como una amenaza.

—¿Por qué os escondéis? Vuestro aroma se encuentra enmascarado —siseó Ethereal.

—No queremos llamar la atención —admitió Aer—, por extraño que pueda sonar.

—Hay más —continuó Ethereal, aunque no desveló lo que percibía.

¿Qué es lo que veía ella que los demás desconocían? ¿Estaban ignorando un detalle que podía ser fundamental?

—Queremos derrotar al Señor de la Calamidad y a otro elthean, uno al que llaman el Erosionador —dijo Blanche.

—Ambos nos buscan para acabar con nosotros —dijo Finnian—. Vinimos aquí para averiguar si estáis de su lado o no.

—¿Y si lo estamos? —dijo Ethereal—. ¿Qué es lo que haríais?

—Eso depende de vuestra respuesta.

¿Era una locura lo que estaba apunto de hacer? Llegados a ese punto, ¿qué no lo era?

—¿Ves esto? —dijo Finnian, sacando el orbe atemporal que Avira les había entregado—. Está hechizado para encerraros, a todos vosotros.

—¿Ese es tu plan? ¿Esas son tus intenciones? —dijo Ethereal.

—Esas son las intenciones de otros, no las nuestras —dijo Finnian, negando con la cabeza—. Porque tengo la certeza que no estáis de ningún bando, menos aún de Calamidad.

Los ojos de Ethereal estaban centrados en el orbe. Si era tan inteligente, sería capaz de detectar la magia que contenía, aunque no de manera concreta todo lo que podía hacer. Expresar en voz alta que podría acabar con ellos con lo que tenía en su mano sería similar a lanzarles una piedra para enfadarles. No quería provocarles, sino adquirir un conocimiento que otros prefirieron omitir. De ese modo, con un suave movimiento de la mano, el orbe atemporal desapareció de esta para que se perdiera de su vista.

—Ese Señor de la Calamidad vino aquí una vez, pero no trabajamos para él —dijo Ethereal—. Ni antes, ni ahora, ni lo haremos después. No formamos parte de ese mal ancestral que no ha abandonado Elthea.

—¿Ni antes? —repitió Aer.

—¿Ni ahora? —repitió Rune.

Espera un momento, ¿qué acababa de suceder? No solo había admitido que Ariel estuvo allí, o que no trabajaban para él, ni para nadie más. ¡Pero algo más!

—¿Estabais aquí cuando llegó el anterior Señor de la Calamidad? —dijo Finnian—. Fue derrotado. ¿Por qué decís que ese mal ancestral no ha abandonado Elthea?.

—Nosotros no tenemos esas respuestas, lo único que sabemos es que esa corrupción no se fue por completo —dijo Ethereal.

El ciclo se repetía. Siempre existía una calma antes de que llegara el Señor de la Calamidad, y después de cada Signo les derrotara. Era parte de la historia de Elthea, no podían cambiarlo. Por desgracia, aún había demasiadas incógnitas sobre ese último enemigo que continuaban afectándoles. ¿Era habitual?

—¿Vas a dejarnos marchar? —dijo Nero—. ¿O tendremos que buscar nosotros la salida?

—Podéis ser más que esto. Lo sabéis, ¿no? —intervino Leith.

Quizás la dragona era quien más parecido tenía con los presentes, aunque eso no les convertía ni en parientes lejanos. Lanzó una rápida mirada a Finnian, quien no tardó en asentir, comprendiendo a qué se refería.

—Respetamos que no queráis formar parte de ningún bando, pero llegará un momento en que no os quede otra opción —dijo Finnian.

—Cinder os tachó como bestias con las que no se podía razonar —añadió Aer.

—Este es vuestro hogar, no hemos venido a invadirlo ni arrebatároslo —dijo Rune.

—Pero podéis ser más que esto, formar parte de Elthea de otro modo.

Eran inteligentes, a los hechos se remitía. Quizás su cultura fuera diferente, pero eso no les impedía que pudieran aprender los unos de los otros, ¿no?

—Vuestros ideales son conmovedores —dijo Ethereal—, pero siempre hemos morado esta montaña, y nada lo cambiará.

—Nadie está diciendo que la abandonéis, solo que os abráis un poco más a lo que este mundo puede ofreceros —dijo Finnian—. Hay elthean malvados, como Cinder, pero otros no se comportan así. Y si fuerais de otro modo, ni siquiera habríamos tenido esta conversación.

Ethereal no se movió, mostrándose tan amenazadora como en un principio. Tampoco el resto de nagas actuó, puede que compartiendo un enlace mental para comunicarse de manera eficaz. Entonces, igual que sucedió antes, un nuevo susurro llegó hasta la suya y a la de nadie más.

—Tuve una visión que me avisaba de vuestra venida, una en la que debía darte un mensaje. Tú y los tuyos seréis los únicos que podréis cruzar esa puerta.

—¿Qué puerta? —dijo Finnian.

—Quizás no la hayas encontrado aún, pero sabes cuál es —respondió Ethereal.

Su visión, la llave que consiguió de Lelile. Eran piezas de un puzzle donde aún le faltaba algunas, pero que se aproximaba de manera peligrosa para conseguirlas. Entonces, Ethereal volvió a hablar, dirigiéndose a los presentes.

—Otros os mostrarán el camino hacia la superficie, pero no dañáis a nadie aquí ni les contéis lo que habéis vivido aquí. Salvo que queráis acabar convertidos en alimento.

Tras aquello, se perdió entre uno de los túneles, dejándole con tantas dudas como con aquel encuentro que habían tenido.

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