《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 31.2 - Un tren sobre las nubes

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Aquella era una forma nueva y distinta de viajar a la que estaban acostumbrados. Puede que Blanche fuera partidaria de andar, pues no había tenido las mismas oportunidades que él para acostumbrarse a moverse volando, pero el Camino de las Nubes era distinto a lo imaginado. Abandonando el espacio de Kiyeira, pronto ni siquiera fueron capaces de ver los mismos caminos por los que habían llegado hasta allí. Al fin y al cabo, la altura era tan elevada que lo único que eran capaces de captar era nubes y más nubes.

—Creo que tu plan para salirnos del trayecto lo vas a tener difícil —dijo Blanche, mordiéndose el labio para tratar de ocultar una sonrisa.

—¿Por qué piensas que he sacado el mapa? —dijo Finnian.

Había pedido a los encargados del Camino que trazaran las rutas disponibles para ellos en azul y cuál era la localización de su nube en rojo. Resultaba una forma similar a verlo todo en un ordenador, y aunque se movían bastante más rápido que si fueran a pie, convertirse en el copiloto de un lugar así resultaba un tanto extraño. Tras dárselo a Rune, se centró en aquello que tenía que hacer antes de que llegaran a Everground.

—Deberíamos de poder analizarla sin activarla —dijo Ead, observando el orbe atemporal a su lado—. Aunque es muy susceptible a factores externos. Hay que ser cuidadosos. ¿Entendido?

—Me gustaría que no acabaremos atrapados dentro de esta canica —asintió Finnian—. ¿No preferirías hacerlo tú?

—Lo haremos juntos. Necesitas aprender a hacerlo por ti mismo —dijo Ead.

Existían hechizos que servían para escanear objetos o el entorno y recoger información. Según la intensidad con la que se iniciara, podría ampliar su alcance, aunque eso no les desvelaría todo lo que hubiera a su alrededor. Por eso mismo lo estarían combinando con otro hechizo, uno para detectar lo oculto.

—Dejad que os sirva de ancla —se ofreció Nero—. Todo sea para mantener mi mente ocupada.

Usar de ancla a alguien implicaba combinar su capacidad mágica, aunque también que alguien se centraría en que el hechizo no se descontrolara con la misma facilidad de siempre. El acto de detectar lo oculto no era como preguntar, sino más bien interpretar los ligeros matices y tonos que hubiera en la composición de su magia. Así. Ead le explicó que el orbe estaba diseñado de un metal que podría volverse inestable en malas circunstancias, pero que poseía grandes capacidades de contención, llamado Dimerion.

—Es extraño —murmuró Finnian tras unos minutos de análisis.

—¿Qué es lo que ves? —dijo Blanche.

—Una mezcla de colores, formas y hasta sonidos —respondió Finnian.

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La magia tenía muchos aspectos, por lo que clasificarla de una manera exclusiva resultaba complicado, en especial porque influía quién la había creado. Su tarea resultaba similar a tocar un instrumento muy delicado, pues debían de estar pendiente de muchos detalles. Aquel orbe, mostrando los mismos tonos grises de la canica, podría contener a las nagas de Everground en cuanto se hicieran con algo de ellas. Eso sería clave si no querían que absorbiera todo lo que hubiera cerca, aunque solo material vivo.

—Solo aquellos seres vivos pueden ser apresados, pero eso no es lo único que hace —dijo Ead.

En tonos más oscuros averiguaron la función que Avira no les desveló. Les dijo que el orbe perdería su efecto en cuanto su energía se agotara, pero no era cierto. Aquellos que estuvieran atrapados no podrían salir de allí hasta que los mismos que les encerraron les liberaran.

—Nunca confíes en una princesa, o no del todo —dijo Nero, sacudiendo la cabeza.

—¿Las nagas son malvadas? ¿Qué se sabe de ellas? —dijo Finnian.

—Sucede como cualquier otro elthean. No todos son buenos o malos —dijo Ead.

—Aunque en este caso, han protegido tanto sus cuevas que muchos las consideran hostiles —dijo Nero.

Como para querer quitarlas de en medio. Porque el orbe no solo las encerraría, sino que tendría la posibilidad de matar a quien estuviera en su interior sin derramar ni una gota de sudor. Un artefacto así resultaba aterrador, daba igual cómo de inocente pareciera a simple vista.

—Os olvidáis su colaboración con Cinder —dijo Blanche—. Quizás están preparándose para unirse a Ariel.

—Tengo serias dudas —murmuró Finnian, y al ver que su compañera Signo fruncía las cejas, añadió—. Cinder se otorgó méritos sobre mantener lejos a Calamidad y a las bestias de Everground.

—Podría estar engañándonos. ¿Quién es sincero al cien por cien hoy en día? —dijo Blanche.

—Pero las palabras importan —intervino Leith—. Las nagas puede, o no, ser malvadas, igual que los dragones.

O que cualquiera en realidad. Eran serpientes, sí, pero tal y como vieron a otros elthean cuyos aspectos resultaban aterradores, en realidad eran mucho más afables de lo que las apariencias mostraban.

—Avira no quería negociar con ellas, pero es lo que haremos —dijo Finnian.

—Hay algo en este asunto que no huele nada bien —asintió Nero.

—Uno al que vamos directos —añadió Aer.

Si bien este había dejado de hablar, concentrándose para mantener el escudo, tanto él como los demás también estaban atentos por si hubiera cualquier otro tipo de interferencias. El espacio aéreo se encontraba libre por el momento, pero eso podía cambiar en cuestión de segundos.

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—Aunque… ¿Y si la princesa no miente? ¿Estamos seguros de querer llevarle la contraria? —dijo Rune.

No se trataba de una ciudad, de una manada o del Señor de la Calamidad. Estaban hablando de una monarquía, de un reino. Por Titanus, ¡eran a quienes todos acudían en la región de Hawell!

—Los Signos no tenemos reino —dijo Finnian—. Esto no es cuestión de tomar partido, sino de hacer lo correcto.

—Es posible, pero también debes pensar en lo que sucedería a largo plazo —dijo Ead—. Lo que hagamos en las próximas horas podría determinar quién se convierte en nuestro enemigo y quién en nuestro aliado.

Demasiado ciertas eran las palabras de su compañero frionach. Por eso mismo, sin que necesitaran hablarlo, decidieron centrarse en el trayecto y darse tiempo para pensar, incluso cuando allí hubiera poco que ver. Ni siquiera sentían la velocidad, ni la presión del aire, solo un descenso en la temperatura que solucionaron en menor medida por su magia.

—No tenemos todas las respuestas, ¿verdad? —murmuró Finnian, aunque por irónico que sonara, supiera la de esa misma pregunta.

—¿Estarías dispuesto a dar el paso y encerrar a todos esos elthean? ¿Por acercarte a nuestra misión y a la Orquídea Plateada? —dijo Blanche.

—Si no tenemos otra opción, lo haré.

Aquellas palabras salieron de sus labios con convicción. Las últimas semanas allí le habían dado una seguridad para hablar por él mismo que en el pasado carecía. Sin embargo, esa incertidumbre que habitaba en su corazón fue captada por sus amigos. ¿Era imposible ocultarles algo? Lo dudaba, pero ese apoyo era el que le hacía hablar, en lugar de centrarse tanto en sus problemas sin poder avanzar.

—La Princesa Avira solo dio su opinión, no lo que debíamos de hacer —le recordó Aer.

—¿Por qué crees que nos ha proporcionado con un antídoto? —añadió Leith.

Porque ellos tomaban sus propias decisiones. Quizás no compartieran la misma visión de los aurean sobre las nagas, y por ese motivo tenían posibilidades. Siempre existían, aunque tendrían que ser firmes con lo que decidieran.

—Quizás deberíais de pensar en lo que hacer una vez lleguemos allí —remarcó Nero—. Si hay que luchar, lo haremos, pero no lo sabremos hasta que estemos en Everground.

—Además, tampoco es que vayamos a verla tan pronto. La Orquídea Plateada está cada vez más cerca —exclamó Rune.

Casi tanto como su propio destino. Aquel era un paso más, un obstáculo en su camino al que pronto le pondrían cara. Esperaba mantenerse alejado de los colmillos, pero lo que estaba claro es que aquellos juegos de poder y de influencia iban más allá de su control. Tenía once años, ¿quien podría meterse en una situación así y saber cómo resolverla? Sabía como ser diplomático porque odiaba las peleas, ¡aunque no eran aspectos comparables!

—¿Quién será ese tal Anwil? ¿Un amor lejano? ¿El Guardián de la Orquídea? —dijo Blanche, tan pensativa sobre los presentes por lo que estaba por venir.

—Tengo curiosidad por saber qué contendrá el “mensaje” que nos ha dado —admitió Finnian.

—¿Has intentado analizarlo? Como has hecho con la canica —dijo Blanche.

—Creo que sería forzar un poco su confianza, ¿no?

—¿Y si es alguien de que no te puedas fiar? —dijo Blanche, alzando ambas cejas.

—¿En una dorean? Sabes que los malos no pueden entrar ahí, ¿verdad? —dijo Finnian.

—Claro, pero nadie es bueno al completo tampoco. ¿No crees? —dijo Blanche—. Incluso los guardianes de las dorean tendrán sus propios intereses.

Sus pensamientos fueron directos hacia Ailfryd y Lunaluz. El guardián distaba mucho de ser perfecto, en especial por esa tendencia de atacar primero y preguntar después. Podía deberse a las circunstancias, pero se trataba de un aspecto de su personalidad más. ¿En cuanto a Lunaluz? La segunda al mando a veces tenía tanta paciencia como para crearla una religión propia, mientras que otras parecía un auténtico volcán.

—Nadie es perfecto, pero no me entrometeré en algo así —dijo Finnian, encogiéndose de hombros.

—Como quieras. Era solo una idea, de todos modos —respondió Blanche.

Porque podía ser curioso, pero hasta él tenía sus límites, y si habían confiado en él para dicha tarea, no pensaría aprovecharse de la situación, incluso cuando otros lo hicieran.

—No es por asustaros, pero… —comenzó a decir Aer.

—Nunca empieces una frase así a tanta altura —respondió Nero tan rápido que sus palabras casi salieron como un proyectil.

—Nos estamos acercando a una tormenta. ¿Sabéis lo que significa? —dijo Aer.

Mientras estuvieran en el camino y bajo el escudo, permanecerían a salvo. Sin embargo, aquel temporal afectaría a Everground, lo que haría de su llegada bastante más difícil que si el cielo hubiera estado despejado.

—Esto no trastoca mucho nuestros planes —dijo Finnian, conteniendo el aliento—. Sabíamos que el descenso sería complicado.

—Ahora solo será un poquito más complicado —dijo Leith.

—¿Un poco? ¡Es una tormenta eléctrica! —exclamó Rune.

—Tendremos suerte si no nos convertimos en la cena de esas nagas. ¡Una rica barbacoa del equipo Signo! —murmuró Finnian.

¿Cómo podían superar un temporal así y no acabar electrocutados, por no hablar de heridos de gravedad?

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