《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 30.1 - Aquí llegan los aurean

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Un enfrentamiento directo contra Cinder estaba bien alejado de la realidad. Por mucho que el político quisiera mantener lo que tenía allí, sabía lo que supondría enfrentarse a ellos, en especial ahora que estaban tan cerca. Sin embargo, no hubo tiempo para más porque alguien interrumpió aquella reunión. Las grandes puertas se abrieron sin motivo alguno, dejando paso a un reducido número de elthean.

—¡Son los aurean! —exclamó Rune.

Se trataba de un grupo de doce elthean, la mayoría portando armaduras de tonos morados y ocres, cascos parciales que impedían apreciar sus facciones y con capas azules hondeando a sus espaldas. Avanzaban coordinados, cada uno portando armas como para enfrentarse a la criatura más horrible que pudieran encontrar en Elthea. Sin embargo, existían dos figuras que sobresalían de entre ellos y que iban por delante de los presentes. El de la capa gris resultaba similar a los demás, aunque igual debía de ser quien liderara al resto de guerreros. En cambio, la otra elthean resultaba sencilla de reconocer en cuanto se quitó el casco, o al menos para la mayoría de los elthean que estaban allí.

—¿Princesa Avira? —exclamó Cinder, incapaz de ocultar su sorpresa—. Disculpad que no fuéramos a recibiros. De saber que pensabais venir, os habríamos organizado una recepción digna de vuestro estatus.

—Corta el rollo, Cinder. ¿Qué te esperabas si los últimos mensajeros no han regresado a Aurean?

Para Finnian o Blanche, aquella elthean resultaba tan desconocida como si se pusiera una gran capucha y continuara la conversación así. De melena y piel oscura, sus ojos brillaban con un par de zafiros envueltos en llamas. Tenía unas marcas pintadas en su rostro, blancas y amarillas que centelleaban por la magia que se desprendía de ella. Portaba una armadura gris, oculta por una capa verde, cuyo material debía de ser distinto a otros metales, pues se adhería al ella como si fuera un tejido. De poderosos brazos y figura, tenía los puños apretados, aunque listos para desenfundar su arma, permitiéndoles ver que los mismos dibujos de su cara estaban allí. ¿Para qué servirían? ¿Serían parte de su cultura?

—Guau —murmuró Finnian.

—No dirás que te has enamorado —dijo Blanche.

—¿Quién entra en una sala así y logra que nadie la rechiste? —dijo Finnian.

—Una princesa digna de admiración —asintió Aer.

Elthean y Signo chocaron los puños, conteniendo las ganas de reír o sonreír. La princesa Avira de Aurean podía no ser conocida para ellos, pero sus compañeros no tardaron en informarles que era una figura respetada dentro de la región de Hawell. Siendo la heredera del trono, se negó a casarse o trazar ninguna alianza de dicho tipo hasta que la situación en Elthea estuviera resuelta. Quizás otros hubieran optado por hacerlo, tratando de darle esperanza y algo por lo que luchar, pero Avira prefería lanzarse a la pelea allá donde fuera necesario.

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—Sentimos interrumpir —comenzó a decir Rune.

—En realidad no —admitió Finnian, conteniendo las ganas de reír—, aunque nos encantaría enterarnos qué está sucediendo, Princesa Avira.

Reparando en ellos, una rápida mirada de Blanche a él, después siguiendo a los elthean, le susurró algo a su segundo al mando.

—Se dice “Su alteza real, Princesa Avira de Aurean” —murmuró Ead.

—No es que nos enseñen el protocolo en mi escuela —replicó Finnian.

Bastante educado había sido, dadas las circunstancias. Sin embargo, las explicaciones tendrían que esperar hasta que hubieran solucionado el asunto de Cinder. Avira alzó la voz, logrando no solo que sus guerreros se pusieran firmes, sino que los presentes reaccionaran del mismo modo.

—Guardias. Llevad a Cinder a las mazmorras. Hay asuntos que resolver por los que no tardará en responder —dijo Avira.

—¡Cometes un error! —exclamó Cinder mientras dos guardias le inmovilizaba.

—¿No me digas? —resopló Avira.

—Os arrepentiréis. ¿Quién creéis que ha logrado mantener a Calamidad lejos? ¿Y a las bestias de Everground? —continuó Cinder.

—Guau. ¿Es que hay un manual del villano que se lo pasan los unos a los otros? ¿Por qué no intentas ser más original? —dijo Finnian.

Tras golpear el suelo con el pie, Avira logró silenciar al antiguo Primer Ministro mientras se lo llevaban. Dudaba que fuera la última ocasión en la que se vieran, pero llegados a este punto, ¿para qué intentar adelantarse al futuro? Los siguientes minutos fueron extraños, pues no solo les pidieron que permanecieran allí, sino que la princesa comenzó a dar órdenes para conocer el estado actual de la ciudad. Convocó a todos aquellos cargos de importancia no solo con el propósito de informales de las novedades, sino porque pretendía enterarse de lo que Cinder había hecho en Kiyeira.

—No es que no nos guste esta intervención estelar, aunque ha sido tan oportuna como nuestra llegada —dijo Leith.

—Hay métodos para moverse rápido. Ya podéis haceros una idea de ello —dijo Avira.

Como el teletransporte o la creación de portales. Aurean contaba con recursos para algo así, y por lo que les explicó, tuvieron que emplearlos en aquel salto para llevarla hasta Kiyeira. Hacía semanas que no recibían noticias de Cinder, menos aún de los mensajeros que enviaron. El reciente ataque del Erosionador les impidió actuar con la antelación que les hubiera gustado, aunque al menos estaba allí.

—¿Es casualidad o es cosa del destino que nos hayamos encontrado aquí? —dijo Avira, observándoles con detenimiento.

—Podríamos decir lo primero, aunque estábamos cerca —dijo Finnian.

—Vimos lo que pasaba en la entrada y no pudimos marcharnos sin intervenir —terció Nero.

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—Aunque ignoramos qué habría estado haciendo Cinder, pero suponemos que nada bueno —dijo Blanche.

La mirada que le lanzó a ella fue extraña. Demasiado pausada y analítica. No hizo ningún comentario, pero hubo un silencio que nadie fue capaz de llenar hasta que la propia princesa lo rompió.

—Todo indica, y en cuanto haga un par de comprobaciones, que pretendía darle esta ciudad a Ariel si le convertía en su rey —dijo Avira.

—Típico. ¿A quién se le ocurre hacer un trato así con Calamidad? —replicó Rune, negando con la cabeza.

—Por eso controlaban a los que entraban o les quitaban sus armas —dijo Aer—. No era solo para garantizar la seguridad de Kiyeira.

—Si no para que nadie se opusiera a su mandato —dijo Ead.

Lo que Idelya les informó volvía a confirmarse, aunque ninguno comentó lo que averiguaron en el desierto. Ariel estaba determinado en conquistar Elthea y dejarlo bajo su mando, pero no se cerraba a la posibilidad de ceder terreno a cambio de voluntad. ¿Qué habría conseguido si hubiera aceptado en colaborar con él?

—No puedes saberlo —dijo Leith.

—Además, eres dueño de tus propias decisiones. ¿Por qué crees que insistía tanto en conseguir tu aceptación? —dijo Aer.

Quizás ellos recibieran su poder porque habían conectado, pero también se debía a que existía una relación de mutuo acuerdo. Eran compañeros, amigos. Aprendían los unos de los otros y se complementaban. No pretendían ser mejores que los demás, solo hacer lo que pudieran con lo que estaba a su alcance. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos ante la posibilidad de que Ariel supiera lo que ha pasado allí.

—La ciudad podría estar en peligro, es una posibilidad —dijo Avira—. Tanto vuestra presencia como la mía haría que pudieran venir a buscarnos, o al menos en cualquier otra ocasión. Aunque tal y como está todo ahora, ignoro lo que puede suceder.

Le gustaba que fuera tan franca con sus palabras como con su manera de expresarse, una opinión que sus compañeros compartieron.

—Sin embargo, y por mucho que me interese que continuéis con vuestra misión cuanto antes, no puedo permitiros utilizar el Camino de las Nubes —dijo Avira.

—¿Por qué no? Es curioso que nos vengas con eso ahora, en especial porque Cinder intentaba sobornarnos con un paso exclusivo —dijo Blanche.

—Y lo rechazamos —dijo Nero.

—No nos gusta ir por el camino fácil —dijo Finnian.

—Estamos más que acostumbrados en hacer frente a los problemas —asintió Aer.

Emplear las nubes les habría hecho adelantar mucho terreno, más que si hubieran montado sobre Leith. Sin embargo, aquellos caminos, incluso cuando no aparecieran en los mapas, tenían unas entradas y salidas que podían ser rastreadas. Bastaría con que Cinder hubiera dado el aviso a Ariel desde dónde habían salido, para que Calamidad solo tuviera que calcular dónde terminarían. Y al situarse tal al norte del continente de Mithra, las opciones se encontraban muy limitadas.

—Por suerte, no teníamos intenciones de permanecer mucho en Kiyeira —dijo Rune.

—Ni yo pretendo entreteneros más de lo debido —dijo Avira.

Aunque nadie decía tales palabras sin esperar algo a cambio.

—Tengo bastantes problemas entre mis manos como para añadir los vuestros —dijo la princesa—. Aunque sí me interesa conocer qué camino tomaréis.

—Es lo segundo que todo el mundo quiere saber de nosotros —replicó Finnian, mordiéndose el labio.

¿Tantas ganas tenían de controlarlos?

—De momento, iremos hacia el sur y puede que al este —dijo Finnian.

—Aunque no nos vendría mal que nos ayudarais. No con transporte ni escolta —dijo Nero.

—Si no que usarais vuestras redes para confundir a nuestros enemigos —dijo Rune.

No es que hubieran sido muy discretos desde que llegaron allí, por lo que la noticia no tardaría en volar a distintos rincones de Elthea sobre sus aventuras en Kiyeira. Sin embargo, bastaría con que otros les hubieran visto en diferentes lugares para que dicha información dejara de ser tan fiable. Convertirse en fantasmas no les facilitaría su misión, pero al menos evitarían que Ariel supiera con precisión dónde podía localizarles.

—Podéis contar con ello, aunque querría que dierais un mensaje. Visto lo visto, hay pocos en quienes podría confiar para algo así —dijo Avira.

—Creo que lo de mensajeros no es una tarea que se nos vaya a dar bien —admitió Leith.

—Aunque no nos negaremos —dijo Aer—, pero un poco de ventaja extra nos ayudaría mucho para mantener las apariencias.

Porque si pretendían seguir como si nada, debían solucionar el asunto de Cinder y proseguir su camino, todo en un periodo de tiempo demasiado reducido. ¿Quién había pedido días más largos? ¿Existía algún hechizo que les permitiera estirar más las horas? Porque mientras más iban hacia el este, más complicaciones iban surgiendo, y hasta ellos tenían unos límites que no podían pasar.

Sin embargo, la princesa sonrió, tan segura como que confiar en ellos era lo que debía hacer.

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