《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 29.2 - Un soborno rechazable
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No permitieron que Ephemer entrara porque se negó a darle sus armas. Aunque hubiera motivos para que desarmaran a quienes fueran a la ciudad, también resultaba una medida extrema con las que controlarles más. Someterse a la protección de un lugar que, por contradictorio que sonara, le impedía que se defendiera por sus propios medios ni tampoco les garantizaba su seguridad, les hizo pensar que había algo más en Kiyeira que lo que la superficie les ofrecía.
Pasó una hora hasta que, por fin, alguien del castillo llegó allí. No era nada más que un mensajero, el asistente personal del Primer Ministro, el elthean que había sido puesto para salvaguardar la ciudad por el reino de Aurean. Finnian no sabía mucho de política, pero sus compañeros no tardaron en explicarle que, si bien los Aurean eran quienes mandaban en la región de Hawell, aquel comportamiento distaba mucho de su manera de actuar normal.
—Siempre han abierto el diálogo, al menos con Ailfryd en el Galya —dijo Aer.
—Alguien aquí se está aprovechando de la inestabilidad —dijo Nero.
—¡A saber qué más estarán ocultando! —exclamó Rune.
Les habían solicitado que les acompañaran hasta el castillo, allí donde el Primer Ministro residía junto a su familia. Fue un acto amable, aunque no dudaron en recordarle que nadie más de autoridad saldría allí fuera, no a plena luz de la mañana y menos aún cuando con el descontento popular. Negarse ya no era una opción, por lo que terminaron accediendo por entrar en la ciudad.
—¿Armas?
—Guau. ¿Ahora te diriges a mí? —dijo Finnian con sarcasmo.
El capitán de la guardia arrugó el rostro, consciente que no había hecho ningún bien con su comportamiento previo. Con una sonrisa en los labios, Finnian hizo aparecer su bastón, el mismo que le servía tanto para apoyarse como para defenderse. Sin embargo, en cuanto hicieron amago de tomarlo, hizo que desapareciera de su mano.
—Ups —dijo Finnian sin un ápice de vergüenza—. Creo que nuestras cosas se quedan con nosotros.
—Quizás así se os quiten las tonterías de encima —dijo Blanche.
Y tras chocar las manos, procedieron a hacer lo mismo que aquel elthean realizó con ellos: ignorarle. No hubo advertencias ni consecuencias, o no por el momento. Un reducido grupo de guardias les hizo de escoltas, aunque no fuera por garantizar su seguridad, sino evitar que se salieran del camino.
Kiyeira no era esplendorosa como el Galya, pero no era pequeña. Para ser una ciudad cerca de la costa, aunque al lado de las montañas, cualquiera pensaría que eso les daba una ventaja estratégica y hasta económica. Las vistas desde los niveles superiores de la ciudad quitarían el aliento a cualquiera, o al menos si se centraba en el exterior. El interior dejaba mucho que desear debido a que la población era muy controlada, creando una tensión superior a la encontrada en el puente.
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—Sí supieran lo que les espera dentro… —comenzó a decir Finnian.
—Es probable que se dieran la vuelta —dijo Leith.
—Ni siquiera yo miraría atrás, no con este sitio —dijo Nero.
Había opresión, miedo e incertidumbre. Lo mismo que sentirían en el exterior se encontraba instalado entre esos muros, y todo por los que estaban en el poder.
—Los Aurean no permitirían algo así, no si pueden evitarlo —dijo Aer.
—¿Por qué estáis tan seguros? —dijo Blanche.
—Porque han visitado nuestro hogar —respondió Rune.
Por el Galya pasaban muchos elthean, y que ellos conocieran el cómo actuaban se debía a Ailfryd. Tanto Aer como Rune, e incluso Leith y Nero, dudaban que todo fuera tan sencillo. Cualquier líder comprendía que debían de hacerse sacrificios, aunque aquello tuviera otro nombre. Algunos elthean les observaban en silencio, pero otros más valientes les abucheaban. Puede que fuera a los guardias, un detalle que no sabrían ni podrían preguntárselo.
—¿De verdad merece la pena? —murmuró Finnian—. El arrebatarles a otros todo lo que tengan para que uno se enriquezca.
—Depende de a quién le preguntes, aunque este sitio no es donde querría venir de vacaciones —dijo Blanche, encogiéndose de hombros.
—Ni en ningún otro momento —dijo Ark.
Resumía el ambiente de la ciudad aquellas palabras dichas por un elthean que rara vez expresaba algo en voz alta, salvo que lo viera necesario. Llegar al castillo fue sencillo, incluso cuando estuviera tan protegido por sus guardias que ni siquiera ellos lo pasan por alto.
—Los muros son gruesos —dijo Nero.
—Entre los tres seríamos capaces de crear una salida —dijo Aer.
Entraron allí conscientes de que, si tenía que torcerse la situación, lo haría. No podrían saber cuántos elthean estarían en el castillo, por no hablar de los que llegaran la ciudad en su totalidad. Una pelea en Kiyeira sería comparable a la experiencia en Alder, pero hasta de algo así habían aprendido. En cuanto el asistente se marchó, en lugar de hacerles esperar, tal y como pensaron, les llevó a la misma sala del trono, un lugar demasiado frío para que cualquiera estuviera cómodo. Allí, dos hileras de guardias les abrieron el paso, mientras otras dos más se encontraban entre ellos y el llamado Primer Ministro.
—Así que vosotros sois los que tantos problemas habéis causado.
Se trataba de un hombre de voz suave que iba vestido con una túnica verde y marrón con bordados de oro. Sus manos estaban ocultas por sus mangas, aunque debían de estar unidas. Su rostro mostraba unos ojos almendrados y amarillos, y un bigote tan prominente que tendría que peinarlo todos los días. El resto de su cabeza, en cambio, no tenía ningún pelo, aunque sobresalían dos cuernos de aquel hombre que parecía una mezcla de cabra y serpiente.
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—¿Tienes nombre? —dijo Blanche.
—Por supuesto —contestó el Primer Ministro, asintiendo con lentitud— y conozco cada uno de los vuestros.
—¿Quieres que te demos un premio? —dijo Finnian.
—Cuida tus modales, Signo —le replicó uno de los guardias junto al Tío Lagarto.
—Entonces no interrumpas conversaciones que no te conciernen —dijo Aer.
—Calma, calma.
El Primer Ministro dio un par de palmas, buscando mantener el orden incluso allí. Que ninguno replicara debió de complacerle, aunque estaban lejos de llegar a un acuerdo. Aquel elthean no le entusiasmaba lo más mínimo.
—Mi nombre es Cinder. ¿Qué os trae hasta mi ciudad? Por lo que tengo entendido, vuestros enemigos no se encuentra cerca.
—Una casualidad —dijo Leith.
—Una afortunada, en realidad —añadió Finnian—. Hemos evitado que se diera un problema en la entrada de la ciudad.
—Aunque eso no pueda impedir que suceda otra vez —dijo Nero.
—Nosotros nos encargaremos. Lo hemos estado haciendo desde que el Señor de la Calamidad hizo su aparición —Cinder sonrió—. Sí os interesa, os concederé acceso al Camino de las Nubes. Es muy codiciado con estas circunstancias, pero cualquiera estaría dispuesto en facilitaros el paso hacia donde os dirijáis.
Ignoraba cuál era su objetivo, lo que les daba una ventaja. Pequeña, pero una al fin y al cabo.
—¿Tantas ganas tienes de perdernos de vista? —dijo Nero.
—Nero, ¿verdad? —dijo Cinder—. La derrota de Braunah y el resto de tu manada en Alder es algo que muchos han lamentado, aunque se estén recuperando bien.
La mención de su madre logró tensar al lobo, pero mantuvo la calma. Aquella no era una conversación normal, sino un choque en el que cada uno trataba de quedar por encima del otro.
—Así que por eso nos has traído aquí, ¿no? —dijo Aer.
—Nos invitas a tu castillo, nos ofreces acceso exclusivo al Camino de las Nubes —dijo Rune.
—Todo para que dejemos de darte problemas —dijo Leith.
—Nos preguntábamos qué pensaría la Reina Aurean si se enterara de todo esto —dijo Ead.
Quizás no les conocieran, pero eso no impedía que se marcaran un farol tan grande como aquel castillo. Cinder dejó de sonreírles, aunque mantuvo las apariencias y calma por lo que le convenía. Las actividades que estuviera realizando en Kiyeira debían de ser bastante más grandes de lo que ellos esperaron, incluso cuando no supieran lo que hacía aquel engendro.
—Vuestra misión es más importante que cualquier otra cosa —dijo Cinder.
—En eso te equivocas —dijo Finnian—. Estamos aquí para devolver el equilibrio a Elthea, no para mirar a otro lado. ¿De verdad creías que te dejaríamos seguir gobernando esta ciudad con puño de hierro?
Cinder entonces se tensó, los guardias reaccionaron a eso, guardando distancia para un posible enfrentamiento. Sin embargo, una posibilidad así no le asustaba, y no se debía a que los demás estuvieran de su parte, sino porque sabían lo que tenían que hacer.
—Lo siento, pero no aceptamos tu oferta —dijo Finnian—. Deja que otros utilicen el Camino de las Nubes. Aquellos que lo necesiten más, o que decidan besarte el culo.
—Tu insolencia será tu perdición —dijo Cinder, conteniendo la respiración y la rabia que llevaba dentro, aunque había sacado sus manos de las mangas, dejando ver unas uñas demasiado largas para que solo fueran un adorno.
—Es posible, pero la avaricia será la tuya. En cuanto Aurean se entere de esto, que lo harán, tus días de Primer Ministro habrán terminado —dijo Finnian.
—Esta ciudad me pertenece, y haré lo que quiera para mantenerla —dijo Cinder.
—Por Titanus, qué aburrido eres —resopló Aer—. ¿Creías que vendríamos aquí sin un plan?
Entonces Finnian tocó una de sus gemas djiinn, la cual había embrujado para que captara aquella conversación. Las últimas palabras de Cinder se vieron amplificadas por el eco de la sala, logrando que al gobernante le cambiara el color de piel por un verde completo. Lanzando un rugido, pelearse contra él habría sido un desenlace interesante, aunque no llegó a eso.
—Disfruta de tus últimos días por aquí —dijo Leith.
—Aunque no te pongas cómodo —dijo Rune.
—Antes de que te lo imagines, alguien vendrá a relevarte y arreglar las cosas por aquí —dijo Nero.
—Nos aseguraremos de ello, eso te lo prometemos —dijo Ead.
Quizás Cinder no les fuera a dejar tranquilos, de verdad les importaba poco aquello, aunque no confiarían en nadie como él, ni siquiera si eso les hacía las cosas más sencillas. Al fin y al cabo, estaban más que acostumbrados en ir por el camino complicado. ¿Por qué tomar un atajo que no les convenía?
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