《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 29.1 - Una ciudad cerrada
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Un nuevo día dio lugar a una despedida. Tanto Idelya como el resto de su grupo eran conscientes que permanecer más tiempo juntos les pondría en peligro. Quizás hubieran sido amables con ellos desde que se encontraron, aunque eso no impedía que miraran por su propia supervivencia, en especial por la recomendación que les dio Finnian. Puede que por ello, Idelya le diera un regalo de despedida, aunque no fuera tan misterioso como la lectura del día anterior. Se trataba de un pañuelo marrón y carmesí, con el símbolo de un pato plateado en sus extremos.
—Sin importar dónde vayáis, cualquier mercader lo reconocerá si se lo enseñáis —dijo Idelya.
—¿Qué significa? —dijo Aer, robándole las palabras y tan intrigado como los demás.
Que eran aliados. Tanto en Elthea como en cualquier otro lado existían personas que se ganaban la vida a costa de los demás, siendo pocos los comerciantes que podían considerarse como honestos. El clan de Idelya era uno de los segundos, y que tuvieran un token de aquel tipo les marcaba como compañeros. Puede que solo compartieran el camino durante un día, pero sus recuerdos no se desvanecerían.
—Es curioso —dijo Blanche. Ya se habían despedido de todos y todavía permanecían en el santuario. Finnian la miró de refilón, esperando a que terminara—. No te comportas distinto a como eras en la Tierra, o no del todo. Y haces más amigos que allí. ¿Por qué será?
Se limitó a encogerse de hombros, consciente que su respuesta no serviría de mucho. Al fin y al cabo, Blanche siempre se comportaba de aquel modo y no iba a intentar cambiarla. Una parte deseaba acabar con aquello para que cada uno continuara por su propio camino, aunque la otra posibilidad le alejaría demasiado de sus compañeros como para buscar algo así tan pronto.
Así, tras guardarse el pañuelo, continuaron su viaje hacia Kiyeira sin muchos contratiempos. El buen clima del día anterior había desaparecido, enfriándose conforme avanzaban, al igual que el cielo cubriéndose y adquiriendo un entre gris y blanco. La posibilidad de que el temporal empeoraba era una demasiado grande, aunque mientras más se acercaban a la ciudad, un nuevo inconveniente apareció frente a ellos. ¡Y en el sentido más literal!
—¿Qué está pasando aquí? —masculló Leith.
—No estarán regalando nada, ¿verdad? —dijo Finnian.
—Ojalá fuera solo eso —dijo Nero.
Con Ead adelantándose, pues bastaba con que dejara de brillar para que pasara casi desapercibido, aunque un poco de ayuda mágica nunca le venía mal. No obstante, Nero había visto suficiente como para entender más rápido que el resto lo que estaba sucediendo. Una gran fila de elthean buscaban entrar en Kiyeira, tan diversa como si de un catálogo de juguetes se tratara. Eran refugiados necesitados de asilo tras perder sus casas. Sin embargo, las autoridades de la ciudad tenían controladas las entradas disponibles.
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—Ahora me pregunto si de verdad sería buena idea avanzar más —dijo Finnian.
—¿Por qué lo dices? —repuso Blanche—. Somos Signos, es probable que nos dejen pasar para seguir con nuestros asuntos.
—Ya, como que siempre hemos tenido éxito con otros grandes grupos —dijo Aer.
Permanecer a una distancia prudencial tampoco les ayudaría. No estaban lejos de la ciudad, pero ignoraban cuánto tiempo tardarían en lograr que avanzara aquella fila. Podrían adelantarse, tal y como comentó Blanche, pero había más que ella no parecía percibir.
—La tensión está aumentando —dijo Rune—. Es lógico, aunque peor sería que hubieran cerrado las puertas a cualquiera que estuviera cerca.
—Hay que intervenir —dijo Finnian.
—¿Alguna idea? —dijo Aer—. Porque no sabemos qué está pasando dentro como para que controlen quien entra.
—Es posible, pero esto pasa por Ariel y el Erosionador, ¿no? —dijo Finnian, mirando a los presentes—. Nos afecta, aunque sea un poco.
Podía ser cierto que involucrarse en el modo que aquella ciudad gobernara no fuera asunto suyo, en especial por todas las implicaciones que tendrían. Ni siquiera él estaba seguro de lo que hacer, siendo la primera señal de que no debían de precipitarse. No obstante, el caos se propagaba, aunque no terminaba de explotar. Lejos de ser algo que se captara con los ojos, se asemejaba más a un niebla invisible que se extendía entre los refugiados.
—Haremos lo que podamos sin involucrarnos más de la cuenta. Lo importante es que nadie salga herido —dijo Finnian mientras continuaban avanzando hacia la ciudad.
—¿Por qué tienes esa costumbre de ir al peligro? ¿No deberíamos darnos la vuelta? —dijo Blanche.
—Esto no se trata de gritarles que nos dejen pasar, sino evitar el peor de los escenarios —dijo Rune.
—Aunque no pasaría nada porque alguien les pusiera firme —añadió Aer.
Lo que hicieran después de ello aún estaba por decidir. Regresar al camino hizo que varios se centraran en ellos, aunque menos de los esperados, pues alguien había iniciado una discusión. Antes de empezar el puente, quedando aún un largo trecho para poder entrar, vieron a unos guardias cercando a una figura. A simple vista se trataba de un humano estilizado con una armadura verde y un escudo en cada antebrazo. No se apreciaban más detalles de su persona, aunque una voz tan grave y fuerte llenaba el sonido ante la ausencia de otros.
—¿Hemos estado esperando tres días y ahora os atrevéis a cerrarnos la puerta en las narices?
—Kiyeira no puede aceptar a más refugiados —espetó uno de los guardias.
—¿Es que no tenéis compasión por los más necesitados? —exclamó el de la armadura verde. —¿Creéis que hemos venido hasta aquí porque nos encanten las vistas?
Habían perdido sus hogares, sus medios de vida. La posibilidad de continuar como conocieron hasta ahora no se encontraba al alcance de cualquiera. Lo que Armadura Verde estaba gritando era lo que muchos pensaban, la historia de los elthean que esperaban que aquellos muros pudieran ofrecerles cierta protección al dormir. Trató de apartar a varios guardias, abrirse paso hacia las grandes puertas que ahora se encontraban cerradas.
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Estaba perturbado, pero lo peor no era la escena que había montado. Los disturbios empezarían como alguien no interviniera, y serían los mismos que permanecían fuera los que acabarían sufriendo las consecuencias.
—¿Por qué no nos tranquilizamos todos? —dijo Aer, alzando la voz.
—Antes de que alguien salga herido —añadió Rune.
La pareja de elthean se habían adelantado, siendo seguidos por el resto a poca distancia. La mayoría les dejó pasar sin problemas, reconociéndoles casi al instante. Los susurros habían comenzado, cada cual murmullando comentarios de lo más distintos. Algunos creían que su presencia les brindaría la oportunidad de entrar en la ciudad, mientras que otros temían por su seguridad al tenerles cerca.
Uno de los guardias, el que debía de ser de mayor rango, pues su ropa era diferente al uniforme azul de los demás, contando con un blanco adicional entre sus colores, surgió de entre los suyos para hablarles, aunque no pudo apreciar otros rasgos de este con mayor exactitud. Ninguno de los presentes dejaba de estar tenso, listo para pelear ante la menor amenaza. Lo que hicieran a partir de ahora sería crucial.
—Esto no es asunto de los Signos. El gobierno de Kiyeira se reserva la entrada a los que considere un peligro, y eso os incluye a vosotros.
—¿Eres el capitán? —dijo Finnian.
Tras una rápida mirada a él y a Blanche, no solo le ignoró, sino que se dirigió al resto de su grupo.
—Deberíais marcharos antes de que se complique más la situación.
—¿Es una amenaza? —dijo Blanche, haciendo el amago para acercarse, pero siendo detenida por Finnian.
—No te lances. Es lo que quieren.
Podían ser considerados por algunos como los salvadores, los elegidos, aunque muchos les vieran peligrosos. Allí por donde fueran existía una posibilidad muy alta que el Señor de la Calamidad o cualquiera con malas intenciones les siguieran. Por mucho que intentaran restablecer el equilibrio de Elthea, no todos eran sus mayores admiradores.
Armadura Verde continuaba siendo el centro de atención, aunque aquella rabia y frustración que hasta ahora le había caracterizado se vio opacada. Quizás su intervención hubiera sido apropiada para que no hiciera algo de lo que se lamentaría más tarde, aunque estaban lejos de salir bien de allí.
—No estamos en contra de los Signos, sus compañeros o su misión, pero no tomaremos partido.
La manera con la que se expresaba era similar a la de un telegrama, o el típico estudiante que memorizaba la lección sin entenderla o compartirla. Tener tantos espectadores le ponía de los nervios, aunque tampoco podían darse la vuelta. Las ganas de contestarle al guardia no se le iban, por no hablar que sus compañeros estaban tan disgustados como él.
Inspirando hondo, acortó la distancia con Aer y Rune, para poder llegar a Armadura Verde. Los guardias se tensaron, aunque no sacaron sus armas, pero no dudarían en hacerlo. Entonces, tras pronunciar una sonrisa, le preguntó al que tanta polémica había generado:
—¿Cómo te llamas?
—¿Yo? —el elthean titubeó, y al ver que asentía sin alterarse, terminó por añadir—. Ephemer.
—Encantado, Ephemer. Yo soy Finnian.
Tenderle la mano resultaba un gesto absurdo en una situación así. Sin embargo, había logrado pillarle desprevenido, e incluso Ephemer accedió ante un gesto así. Bastó su contacto para percibir un miedo y una desesperación que llevaban allí durante poco tiempo, pero había calado hasta lo más profundo de su ser.
—¿Por qué no vuelves con los demás mientras nosotros nos encargamos de esto? —dijo Aer, apareciendo a su derecha.
—Haremos lo que podamos, tienes nuestra palabra —dijo Rune.
Aunque no estaba convencido, que no le hubieran atacado decía bastante más de ellos que de los guardias de Kiyeira. Sin embargo, sacar conclusiones no era su cometido, al menos no llegado a esas alturas. Ephemer terminó por asentir, no muy seguro ya de abrirse paso ante una ciudad que no quería recibirle. Entonces, siendo seguido por sus compañeros, avanzó hacia el conjunto de guardias que no apartaban la mirada.
—¿Quién es el que da las órdenes? —dijo Finnian.
Una vez más, el mismo que estaba al mando volvió a ignorarle, contestándole al resto que debían de marcharse una vez más. Sin embargo, la intervención de Ead fue tan oportuna que parecía planeada.
—Sí no te vas a dirigir hacia él, busca a alguien que pueda hablarnos a todos nosotros —dijo el frionach.
—Porque no nos iremos a ningún lado hasta que vuestro jefe venga aquí —dijo Nero.
Y por el aplauso colectivo que hubo a sus espaldas, supieron que habían intervenido en algo que igual no les afectaba por completo. Porque si aquello nacía por la presencia de Ariel o el Erosionador, entonces debían de hacer todo lo posible para que menos vidas se perdieran en el proceso, daba igual si al gobierno de Kiyeira le gustaba o no.
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