《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 25.1 - Reunidos en el oasis, ¡por fin!

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Estaba perdiendo la noción del tiempo, incluso cuando apreciara con sus ojos cambios en el cielo, ofreciendo mayor claridad que la que tuvieron en las ruinas. Quizás se debiera a que apenas había podido dormido, puede que todavía su cuerpo estuviera cargado de adrenalina, pero la realidad era que ansiaba el instante en el que llegaran a aquel oasis para un merecido respiro. No obstante, antes tenían asuntos del que hablar, y aunque estuvieran separados, podía percibir cómo Aer y Leith se encontraban atentos al relato que Rune y Nero le contaban.

—Después de que Calamidad se marchara, no destruyó a la manada —explicó el lobo.

La Dulce Serenata les mantuvo inmovilizados y los pocos esbirros que permanecieron allí pretendían darles una buena paliza. Según comentaron, resultaba mucho más efectivo que otros elthean vieran lo poco aptos que eran los Signos para su misión, ofreciéndoles una nueva alianza que les cambiar ala perspectiva. No obstante, tal y como les aseguró Nero, la manada tiene su propia manera de pensar.

—Aunque el daño ya estaba hecho —continuó Rune.

La moral se encontraba baja, en especial por cómo fue su asalto a Alder y cómo terminaron las cosas. Por mucha determinación que tuvieran para hacer frente a los problemas, vinieran de Calamidad, el Erosionador o cualquier otro, ver a dos Signos tan indefensos como ellos hicieron que su fe se tambaleara.

—Varios lobos culpan a mi madre y a su error de juicio, aunque ninguno se atreve a asumir su responsabilidad cuando todos estuvieron de acuerdo en un ataque así —añadió Nero.

Sí ya comprobaron cómo de volátiles eran algunos, no dudaban que cualquier cosa podía suceder con ellos de ahora en adelante. Aunque Braunah comprendió rápido que no se rendirían y perseguirían a Ariel para liberarles, que Nero se uniera fue algo que muchos no recibieron con buenos ojos.

—Unos lobos de mente cerrada, eso es lo único bonito que se me ocurre sobre ellos —exclamó Aer sin contenerse con sus pensamientos.

Traidor, desertor. Palabras así surgieron de Rune, aunque su nuevo compañero no quisiera expresarla. A pesar de tener fama de solitario, de preferir trabajar a su ritmo, escuchar cosas así nunca eran agradables. Sus madres no se opusieron a que se marchara, aunque no estaban encantadas con que su hijo fuera el compañero del mismo Signo que las había fallado.

—Fueron sus comentarios, no los míos —le aseguró Nero.

—No me hubiera importado ver la cara que se les habría quedado —admitió Finnian.

Sería por lo menos como un puzzle, pero el tiempo no estuvo de su lado como para centrarse en algo así. Seguir su rastro fue sencillo, en parte porque Calamidad no se molestaba en ocultarlo salvo que pretendiera algo, tal y como sucedió en Alder, aunque también por él. El vínculo permaneció intacto incluso en la distancia, haciendo se centraran menos en el camino a que seguir y más en no acabar sin energías. No se rindieron porque él no lo hacía, y aunque no pudieran comunicarse como estaban haciendo, eso no les hizo perder la esperanza.

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De ese modo, entraron en aquel desierto, más conscientes que el propio Finnian lo peligroso que era el lugar.

—Encontramos a Pyla y Grannus por pura suerte —admitió Ead.

—Por no hablar del gusano o los elementales —dijo Aer.

En realidad, la suerte tenía poco que ver, o eso se limitó a añadir Leith. Los dragones del desierto, Pyla y Grannus, formaban parte de un grupo que no estaban lejos del paso de Calamidad y que tampoco tardaron en interceptarles. No todos querían interponerse ante un enemigo así, aunque estaban lejos de ayudarles en su senda de la destrucción.

—Además, conocen este sitio tan bien como sus habitantes. Intuyeron hacia dónde os dirigíais y supusieron que Ariel desconocía lo que había dentro de las ruinas —dijo Rune.

Una civilización que vivía bajo el desierto, para ser más precisos. Los elementales no estaban allí para ayudarles, sino para impedir que un elthean como el león entrara en su dominio. Sobrevivieron a su enfrentamiento contra Ariel, lo que denotaba una fortaleza superior a la de muchos ethean, aunque desconocían sus habilidades y tampoco querrían saber de qué eran capaces. El gran gusano era una fuerza similar a los elementales, dejando a un lado sus intentos por engullir a su enemigo.

—Y aun así, no estamos fuera de peligro —dijo Nero.

La manada no se adentraría allí, pero lidiarían con ella en un futuro no muy cercano, teniendo un resultado que no podían predecir. Lo mismo podrían decir de los habitantes del Ikeleia, tan desconocidos para ellos que ignoraban de qué lado estarían o sí les ayudarían a salir de allí. Lo que les llevaba al por qué de ir separados.

—¿Sabes por qué Ariel se marchó de esa manera? —dijo Aer, aunque sus compañeros no tardaron en escuchar su negativa—. Porque percibió un arranque de energía de gran nivel.

—¿El Erosionador? —murmuró Finnian—. ¿Por qué no pude sentirlo también?

—Creemos que se debe a que estabas agotado —explicó Rune.

Sin embargo, había duda en sus palabras, casi como si no expresara lo que en verdad estaban pensando. Incluso sin poder hacer magia como siempre, el captar cosas así debería de ser tan sencillo como el respirar.

—También porque igual Ariel te hizo algo mientras estabais cautivos —dijo Ead.

No les había hecho daño, ni siquiera permaneció con aquellas esposas mágicas que le pusieron en un principio. Quería creer que se habría dado cuenta, aunque nunca se podía estar seguro del todo, ¿no? Separarles sería una manera de averiguarlo, algo que Aer y Leith ya le habían explicado a Blanche, quien se mostraba tan agotada como él. Todos necesitarían recuperarse para asegurarse si estaban libres de hechizos o no.

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El desierto se habría conforme avanzaban, dejando atrás las ruinas, aunque no tanto como a Finnian le hubiera gustado. El ambiente ya no era tan fresco como antes, avisándoles de lo que el sol les ofrecería una vez saliera por completo. El viento, mezclado con la arena, hacia complicado que se centrara en otros sonidos, ni siquiera cuando sus compañeros dejaron de hablar para acelerar el paso y mostrándole una nueva visión.

Tan perdido como si su brújula interior estuviera rota, aquel oasis logró quitarle el aliento. Palmeras y vegetación de lo más diversa se veía en la distancia, ofreciendo un refugio que cualquiera en aquella caja de arena lo verían como un auténtico tesoro. Sin embargo, lo más interesante eran los monolitos de piedra gris a una distancia prudencial de su interior, indicando los límites del oasis y el escudo protector del santuario.

—Los demás nos esperan dentro. Venga, vamos —le urgió Rune, dando un brinco del lomo de Nero, al ver cómo Aer y Leith ya habían atravesado la barrera.

Aunque eso no le hizo reaccionar. Se mantuvo allí delante con los pies hundidos en la arena, saboreando algo más que la aridez del desierto. Aquel momento no era solo de calma donde nadie buscaba secuestrarle, atacarle o pedirle algo, sino uno en el que por fin podía respirar tranquilo. Nero avanzó siguiendo los pasos de Rune, para después ladear la cabeza y mirarle:

—¿Saboreando el momento? —dijo el lobo de ojos carmesí.

—Más o menos —admitió Finnian—. Es la primera vez que estoy en un desierto… y en un oasis.

—Yo también, pero… No te dejes engañar por las apariencias y entra.

Tras un rápido intercambio de miradas, y mientras el lobo no se apartaba de su lado, ambos atravesaron la barrera. Lo que hasta ahora vio del oasis cambió, dejando atrás aquel espejismo de algo que se parecía, pero era mil veces mejor. Grandes palmeras de hojas doradas eran las protagonistas que brillaban con el amanecer, ofreciendo una visión tan hermosa como el mismo Galya. Sin embargo, lo que más llamó su atención y le hechizó los sentidos fue el gran cristal azul que había en el centro del oasis. Por encima del agua, el fulgor cerúleo no resultaba molesto a la vista y en cuanto se acercó, comprobó que era de él de donde surgía el fluido elemento.

—¿Todos los oasis tienen este aspecto? —murmuró Finnian sin poder contenerse.

No iban a saberlo y a estas alturas tampoco hacía falta. La calma de aquel lugar resultaba fascinante y si a eso le añadía el ver a Aer y Leith cambiar de forma, la presión que tenía encima por fin se esfumó. Le abrazaron con tantas ganas que hasta él hizo lo mismo, sintiendo algo más que cansancio pasándole factura.

—Podría dormir una semana —murmuró Finnian en cuanto se separaron. Sentarse allí fue distinto a permanecer en el tráiler, aunque igual se debiera a que ya no estaba atrapado.

—No eres el único —admitió Aer, soltando una carcajada nerviosa.

—¿Estamos seguros? ¿De verdad? —dijo Blanche, todavía no muy convencida—. ¿Ni el Ariel ni el Erosionador podrán entrar aquí?

—Es un santuario. Nada malo puede suceder mientras permanezcamos dentro —les recordó Ead.

—Además, conocimos a Calamidad cuando estábamos en otro —dijo Rune—, y aquí no será distinto.

Esperaban que así fuera, pues el universo parecía estar dispuesto a probarles que se equivocaban. Bastantes problemas habían tenido como para verse en más, y al menos allí, tras juntar sus pedazos de historia, pudieron respirar tranquilos mientras hacían un desayuno demasiado pronto para lo que estaban acostumbrados.

—Entonces, en cuanto Nero pudo levantarse gritó “Tenemos que rescatarlos, cueste lo que cueste” —dijo Aer con voz grave, fingiendo la voz del lobo.

—Yo no hablo así ni en broma —se quejó este.

—Claro que si —añadió Rune, riéndose con los demás.

—De los cuatro, eres el más grande —dijo Leith, señalando lo evidente.

—¡Pero no hablo como si estuviera resfriado! —dijo Nero, sacudiendo la cabeza, para después ceder a la risa que tanto se había contagiado entre ellos.

Un momento tan épico que le habría encantado verlo, aunque no a esas alturas. Ni siquiera supo el momento exacto en el que acabó tumbándose, dejándose encantar por el sueño, haciendo que su única preocupación fuera si estaría cómodo allí o no, y por el momento, nada iba a perturbarle, ni siquiera una hormiguita.

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