《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 24.1 - Temblores en la tierra

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En algún momento de la madrugada logró por fin dormirse. No por completo, tampoco con tranquilidad, pues no confiaría en Ariel a pesar de que les hubiera desvelado parte de su plan. Sin embargo, la noche le podía, y algo más que el esfuerzo de infiltrarse en Arden le hicieron cerrar los ojos, dejándose llevar por el cansancio.

De hecho, hasta ignoró el momento exacto en el que entraron en el Desierto Ikeleia. No sabía nada de aquel lugar, pues se alejaba mucho de la ruta trazada en su mapa. Tampoco es que Ariel les permitiera ver lo que había en el exterior. Su tráiler parecía ser un mundo alejado de la realidad, aunque había cámaras para asegurarse que nadie les estaba molestando. La luz artificial no les daba respiro, pero al menos la presión que le impedía pensar con claridad dejó de ser tan constante. Continuaba allí, igual que el peligro, pero no podría hacer nada para remediarlo.

—¿Has tenido dulces sueños? —se burló Ariel.

—Solo hasta que te he escuchado hablar —dijo Finnian.

—¿Mi voz te resulta molesta? —dijo el león con fingida preocupación.

—Siempre hay una primera vez para todo, ¿no? —dijo Finnian, rodando la mirada. Al ver que Ariel le observaba con cautela, negó con la cabeza—. No creas que las cosas han cambiado. Ayudarte no entra ni entrará en mis planes.

—Lo harán, tarde o temprano cederás —dijo Ariel con voz cantarina.

Aún era de noche, lo que resultaba un alivio. Incluso después de pasar varias horas allí encerrado, cualquiera podría perder la noción del tiempo. Bastó con ver una de las cámaras para comprobar la cantidad de arena que les rodeaba, todo mientras iban a unas ruinas donde nadie les molestaría, o eso esperaba Ariel. En cuanto se detuvieron, soltó un resoplido de alivio, agradecido porque al menos no tuvieran que continuar sintiéndose como si estuvieran dentro de una batidora.

—Nunca acaba bien dejar a alguien en medio de la nada. Cualquier cosa puede suceder —dijo Finnian con sarcasmo.

—Esa es la idea —dijo Ariel.

—¿Nos vas a dejar solos? ¿En medio de la nada? —bufó Blanche.

—Tienes a tu compañero. Podrías hacer algo en lugar de recurrir a los demás para que se ensucien las manos —dijo Ariel.

Hubiera aplaudido en cualquier otra ocasión, pero decidió que mantener el silencio sería lo mejor. La Signo se mostró indignada y al mirarle a él, Finnian se limitó a encogerse de hombros. Ariel apenas había necesitado un par de horas para conocerla mejor que la mayoría, y si a él le fastidiaba que siempre encontrara una excusa para que otro hiciera el trabajo, ¿cuándo empezaría a luchar a su lado?

De todos modos, el sistema que los esbirros de Ariel instalaron se alejaba mucho de ser una trampa convencional. Además, según lo que les escucharon, la temperatura del Ikeleia era muy extrema: heladas por la noche, aunque no para convertir aquello en un desierto de hielo, y un calor abrasador siempre que hubiera sol. El sitio perfecto para tender una emboscada, vaya.

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¿Quién más querría entrar en un lugar así? Entonces, tras prepararse, vino la advertencia. Podrían estar a campo descubierto, pero no les había liberado ni tenía intención de hacerlo. Cualquier hechizo u objeto podría ser detectado, incluso aunque lo escondieran. Si durante el viaje le utilizaron para dejar un rastro que pudiera ser seguido, lo que buscaban era crear un lugar donde supieran donde está, aunque no lograra alcanzarlo a plena distancia. Intentar escaparse solo haría que Ariel interviniera para impedírselo.

—No os preocupéis, tampoco permitiré que os suceda nada malo. Podéis considerarme vuestro ángel guardián —dijo Ariel, haciendo una reverencia demasiado larga.

—Sobre todo eso —replicó Finnian, poniendo los ojos en blanco—. Muy reconfortante.

Habían acabado cerca de unas ruinas, allí donde la tierra no les devoraría ni tampoco les ayudaría para esconderse. La posibilidad de internarse en el enorme túnel, desconociendo si de verdad habría una salida, ni siquiera resultaba una opción tentadora, no cuando podría ser peor lo que encontraran allí. ¡Tan ingenuos no eran!

—Esto es una locura —murmuró Blanche.

—De principio a fin. Tengo dudas de si esta trampa es buena idea, o de si funcionará y atraerá al Erosionador —admitió Finnian.

—¿Bromeas? Algo se acerca a nosotros, lo he sentido desde que nos dejó salir —dijo Blanche, alzando una ceja al mirarle.

Una fuerza arrolladora, casi comparable con una tormenta, aunque el cielo de la noche se encontrara despejado, al contrario que sus pensamientos. El poder que desprendía aquel desierto incluso a aquellas horas le hacía poner en duda si lo que veía o percibía no era un espejismo.

—Aunque mala idea no es —continuó Blanche, pensativa por un instante—. Aquí no se acercaría cualquiera, y si acabaran con nosotros, pocos querrían comprobar si seguimos de una pieza, no con el espectáculo que ha montado.

Ariel quería que todos supieran que habían estado allí. Los focos de luz iluminaban aquello como si se tratara de un campo de fútbol. Hasta marcó el camino hacia ellos, siendo nada discreto aquel encuentro. Puede que a simple vista solo estuvieran ellos moviéndose con libertad, pero en realidad había camuflado su tráiler y al pequeño grupo de esbirros que le acompañaba, haciéndolo tan aterrador como el propio Erosionador. Solo podía usar ilusiones para hacer de aquello un plan eficaz.

Nada sucedió durante una hora, tampoco cuando el cielo comenzó a dejar de mostrar una oscuridad infinita. El mantenerse allí al descubierto les hizo frotarse los brazos y moverse lo que podían, tratando de entrar en calor. Entonces los focos parpadearon haciendo que ambos se incorporaran de un salto justo cuando su mundo comenzó a temblar. La arena se removía cuál oleaje, amenazando con devorarles a ellos y a las ruinas si continuaba allí más tiempo. Aquel evento no podía ser más oportuno.

—Por casualidad no le saldrán alas a Ark al evolucionar, ¿no? —dijo Finnian, conteniendo el aliento—. Algo así nos vendría de miedo ahora mismo.

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—Ojalá, pero no vamos a tener esa suerte —dijo Blanche, señalando al propio desierto.

De las ruinas surgieron dos grandes figuras de piedra que no se veían afectados por el terremoto ni eran los causantes de ello. En la noche pudieron distinguirlos con dificultad, pero en su robusto cuerpo brillaban venas doradas, igual que sus ojos. Sin embargo, no eran los únicos que habían aparecido, pues un dragón de considerable tamaño surgió de la tierra justo cuando un colosal gusano entraba y salía de ella formando remolinos allí por donde aparecía.

Era imposible poner un pie fuera de las ruinas en busca de alguna vía de escape.

—¿No me dijiste tú que saldríamos de esta? —dijo Blanche—. Porque esto no pinta nada bien.

—Vaya, no me había dado cuenta. ¡Gracias por señalar lo evidente! —exclamó Finnian.

¿Ese era el fruto de lo que Ariel había atraído? ¿Criaturas del desierto que apenas les servirían como un aperitivo? Sin embargo, por mucho que aquella visión le impresionara y aterrara a niveles desproporcionados, hubo una esperanza que continuaba en su corazón y se extendía por todo su ser.

—¿Finnian? Estamos muy cerca. ¡Aguantad!

Soltó una carcajada, quizás por los nervios que no le abandonaban, pero fue escuchar la voz de Aer y percibir al resto cada vez con mayor claridad para dejar de preocuparse por lo que les rodeaba.

—¿Has perdido la cabeza? ¿A qué viene tanta risa? —dijo Blanche, soltando un bufido—. ¿Vamos a morir y tienes que ser tú lo último que escuche?

—Confía en nosotros, ellos no son el auténtico peligro.

¡Esa era la voz de Rune! El pulso se le aceleró, una sonrisa nació en su rostro, consciente de que tanto esfuerzo había. Hasta Blanche le miró con su habitual extrañeza, contemplando lo que había cambiado a su favor. Incluso Ariel, consciente de aquella variación tan súbita, no tardó en abandonar su camuflaje, aunque no estaba cerca de ellos como para ponerles la garra encima.

—Una hazaña increíble, pero tus compañeros no pueden contra mí. No lo hicieron antes, ni tampoco lo harán ahora —dijo Ariel, caminando con decisión hacia ellos incluso con unos temblores que lograrían sacudir a cualquiera.

—Lo dice el que estaba seguro y oculto en las sombras —se mofó Blanche mientras se acercaba a Finnian.

—Un problema insignificante que no altera mis planes.

—¿Eso crees? —dijo Finnian—. ¿Sigues pensando que tienes todo bajo control?

—No te hagas el listillo conmigo. No te funcionará —le aseguró Ariel.

—¿Finnian? Soy Ead. Salid de las ruinas. Confía en nosotros.

¿Qué confiaran en un colibrí charlatán para que saltaran a una arena que se movía como el propio océano? ¡Mejor eso que permanecer con esa estrella de rock!

Finnian retrocedió, consciente de que Ariel no iba a dejarlos marchar y recurrió a lo primero que se le ocurrió. Sus ojos captaron como Ariel se multiplicaba, creando copias de él mismo para cercarlos. Eso era lo que prepararon, unos hilos de ilusiones tan convincentes que incluso el Erosionador dudaría de dónde se encuentran ellos o su enemigo. Algo así estaba diseñado para engañar a los sentidos, en especial a la vista.

—Cúbrete la cara —le dijo a Blanche.

Creando una pequeña esfera de energía en cada mano, las lanzó directos hacia arriba, allí donde los espejismos estaban. Una lluvia de luz distorsionó todos aquellos que no eran reales, haciendo que desaparecieran en cuestión de segundos para dejarles ver solo al original. Era una variación de un hechizo sencillo y para nada ofensivo. Se lo enseñaron Aer y Rune para alumbrarse cuando lo necesitara, aunque eso no implicaba que dejara de ser útil en situaciones como aquella. Esto les dio el tiempo necesario para salir corriendo sin escuchar las quejas de su amiga por una vez. Y aunque el miedo a hundirse en la arena permanecía firme bajo sus pisadas. Es más, mientras el resto a su alrededor se movía de manera constante, allí donde ellos corrían se abría un camino seguro.

—Los Elementales del Desierto os darán más tiempo. ¡Seguid corriendo! —exclamó Leith.

Más golems (bueno, Elementales) habían surgido de las ruinas y atacaban a Ariel. Aer, Rune y Leith aterrizaron varios metros más allá sobre una duna, lejos de los remolinos y de los dragones que les dieron paso seguro. Ninguno de sus compañeros había retrocedido de nivel, lo que era tan reconfortante como los aliados que les ayudaban. Y junto a ellos también estaba Nero, con su pelaje azul y blanco brillando con los colores de la noche.

—¿Estáis bien? —sonrió Aer, hincando una rodilla en el suelo para verlos mejor.

—¿Tenéis todos vuestros brazos, piernas y dedos? —añadió Rune, observándoles con rapidez.

—¿Podéis dejar las preguntas tontas para más tarde? —dijo Blanche, casi escupiendo sus palabras—. Calamidad nos persigue. ¡Marchémonos de aquí!

El Erosionador no estaba allí, ni siquiera Ariel se había esperado una entrada tan triunfal de sus compañeros. Le entendieron al instante, y hasta Nero se unió a ellos. Los cuatro elthean se colocaron delante, justo en la dirección de Calamidad. Este lanzó un gruñido sin molestarse en reparar en los elementales, el gusano gigantesco o los dragones.

Y entonces, tras un rápido vistazo, la batalla no comenzó. No era como la visión que tuvo al llegar a Elthea, aunque la sensación de peligro resultaba similar. Ignoraba qué le deparaba el futuro, pero no estaba en aquella caja de arena ni con un león demasiado charlatán para su propio bien.

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