《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 19.2 - Batalla contra los Fantasmas Gominola

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Del mismo modo en el que su alrededor cambió ante aquella aparición, se vieron rodeados por elthean que a simple vista parecían fantasmas gominolas. Gordos, casi podría añadir esponjosos y de tonos azules, violetas, verdes y amarillos que se multiplicaban tan rápido que les era imposible contarlos. ¿Sería una trampa de Ariel? ¿O quizás el Erosionador había cambiado de manera de actuar y había regresado para terminar el trabajo? Fuera cual fuera, no podrían averiguarlo si les derrotaban. En cuanto se vieron cercados, Blanche retrocedió, poniéndose justo detrás de él mientras abrazaba a su compañero.

—No te asustarás también, ¿verdad? —dijo Rune, lanzándoles una rápida mirada.

—Estos no saben de lo que somos capaz—dijo Leith, soltando ascuas por el hocico.

—Les daremos una paliza y los mandaremos directos a su casita —exclamó Aer chocando los puños.

Estaban juntos en esto, y no sería la última ocasión donde tendrían que luchar en lugar de esconderse. Reaccionando a la situación o puede que por instinto, el colgante de Finnian brilló, respondiendo a su llamada. Los tres elthean se vieron envueltos en luz, cambiando de forma al instante, tan listos como él para combatir. Entonces, la que antes le usó como escudo humano redujo la distancia, observando aquel espectáculo con detenimiento.

—Los tres… Los tres han evolucionado. ¿Cómo es posible? Se supone que los Signos no pueden tener más de un compañero —dijo Blanche de golpe, apenas conteniendo el aliento.

—Él no es un Signo cualquiera —exclamó Aer en su forma de ángel, lanzándoles una sonrisa mientras invocaba su báculo dorado.

Los fantasmas atacaron, lanzándose contra ellos como si quisieras aplastarlos o ahogarlos con su dulzura. Algunos expulsaron proyectiles de su boca, mientras que otros lanzaban bolas de ectoplasma de diversos colores, aunque no se les acercaban. El fuego de Leith las destruía al instante, Rune las desviaba con sus alas y embestía con sus grandes cuernos, creando un espectáculo demasiado similar a los fuegos artificiales que en cualquier otra situación les habría aturdido.

El encontrarse justo tan cerca de la pelea habría logrado en el pasado que sus sentidos se sobrecargaran con cada acción que realizaban, pero por primera vez se sentía en sintonía con lo que hacían. Quizás no era capaz de seguir con todo detalle cada cambio que sucedía a su alrededor, pero ni mucho menos acabaría sin sentido como en otras ocasiones. ¿El lado negativo? No tardó en llegar a la conclusión de que, por muchos que destruyeran, otros ocupaban su lugar. Desligándose de sus compañeros, se multiplicaban más rápido de lo que se deshacían de ellos, e incluso sus ataques comenzaron a acercarse a Blanche y él con más frecuencia de lo que les hubiera gustado.

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—Puedo producir un pequeño escudo, aunque no sé si aguantaría demasiado —susurró Blanche.

—Conserva tus fuerzas, dejanos esto a nosotros —dijo Finnian, alzando su pulgar con decisión.

Después, dirigió la misma mano hacia la cintura, justo en el cinturón donde había enganchado el bastón que le regaló Lelile. A simple vista estaba oculto por su cazadora, pero fue suficiente con sacarlo para que se ampliara, convirtiéndose en algo más con lo que apoyarse. Había visto a Aer en varias ocasiones luchar con un arma así, recordaba la manera de agarrarlo y moverse, aunque no fuera a lanzarse a la pelea con los demás.

—No has perdido el tiempo desde que apareciste aquí, por lo que veo —señaló Blanche.

—Tenemos que ponernos al día —dijo Finnian, pronunciando una ligera sonrisa.

Ignoraba cuánto habría tenido que pasar ella para llegar hasta allí, aunque no dudaba que fue tan peligroso como su travesía. De todos modos, el problema que les rodeaba se extendía conforme pasaban los minutos. Aer empleaba su bastón para desviar los proyectiles de ectoplasma, del mismo modo que Leith escupía fuego o Rune hacía bailar sus plumas para evitar que les golpearan. Que él se hubiera sumado a la lucha, aunque fuera para defenderse, les permitía moverse con algo más de libertad al no tener que centrarse de manera exclusiva en la defensa. Puede que no fuera un maestro de usar un bastón para reflejar los proyectiles, pero en la mayoría de los casos bastó con usarlo a modo de raqueta para evitar que les hicieran un bonito agujero en el torso. Pero el número aumentaba allá donde eran derrotados, aunque la única excepción era el ángel. Su energía dorada parecía ser capar de extinguir su existencia al completo.

—¿Por qué solo él y las demás no? —murmuró Finnian.

Fuego, aire, luz. Aunque la magia se limitaba a energía, a manipularla y darle forma de diferentes modos y con métodos variados, la lógica le decía que el poder sagrado de un ángel debía de ser fundamental en aquella batalla. Sin embargo, era uno frente a muchos, y salvo que se le ocurriera algo rápido, a saber cuál sería el resultado.

Una nueva tanda de proyectiles fue directos hacia ellos. En cualquier otro momento sus compañeros habrían acudido a defenderles, pero ambos tenía la seguridad de que no sería en aquella ocasión. Empleando ambas manos para hacer girar su bastón, una barrera frontal apareció justo delante que apenas les cubría a Blanche y a él. Apretó los dientes, sintiendo cómo cada golpe le restaba eficacia y arrebataba energía. Entonces, antes de recibir el último, trazó un tajo en el aire que fragmentó el escudo, convirtiéndose en una lluvia de agujas que hizo explotar aquellos que se centraban en ellos.

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—¿Finnian? Sé que puedes oírme. No trates de hacer nada que despierte demasiado el interés en ti.

La voz de Ead era inconfundible, aunque fuera de mente a mente. El pequeño colibrí estaba a su lado sin perder de vista la batalla, haciendo que aquella conversación pasara desapercibida ante cualquiera que no pudiera escucharles.

—¿Por qué no?

—Confía en nosotros —dijo Ead—. Has creado esa barrera y su magia se ha centrado en vosotros.

—Percibo algo más detrás de todo esto —añadió Leith.

Una fuerza. Aquellos no eran elthean normales, sino algo que otro había convocado para atacarles. Ignoraban el motivo, pero si la magia les hizo aparecer, también podría darse el efecto contrario.

—¿Qué sucede? Te has callado de repente —dijo Blanche, poniéndole una mano en el hombro.— ¿Es que al final tanto compañero no os hace más fuertes?

—Piensa lo que quieras. Tengo fe en ellos, igual que la tienen en mí —dijo Finnian.

Además, no era el momento ni el lugar para darle explicaciones cuando debía de encontrar soluciones. Hallar quien hubiera iniciado aquello, fuera lo que fuera. Porque ahora que el número de fantasmas era mayor que antes, habían terminado acorralados. No podían continuar acabando con unos pocos si querían sobrevivir. Tras inspirar, dio un golpe en el suelo con su bastón, buscando escanear la zona más allá de donde ellos se encontraban y percibiendo el núcleo de donde emanaba aquella dulce locura. Entonces tocó la mente de sus compañeros con una idea que poner en funcionamiento.

—Aer, alza tu espada. Rune, Leith, concentrad vuestros ataques en la hoja.

Incluso cuando percibió dudas, actuaron al unísono. En un parpadeo, el ángel hizo que allí donde sostenía su bastón, este desapareciera y surgiera una espada. El brillo de esta les cejó por un instante, para después verse envuelta de una llamarada y ráfaga de viento. La hoja adquirió un tono verde brillante, reflejando el poder combinado. Aer lanzó varios tajos, para después clavarla en el suelo. La onda expansiva, una mezcla de fuego, aire y luz, impactó en todos los fantasmas a su alrededor haciendo que se desvanecieran en el acto. Fue entonces cuando, a una distancia prudencial, una figura encapuchada observaba toda la batalla. Debía de ser obra suya.

Leith se puso delante de ellos mientras Aer y Rune fueron directos. Si conseguían atacar a ese elthean o acercarse lo suficiente para que perdiera la concentración, puede que todo aquello cesara. Los fantasmas no tardaron en regresar, multiplicándose para intentar frenarles. Sin embargo, un potente aullido inundó el cielo antes de que acortaran distancias.

Entonces, el sonido de múltiples pisadas y gruñidos anegó sus oídos, para después ver con sus propios ojos como aquella manada se lanzaba contra los fantasmas. Puede que fuera por su número o por la ferocidad con la que luchaban, pero no tardaron en espantar a aquel misterioso encapuchado.

—Deberíamos marcharnos —sugirió Rune, posándose junto a ellos en el suelo.

—Prefiero no averiguar las intenciones de esta manada. Mejor que seamos cuidadosos —dijo Aer.

—Quizás sea un poco tarde para irnos, ¿no creéis? —dijo Finnian, señalando lo evidente—. Solo espero que no intenten comernos… Otra vez.

Pero ni para eso tuvieron tiempo, pues un considerable número de lobos se colocaron en semicírculo, observándoles con cautela. No era la primera vez que se veían acorralados, pero nunca por manada entera. Finnian se agarró el pecho al notar que le oprimía. Sus compañeros continuaban en el nivel Campeón, pero aquella sensación no era por mantener esa forma, sino porque percibió “algo” distinto a todos ellos. Nunca se sabía lo que fuera a suceder. Sin embargo, se rompió aquella tensión cuando los lobos dejaron paso a uno nuevo. De mayor tamaño que los anteriores, su pelaje naranja cenizo, abundante y salvaje, iba acompañado con unos enormes ojos azules que irradiaban más ferocidad que sus seguidores.

—Al contrario, no sois nuestro tipo de alimento.

Su voz, lejos de ser grave, ofrecía un tono agradable para ser una loba, quien aguardaba a la reacción que pudieran tener ellos. La que fuera.

—Eso es bueno. Mejor evitar peleas innecesarias, ¿no? —dijo Finnian, sonriendo y alzando ambas cejas, aún sujetando su bastón. Todavía debían determinar si se podían relajar o no.

—Además, no creo que tengamos buen sabor —añadió Aer con una medio sonrisa también.

—No lo pongo en duda —respondió la loba.

—¿Por qué nos habéis ayudado? —dijo Rune sin apartarse lo más mínimo de ellos.

—¿Por qué no deberíamos de ayudar a los Signos cuando más lo necesitan?

¿Quién había esperado que una loba y su manada fueran tan diplomáticas?

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