《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 11.2 - El otro Guardián
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Lunaluz, así se llamaba la segunda al mando de Ailfryd. Puede que las dorean solo tuvieran a un Guardián, pero siempre existía otro en dicha línea de sucesión, alguien apto que pudiera tomar el relevo si la situación lo requería. Vistiendo una túnica beige con diversos dibujos de ondas y hojas, Lunaluz era de su misma altura y pasaría por una humana de no ser por sus ojos dorados, sus orejas picudas o tuviera rasgos gatunos. Con bigotes junto a la nariz, su pelaje anaranjado le daba un aspecto de lo más interesante, aunque no querría encontrársela de noche.
Una vez salió del corazón del Galya, Ailfryd le explicó que tenía una cita con ella. Aunque aquel libro le quemaba en las manos por ser leído, y hasta el elthean era consciente de ello, necesitaba cuanto antes ponerse en controlar su magia. Quizás fuera capaz ahora que sus compañeros evolucionaran sin las mismas restricciones de antes, pero no podía desfallecer como ocurrió la otra noche. Al fin y al cabo, allí estarían a salvo, aunque una vez salieran fuera ser cuidadosos no sería suficiente.
Lunaluz le esperó en su cabaña, justo con un desayuno para los presentes que no tardó en devorar. La posibilidad de descansar más resultaba tentadora, pero tenía demasiado por hacer como para ignorar sus obligaciones. Había omitido su “visita” al corazón del Galya, siguiendo la petición de Ailfryd, aunque en otro momento consideraba contárselo. Confiaba en ellos, incluso cuando no fuera algo que todos los elthean conocieran o algo que pudiera sacar en cualquier conversación.
Tras terminar dentro y con los elthean observándoles a poca distancia, habían salido al patio trasero, allá donde el terreno estaba trabajado para entrenar, incluso teniendo un pequeño pabellón abierto en el que sentarse a meditar. Ignoraba qué uso se le había dado en el pasado, no obstante, contar con un lugar así no les pudo venir mejor. Nadie les molestaría allí, ni tampoco lo que hicieran ellos, y teniendo en cuenta lo ruidoso que podía llegar a ser, mejor ser precavidos que disculparse por lo que fuera a suceder.
—¿Por qué tengo que empezar con los ojos cerrados? —masculló Finnian.
—Porque estás demasiado acostumbrado a usarlos —replicó Lunaluz.
Incluso después de una semana en la que se había estado acostumbrando a ese mundo, Finnian continuaba teniendo ciertos problemas. Al fin y al cabo, siempre encontraba algo nuevo por aprender que iba en contra de todo lo que le habían enseñado, por muy abierta que tuviera su mente. Sí a eso le sumaba su pequeña “explosión”, el trabajo de Lunaluz era bastante concreto: hacer que conectara con su magia de una manera productiva.
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—Tus anteriores experiencias han creado un bloqueo, y eso consigue que tu magia solo surja en momentos de extrema necesidad —dijo Lunaluz, dándole un toquecito en la frente.
Como la pelea contra Ailfryd. Resultaba lógico que existiera un vínculo entre Signos y elthean. Al fin y al cabo, sí podían evolucionar con su ayuda, ¿por qué dar un paso más allá con su conexión? Aunque lo de ver, oír e incluso percibir lo que ellos sentían no debía de resultarle sensaciones extrañas, conectar con tres mentes sí que era agotador. Al fin y al cabo, no estaba procesando lo que tuviera a su alrededor, sino lo mismo desde la perspectiva de sus compañeros.
—Tus ojos te informan de algo, pero es tu corazón el que debes escuchar.
—Sigue sin ser nada que no me hayan dicho ya —admitió Finnian, conteniendo las ganas de suspirar mientras se ponía la venda.
Su mundo volvió a sumirse en las sombras, impidiéndole que viera el entorno de su alrededor, y para su sorpresa, tampoco podía conectar con sus Aer y los demás.
—Supongo que esa es buena señal —concedió Lunaluz, soltando una alegre carcajada—. ¿Creías que no tendría en cuenta algo así?
La venda impedía que usara su vista, por supuesto, pero también la de los elthean. Incluso cuando hubiera sucedido antes, la cercanía de ellos le animaba a ello, casi sin que pudiera evitarlo, y por lo mal que llegó a sentirse también trataba de contenerlo. No obstante, con la mente clara y sin un peligro inminente, pronto pudo centrarse en lo que la guardiana le trasmitía.
—Céntrate en mi voz. Inspira hondo, captando todo el aire que tengas —continuó Lunaluz con un ronroneo.
Cinco segundos, percibió una campana sonando en aquel instante, indicándole que espirara con calma y lentitud. Tras repetirlo un par de veces, su pulso se redujo, escuchando algo más que las palabras de ella. El bosque estaba vivo, más allá del movimiento que sus habitantes pudieran iniciar. Algo más que los aires movía las ramas, algo más que la tierra daba cobijo a sus raíces o habitaba en el agua.
La magia en su mayor pureza, palpitaba como un corazón humano allá donde había vida. Podía estar en diferentes formas, a cada cual más inverosímil que la anterior, pero estaba allí, tan presente como él, tan similar al mismo tiempo.
—En los inicios, más allá de cuando se escucharan términos como Fuerzas Primordiales, los elthean manipulábamos la energía en su origen, dándole las formas que conocemos ahora.
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Similar a su mundo con los signos del zodiaco, los elthean nacían con una Fuerza Primordial. Cuatro eran por los elementos del aire, agua, tierra y fuego, mientras que el quinto simbolizaba la estrella. Incluso cuando existieran otras fuerzas que no pudieran categorización así, era la base en la que se movían y la misma con la que él estaba conectando.
—Ahora, quiero que cojas mi mano —dijo Lunaluz, agarrándole la suya con gentileza, sin asustarle—. Vamos a movernos en círculos, sin desplazarnos de aquí.
Con un enganche suave, la idea de aquello no era marearle, sino permitirle que conectara con algo más que sus compañeros. Con los pies descalzos, sintiendo la tierra y la vegetación a cada pisada que daba, los giros que ambos realizaban levantaban aire, uno que les rodeaba con gracia. Entonces, siguiendo sus indicaciones, comenzaron a separarse, ahora solo rozando sus antebrazos mientras alzaban una mano en una postura que, sí su mente estaba en lo cierto, podía resultar un tanto cómica.
—Con la palma abierta, extendida hacia el cielo —continuó Lunaluz—. Traza círculos con la otra como si recogieras el viento.
A su alrededor, igual que si de un aro se tratara. No era cuestión de rapidez, ni de agitarlos. Tampoco de crear una esfera de aire, tal y como le pidieron varios días atrás. Era dejar salir lo que existía en su interior, manipular ese poder para más adelante ser capaz de darle forma. Sintiendo un hormigueo en ambas manos, el impulso por quitarse la venda estaba junto a él, cuando entonces sucedió lo imposible.
Incluso con los ojos cerrados, tenía la certeza que sus manos desprendían una energía que en esta ocasión no buscaba salir de improvisto, sino que permanecía con él.
—La magia es peligrosa, igual que el fuego y que otros muchos aspectos de esta vida. Cualquiera que lo olvide puede acabar herido —dijo Lunaluz—. Forma parte de ti, pero debes respetarla y atesorarla, igual que tus otras cualidades.
Entonces, tras un aviso, Lunaluz retiró la venda, permitiéndole ver su pequeña obra. Un cúmulo de energía azul y dorada, no más grande que una galleta, envolvía sus dedos, moviéndose con los gestos que él hacía, acariciando su piel y recordándole que había demasiadas cosas que desconocía.
—¿Ves? Escuchaste a tu corazón, no hay nada que temer —dijo Lunaluz, pronunciando una genuina sonrisa, cerrando por un instante los ojos.
—Es… Extraño hacer algo así —balbuceó Finnian, todavía observando sus manos—, y a la vez no. Como si hubiera despertado algo que llevaba mucho tiempo dormido.
—Me temo que, en tu caso, es así —admitió ella.
Porque tu destino estaba ahí ahí incluso aunque lo ignoraba, la magia siempre formando parte de él al igual que el aire que respiraba. Las chispas de su mano reflejaban que era suficiente, que era alguien que merecía la pena y que estaba en lugar apropiado. Lo que Finnian siempre soñó y nunca consideró que sucedería, era verdad. Y aunque la oscuridad le aterrara, mientras continuara creyendo en él y en aquellos que le rodeaban, serían imparables.
—¿Cómo te sientes? —dijo Lunaluz.
—Todavía no doy crédito, aunque ahora sea más real que nunca —admitió Finnian, sintiendo cómo sus mejillas se encendían—. Me encantaría intentar algo más, no limitarme a dejarlo ahora.
—Para eso estamos aquí, sobre todo cuando estás avanzando. Aunque antes de que continuemos… —comenzó a expresar ella, dirigiéndose hacia sus espectadores—. ¿Qué os ha parecido?
No hubo palabras en esta ocasión, pero en su lugar escuchó gritos de júbilo, cualquier ruido que uno pudiera imaginarse con lo que celebrar aquello. Para él no era nada más que dar unos pasos, pero Aer, Rune, Leith y Ead lo vieron con otros ojos. El momento de verdad había llegado a Elthea, y solo unos pocos nacieron para hacer historia. Ellos formaban parte de ese movimiento y después de los peligros que habían afrontado, por fin empezaba a coger su destino por los cuernos.
Con los ojos iluminados, se pasó el dorso del brazo por ellos, limpiándose las lágrimas. Sin embargo, en este caso no lloraba por miedo, por preocupación o cansancio, sino porque por primera vez desde hacía mucho sentía que no era un bicho raro, que pertenecía a un lugar. Tener ahora amigos de verdad, aunque fueran de un mundo ajeno al suyo, era lo que más necesitaba.
—¿Continuamos? —dijo Lunaluz, tal calmada y sonriente como antes—. Todavía hay mucho por hacer.
—Tengo todo el tiempo del mundo —admitió Finnian.
—Esto es solo el principio, y habrá cosas que no podrás hacer ahora —le avisó Lunaluz.
—No me preocupa —dijo Finnian, asintiendo con seguridad.
Quizás no fuera acertado, o no del todo, pero no ayudaría a nadie si no se preparaba, y eso lo conseguiría allí. Al fin y al cabo, ¿qué elegido no necesitaba practicar y aprender para alcanzar su sueño? Ninguno, ¿verdad?
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