《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 9.1 - El espectáculo de luciérnagas

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Poco más de un día y medio de senderismo no hicieron que se enamorara de la naturaleza, pero fue mejor que nada. Apenas llevaba algo más de una semana y aprendía conforme sus pies y él mismo se adaptaban a ese nuevo mundo. Además, el contar con un grupo tan variado como el suyo hacía todo más divertido y ameno. Rune ya no saltaba a la mínima, y el luchar junto a Leith parecía que las unió más. Incluso Aer estaba cómodo con todos, y mientras tenía a Ead revoloteando a su alrededor, hablando sobre la región de Hawell por la que pasaba, el grupo se encontraba más unido que nunca.

Les hizo buen tiempo en todo momento, con un sol que les hizo sudar a cada paso que daban, siempre acercándose más a esa gigantesca arboleda. El Gran Árbol Galya se encontraba rodeado por un círculo de montañas que ya habían atravesado, agradeciendo que el paisaje no fuera tan monótono. Era imposible pasarlo por alto y no solo era por el tamaño tan colosal que rivalizaría con varios rascacielos, sino por su frondosa copa y la vegetación que debía estar a sus pies.

Se plantearon la idea de volar para avanzar más terreno, pero fue descartada bien rápido tanto por Rune como por Ead. Ambos se habían convertido en las voces de la razón del grupo, o eso pensaba Finnian hasta que se cerraban en banda con cualquiera cosa que sugería. Vale, evolucionar y volar les haría visibles y llamarían demasiado la atención. Ahora más que nunca les convenía pasar desapercibidos.

—Hasta que no te hagas más fuerte tocará caminar —dijo Ead.

—Tienes las piernas más largas que nosotras. ¡Aprovéchalas! —dijo Rune.

Y eso fue lo que le estuvo diciendo tantas veces que Finnian terminó por contarlas. Mitad para tomárselo como un juego y por el aburrimiento que tenía encima.

—¿Cuántas llevan? —susurró Aer en cuando no les prestaban atención.

—Once —contestó Finnian, curvando sus labios en una sonrisa.

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—¿Crees que llegarán a más? —sugirió el elthean, conteniendo las ganas de reírse.

Pero pronto se cansaron de ese juego, y al dejar atrás bosques y montañas, tuvieron una vista perfecta del Gran Árbol Galya mientras anochecía, hermoso y glorioso en toda su grandeza.

El sol casi se había ocultado, pero eso no le quitaba belleza al paisaje. Aquella Dorean era impresionante y desprendía una grandeza que solo había visto en las grandes ciudades. Si hubieran estado más cerca ni se les habría ocurrido la idea de acampar a las afueras, pero tanto Aer como Rune prefirieron en esperar a la primera luz para terminar su viaje. Bueno, o al menos lo que implicaba ir hasta allí.

—Estaba pensando una cosa —comenzó a decir Aer mientras cenaban—. ¿Los humanos evolucionáis? No, ¿verdad?

—Nunca he conocido a uno que se ilumine como vosotros, pero depende de lo que consideres “evolucionar” —dijo Finnian con una pequeña risa, para después mirar a Rune y Leith—. ¿Qué sentís cuando os transformáis?

Al contrario que las noches anteriores, donde se turnaban para hacer guardia, en aquella ocasión no se dividieron. Suponían que la cercanía de su hogar les impacientaba, igual que le sucedería a él. ¿Qué sentiría él cuando volviera a la suya? Una semana había pasado volando. ¿Cómo estarían sus padres? ¿O todo seguiría engullido por las sombras?

Finnian se frotó los brazos, sintiendo frío a pesar de que el ambiente no fuera tan malo. El clima no era muy diferente al de su mundo, pero el no tener el mar tan cerca se notaba. Ahora, una suave brisa los acompañaba en su conversación. Ni siquiera se molestaron en encender una hoguera y en lugar de ello permanecieron camuflados en la oscuridad, disfrutando tumbados del cielo nocturno. Solían hacerlo cada noche y siempre hablaban de algo en voz baja, casi como si no quisieran que nadie más ajeno a su grupo los escuchara. ¡Parecía imposible encontrar sitios donde estuvieran tan tranquilos! Si los alrededores eran así, Finnian se moría de ganas por ver con sus propios ojos el Galya en todo su esplendor.

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—Fuerza, más que antes —admitió Rune después de un rato en silencio.

—Y la capacidad de hacer frente a cualquiera, o casi —añadió Leith.

—Eso es lo que implica crecer. Aún sois muy jóvenes —dijo Ead— pero lo viviréis, tarde o temprano.

—Sería interesante ver a Finnian un poco más grande. ¿Os lo imagináis? —dijo Aer.

—No estaría mal. ¡Quizás así intimide algo y todo! —dijo Rune, riéndose con ganas.

—Vaya, y yo que pensaba que me libraría de burlas por hoy… —murmuró Finnian, rodando la mirada—. Aunque es impresionante cuando evolucionáis. Moláis más que algunos adultos que conozco.

—Eso es porque los elthean somos geniales —añadió Aer con su habitual buen humor.

—Depende de qué elthean —titubeó Finnian.

Las arañas las quería bien lejos, daba igual qué tamaño tuvieran, ni tampoco los gatos que querían convertirle en el plato principal. Además, las calabazas eran más volátiles de lo que cualquiera habría imaginado en un vegetal. ¡Ah! Y que no se olvidaran de la bruja con ansias de dominación. Hablaron de todos los elthean que se habían encontrado, de Kay y de Fee, de Theri y de cómo estarían los Pequeños Guerreros. Ead les contó más sobre los Frionach y donde se crió él, hasta que empezaron a bostezar todos con frecuencia.

Y aunque sabía que debería entrar en la tienda, había encontrado en el lomo de Leith un apoyo tan reconfortante que no le daría problemas quedarse fuera. Permanecieron así durante un tiempo, no supo muy bien cuanto. Entonces sintió que a su lado uno de los elthean se movía. Poco tardó en reconocer la voz de Aer quien le pedía que se despertara y ver algo increíble.

Sus sentidos no detectaron peligro y en cuanto abrió los ojos, el pequeño elthean de pelaje azulado le pidió que mirara hacia adelante, justo donde estaba el claro que les separaba del imponente Galya. Alrededor del árbol y sus inmediaciones había lucecitas. Lejos de parecerse a las del cielo, el mundo que tenía frente a él cobraba fuerza por momentos.

—Vente. Vamos a adelantarnos, no te arrepentirás —dijo Aer, tirando de su brazo—. Los demás estarán bien.

—Yo las vigilaré. ¡Tened cuidado! —dijo Ead, con su habitual tono serio.

Bajar por esa ladera con aquella iluminación fue todo un reto, más porque Finnian no quería terminar espachurrado en el suelo, tal y como parecía ser una costumbre desde que llegó a Elthea. Pero las prisas de Aer y que este no se separaba de él consiguieron que se olvidara de todo, o casi. Si bien era cierto que se sentía más pequeño que nunca en comparación con el Galya, las luciérnagas que brillaban de manera tenue pero continua no solo eran numerosas, sino que parecían reaccionar a su llegada. Estas se movían, casi como si danzaran, iluminando el camino hacia la zona Dorean. Pero, ante todo, Finnian sintió por primera vez que era el sitio en el que tenía que estar.

—Es… Como un mar de estrellas —alcanzó a decir Finnian sin poder ocultar su sonrisa—. ¿Son elthean?

Pero Aer negó con la cabeza, correteando a su alrededor intentando atrapar alguna sin ningún éxito. Quizás formaran parte de la magia de aquel lugar. ¿Le importaba? Más bien no. A esas horas, todo se limitó a intentar atrapar alguna y a alegrarse de no estar dormido. ¿Quién podría entender lo que estaba viviendo? Solo él y nada más que él conocería aquel mundo y todo lo que le mostraba. Era un Signo. Se encontraba ahí por un motivo y aunque no fuera para capturar luciérnagas, ahora no importaba nada más.

Sin embargo, antes de que pudiera reír o continuar disfrutando aquel espectáculo, un borrón se cruzó en su camino haciendo que perdiera el equilibrio. No estaban solos.

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