《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 1.2 - Llegada al duro suelo de Elthea

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¿Cuántas veces había leído historias donde la acción comenzaba a través de un sueño? O peor aún, ¿una pesadilla? Su imaginación, a veces hiperactiva, le había pasado factura en alguna que otra ocasión, pero no tenía ni idea de cómo explicar lo que había sucedido. Primero estuvo desayunando y después terminó allí, sintiendo que el duro suelo bajo él.

El “sueño” bailaba por su mente igual que todo lo sucedido, aunque ahora con mayor nitidez, pero a la vez le resultaba imposible recordarlo por completo, ni por qué una puerta sin pomo ni cerradura apareció frente a él. Parpadeó varias veces, sintiendo que el dolor de cabeza no remitía, menos aún con la luz del sol que le daba de lleno. Usando el brazo para protegerse la vista, miró a su alrededor más desorientado que nunca.

A sus casi doce años no es que hubiera viajado mucho, ni en verano. Aquel iba a ser la excepción a la regla. Pero de vivir en el corazón de una ciudad a encontrarse rodeado de naturaleza salvaje era un cambio radical. El cielo azul era el mismo que el de siempre, pero la hierba de su alrededor era tan alta que podría esconderse en ella, como de un mar verde se tratara, salvo por la que estaba bajo sus pies. Un círculo con símbolos en el interior dejaban de resplandecer, casi como si alguien lo hubiera marcado con fuego allí donde había aparecido. No tenía ni idea de qué significaría ni tampoco olía a quemado, sino a rocío de la mañana, pero no encontraría a nadie cerca que pudiera responderle a tanto misterio.

Entonces, sus oídos captaron un potente zumbido que provenía de insectos gigantes que sobrevolaban la zona, cual relámpago rojo, causando un estruendo casi como el de un camión. Después aparecieron escarabajos amarillos del mismo tamaño, consiguiendo que Finnian se agachara, conteniendo la ganas de soltar un resoplido. ¿Es que le habían encogido y tirado en medio de la nada?

—¿Pero qué broma es esta? —exclamó Finnian— ¿Escarabajos gigantes? ¿Llegan tarde al trabajo o algo así?

Aunque era su tamaño lo que le preocupaba, hubo otro detalle que captó su atención. ¡No llevaba puesto su pijama! Este había sido sustituido por un pantalón corto rojo oscuro que le llegaba por encima de las rodillas con un bolsillo lateral en cada una de las piernas (sin contar con los anteriores). Su camiseta de estrellas pasó a ser una de manga corta negra con puntitos blancos y una chaqueta del mismo color que el pantalón. Además, sus manos ahora estaban cubiertas por un par de guanteletes negros y rojos con los dedos recordados. Eran cómodos, o eso pensó cuando los flexionó. Sus pies ahora llevaban unas botas oscuras y en su cuello vio que continuaba aquel colgante que había empezado todo.

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Era una gema redonda y transparente a simple vista, aunque envuelta en una especie de hilo dorado que servía a modo de ranura para la cadena. En cuanto lo rozó con su piel emitió un leve resplandor, igual que cuando una bombilla no se encendía del todo. Entonces escuchó moverse algo que salía de entre la maleza.

Se trataba de un gato tamaño XXL, puede que más grande. Tenía pinta de leopardo, pero parecía más producto de un experimento que el habitual de un zoo. De pelaje marrón oscuro tirando a ceniza, sus manchas negras pasaban desapercibidas en cuanto uno se fijaba en sus grandes ojos ambarinos. Se relamió, permitiendo que viera una lengua rosada y dientes proporcionados a esa criatura. Esto dejaba claras dos cosas: la primera era que, a pesar de lo grande que era, se movía con tanta gracia que nadie podría escaparse si intentaban huir. ¿La segunda? Que debía de alimentarse muy bien para estar así de hermoso.

—Nunca pensé que los humanos olierais de una manera tan deliciosa —dijo el leopardo con voz ronca, volviendo a relamerse por puro instinto.

—Pero no estamos tan ricos. Seguro que necesitas comer mucho para mantenerte así de grandote —dijo Finnian, consciente de que hablar no solucionaría nada. Puede que incluso le diera más hambre.

—Al contrario, soy bastante exigente con mis comidas.

—Donde habrá un ovillo de lana gigante en momentos como este —resopló Finnian, sacudiendo con la cabeza.

Bichos enormes, gatos que hablaban y que querían devorarle. Si eso era un sueño estaba siendo más real que nunca, sobre todo porque el leopardo le contestaba. Pero el olor que desprendía la criatura, algo salvaje y primitivo, quitaba protagonismo a la suave brisa que les envolvía a ambos y le devolvía a la realidad. Correr no sería una solución, no cuando no podría escapar con sus pequeñas piernas de su depredador personal. Dudaba que su nueva ropa le diera el poder de volar, aunque un breve brillo se dejó ver en la maleza no muy lejos de ellos. ¿Otro lindo gatito que buscaba hincarle sus brillantes dientes o algo distinto?

—Vale, soy tu comida. ¿Y después qué? Probarás a un humano y no creo que aquí, donde los gatos como tú habláis haya muchos de los míos. Por cierto, ¿dónde estamos?

—Tranquilo pequeñín. Sé apañármelas bien.

—¿Seguro? ¿Y con esto qué harás? —dijo Finnian, para acto seguido dar una patada en el suelo y golpearle con arena en todos los ojos, consiguiendo que rugiera enfadado.

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—¡Al ataque mis compadres!

Criaturas más pequeñas que el leopardo o él mismo aparecieron de la nada, saltando contra el felino y haciendo que retrocediera. En cualquier otro momento habría pensado que por escucharlos hablar podrían ser mejores, pero después del “Gran Leopardo Muy Malo” prefería ser precavido. Vale, eran pequeños y rápidos, aunque usaban sus espadas, escudos y otras armas con tanta precisión que resultaban igual de letales que el minino.

Aquel cambio tan repentino le permitió escaparse, ocultándose entre la maleza para correr todo lo rápido que podía, ignorando hacia dónde se dirigía. ¡Igual el corazón se le salía por la boca a este ritmo! Por mucho que le hubieran salvado, no quería verse colgando de un palo y siendo asado para la comida de después de la batalla. No obstante, sus planes se vieron truncados cuando otro felino apareció de la nada, uno más delgado y estilizado. La leoparda se lanzó contra él, tirándole al suelo, usando sus dos patas delanteras para impedir que se levantara y rugirle a poca distancia. Notaba su cálido aliento en toda la cara, casi como si le fuera a babear encima. Pero antes de que pudiera dar el primer mordisquito, alguien la invistió con fuerza.

Un pequeño guerrero más grande de lo habitual y con un enorme casco con cuernos inició la lucha, siendo seguido por dos nuevas criaturas que se aproximaron corriendo hacia él.

—¿Estás bien? ¿¡No te ha mordido ni nada!? —dijo la primera en acercarse con voz aguda.

—Rune, ¡no seas tan directa! ¿No ves que está muerto de miedo? —resopló el segundo.

—¿Qué quieres que le diga, Aer? “Hola, ¿cómo estás?” —dijo Rune.

—¡Eso habría estado genial! O “encantada de haber evitado que te convirtieras en su comida” —dijo Aer.

Ambos eran de una estatura similar, aunque la primera superaba por poco a su compañero. Rune, con el aspecto de una niña disfrazada de pájaro tenía un plumaje de lo más colorido. Con plumas blancas en la cabeza, un par de anillos rojizos rodeaban sus ojos ambarinos. Sus brazos-alas estaban cubiertos de plumas rojas por detrás y por blancas en su interior. El resto del cuerpo era marrón, con la excepción de sus pies (¿o patas?) que eran amarillos. Aer parecía un perro bípedo también, con las patas negras y un torso y cola azul oscura, teniendo el mismo color en los brazos, menos por las almohadillas rosadas de sus manos. La cabeza, siendo también azul, poseía unas orejas negras que, junto al antifaz que había alrededor de sus ojos verdes, podría pasar por un pequeño superhéroe.

—¿No crees que deberíamos de ayudarle? —sugirió Aer.

—¿Y dejar al humano solo? —dijo Rune—. Theri podrá encargarse.

—¿Tú crees? —dijo Aer, viendo como el otro caía al suelo y se levantaba para seguir luchando.

El llamado Theri (el del casco con cuernos) debí de ser bastante fuerte, aunque la gatita no le daba tregua ni un segundo y tampoco parecía que fueran a aparecer otros pequeños guerreros por allí. Los zarpazos eran bloqueados por su armadura y su martillo, aunque el animal no le permitía contraatacar. Entonces Aer, después de susurrarle un “No te muevas”, se lanzó a la batalla siendo seguido por Rune. La agilidad de ambos era increíble para el tamaño que tenían, pero lo que más le sorprendió fue su forma de luchar. A lo lejos, Rune agarró plumas del interior de sus alas y, al instante en el que brillaron, las lanzó contra la leoparda, haciendo que dejara de atacar a Theri para esquivar su ataque. Aer, a su lado, alzó uno de sus brazos hacia al cielo, haciendo surgir en su palma una esfera blanquecina que lanzó también, errando el golpe y esquivando la embestida de su enemigo. Entonces la fiera recibió un martillazo tan fuerte que todo a su alrededor se tambaleó.

Tenía preguntas, muchas de ellas a cada cual más complicada que la anterior. Pero no era el momento ni el lugar, menos aún cuando, a raíz de la pelea, el suelo tembló y en una de sus caídas se golpeó, perdiendo la consciencia sin tener ni idea de dónde se había metido.

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