《[Spanish] La Llave del Destino》Capítulo 1.1 - Un desayuno fuera de lo habitual

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Con la mirada fija en el techo y centrándose en las estrellas que estaban pegadas sobre él, Finnian soltó un resoplido. No era capaz de recordar lo que había soñado, algo extraño en él. Miró el reloj de su mesa de noche, percibiendo el movimiento de sus padres mientras cocinaban, y que no tardarían en hacer que se levantara.

Apenas llevaba un día sin colegio y, con las vacaciones sin tener que estudiar ni un poquito, contaba con semanas por delante en las que haría lo que más le apeteciera. Estaba todo listo para la playa, lo que no era tan divertido como muchos creían. Entre que sus padres adoraban fusionarse con las tumbonas (convirtiéndose en una versión suya en modo cangrejos) y que no hacían nada inusual, el aburrimiento estaba asegurado.

¿Es que no tendrían tiempo para “no hacer nada” cuando se fueran a dormir? Finnian hundió la cabeza en la almohada, conteniendo un gruñido de frustración. Preferiría quedarse allí con sus abuelos. Al menos así estaría mil veces más entretenido y nadie se volvería tan susceptible.

Incorporándose con cuidado, buscó su libreta en medio de la penumbra, pero no la abrió, consciente que el tiempo se le acababa. Sus padres, Nicolas y Victoria, adoraban esa faceta suya de escritor, en parte porque ambos eran periodistas y disfrutaban su trabajo. Sin embargo, luego se quejaban cuando escribía hechizos o criaturas de un mundo fantástico que le encantaría visitar. “Deja de soñar tanto y quédate en el de verdad” le decía su padre. Como si esa solución fuera a cambiarle de golpe y dejara de temer lo que pudiera encontrarse al cerrar los ojos.

Salió de su dormitorio como un ninja, ignorando que aún estaba en pijama y que sería lo primero que le señalarían. Pero necesitaba desayunar, sobre todo ahora que su estómago comenzaba a impacientarse. Y quizás, solo quizás, acabaría por recordarlo después de comer algo.

—¿Finnian? ¿Qué haces aún en pijama? —exclamó su padre.

—Te hemos llamado hace un rato, Finn. ¿No te has enterado? —añadió su madre, a lo que este negó con la cabeza—. Anda, ve a lavarte. Menuda cara de dormido tienes, ¡y qué pelos!

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Obedeciendo sin replicar, en el baño comprobó que, en efecto, tenía el cabello tan revuelto que parecía haber metido los dedos en un enchufe. Midiéndose con la mirada, no era tan alto como la mayoría de niños de su edad, pero suponía que el tiempo cambiaría eso. Compartía con su madre el color castaño de ojos o pelo, aunque en su caso era mucho más rebelde que el de su padre. Su piel era clara, lejos del bronceado habitual que la de Nic y el pijama de estrellas blancas y azules que llevaba encima estaba tan revuelto como su peinado. No obstante, su nombre podía ser lo que más le diferenciaba de ellos, pero así fue por el capricho de su madre.

Tras regresar a la cocina, su padre musitó después de dar un largo trago de su taza, mirándole con las cejas muy juntas.

—¿Aún sin vestir? ¿Tienes preparado lo que te llevarás contigo?

—Desde anoche —murmuró Finnian, centrándose una vez más en su desayuno.

En realidad, siempre estaba preparado. Pasaba la mayor parte del tiempo en casa de sus abuelos, por lo que su mochila alternaba entre los libros de texto y cuadernos y lo que él añadiera. ¿Videojuegos? ¡Listo! ¿Auriculares? ¡Listo! ¿Libreta para escribir y dibujar? ¡Listo! No es que se llevara mucho con él, pero rara vez estaba con las manos vacías, menos aún con el viaje en coche que le tocaría aguantar. Igual tenía suerte y se dormía mientras se alejaban del Madrid que tanto le gustaba.

Sus padres continuaban hablando del trabajo, de algo que estaba pasando en el gobierno que le entraba por un oído y le salía por el otro. Total, tampoco es que fueran a explicárselo, pero así evitaba que se centraran en él y en temas peligrosos. O así pensó hasta que su padre comentó, al hablar de sus vacaciones y lo que le enseñaría cuando llegara a la playa: aprendería a nadar mejor, a bucear, a jugar al voleibol y una lista tan larga de actividades deportivas que ahogó un gemido.

Aquellos que no le conocieran debían saber dos cosas: la primera tenía que ver con su padre y su pasión frustrada con el fútbol que intentaba vivir a través de él; la segunda era que no podía irle peor en un deporte como ese o en ninguno en concreto. Aunque no rechistó, no era el momento para algo así.

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—Ey, ¿todo bien? —dijo su madre justo antes de que saliera de allí.

—Claro —contestó Finnian, casi como un robot—. ¿Vamos a tardar mucho en irnos?

Pero no obtuvo respuesta, ni siquiera un movimiento en sus padres. Era como si el tiempo se hubiera detenido. El ruido de los coches del exterior también se vio interrumpido, reinando un silencio sepulcral. Movió la mano sobre sus ojos, tratando de provocar cualquier tipo de reacción sin resultado. Ni siquiera el reloj de la cocina funcionaba, ni tampoco era capaz de percibir el olor del café. Todo permanecía congelado en el tiempo. La única excepción era él.

—¿Mamá? —la llamó, a sabiendas de que no obtendría ninguna respuesta. Agarró su mano y la frialdad de su tacto le asustó aún más—. ¿Mami?

“Hay tanto que hacer y tan poco tiempo.”

Mirando a su alrededor, tratando de averiguar el lugar de procedencia de aquella voz, pronto comprendió que nadie había hablado o estaba allí. Pero esas palabras resonaron en su cabeza, como si se tratara de un eco.

—¿Qué es todo esto?

“No tengas miedo”, volvió a escuchar. “El poder está en tu interior. Si le das forma y crees en ti mismo, te dará fuerza.”

Estaba en otro sueño, ¡eso! Nada podía ser real. Corrió hacia el salón, dispuesto a coger el teléfono y llamar a sus abuelos, pero el aparato no funcionaba. Todo permanecía parado y sin vida, como si algo más que el tiempo se hubiera detenido. Entonces, una débil luz blanca emanó de su mano, o más bien del pequeño colgante que estaba en ella.

“El peligro de ahora es mayor que nunca. Cuanto más fuertes seas tú, más lo serán ellos”.

Escuchó aquellas palabras mientras regresaba corriendo a la cocina, momento en el que su entorno cambió. Su casa desapareció, siendo devorada por la oscuridad. Los muebles, los cuadros… Todo se perdió ante aquello que se extendía. Trató de agarrar a sus padres, evitar el peor de los escenarios, para verlos desaparecer antes de llegar a ellos. Solo Finnian permanecía en la oscuridad, él y aquel misterioso colgante que no tardó en ponerlo sobre su cuello, temiendo que se esfumara también. ¡Si brillaba debía de ser por algo! No obstante, aquello fue peor idea de lo que se imaginó.

La oscuridad le acechaba, tratando de atraparle con un con sus redes, para arrastrarle a saber dónde. Finnian retrocedió, mirando a su alrededor ignorando qué hacer ni hacia dónde huir, pues la luz que él emitía no dejaba ver más allá de la penumbra. Entonces, lo que pareció unos dedos gigantescos le atraparon, impidiéndole que se escapara, sin importar cuánto luchara.

Y así, igual que antes, la oscuridad comenzó a engullirle. La mano que le mantenía inmóvil empezó a derretirse, cubriéndole como si se estuviera hundiendo en una ciénaga. Primero las piernas, seguidas por el resto del cuerpo. Intentó luchar, salir de ella, pero no había forma de liberarse.

En cuanto todo se volvió negro, aquellas palabras iniciaron algo. No perdió el sentido en la oscuridad y en lugar de ello, fue un fogonazo el que lo logró.

Su sueño, lo recordaba ahora con claridad. Estuvo en un campo, en un entorno tan salvaje que no se veía ningún edificio cerca. El cielo estaba cubierto por nubes oscuras, cuyos rayos impactaban en el terreno. A su lado había un águila enorme, un perro gigante, un dragón y un humano con alas y armadura. Este último le hablaba, veía cómo movía los labios, pero no era capaz de entender qué quería trasmitirle.

Entonces extendió uno de sus brazos para señalarle algo. Alguien, envuelto en un aura entre morada y negra, acortaba la distancia hacia ellos. El ambiente parecía reaccionar a su presencia, aumentando los truenos y causando incendios allá donde golpeaban. Las criaturas que Finnian tenía a su alrededor se tensaron, preparándose para luchar. Él águila lanzó plumas desde el cielo, el dragón emitió una llamarada. Y en el instante en el que los ataques impactaron, escuchó una única frase.

“Pero no temas. Nunca estarás solo y nunca te rendirás”.

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