《LA PATRULLA ANTICORRUPTOS: En un país corrupto, la única justicia es por mano propia [Español] [Completo]》2: La venganza
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El departamento de Carlos era, más grande y un poco más costoso que el de Abraham. 45m². Un ambiente. La computadora estaba en una mesa aparte, cercana a la principal y al televisor. Pasaba mucho tiempo en ella, y dejarla dentro de su habitación le resultaba incómodo.
—Tenemos toda su información.
—¿La descargaste?
—No. Son 50 Gigas. Tardaría días en descargar todo eso.
—Si desinstala la aplicación, ¿perderíamos todo? —preguntó con gran temor.
Carlos rio al ver la expresión de Abraham.
—Si. Podríamos perder todo en cualquier momento.
—¡Descarga los datos de la aplicación! ¡Descárgalos!
—Está bien. La pondré a descargar. Mientras se descarga, veamos cuantas entradas vendió. —dijo en el transcurso que abría el informe de ventas.
—¡Hijo de mil puta! ¡Cómo mierda va a vender siete mil entradas y lo van a ascender!
Carlos no dijo nada, aunque también se encontraba sorprendido.
—¡Busca los mensajes con el jefe, ahí tienen que estar las pruebas de la corrupción!
El único mensaje era uno recibido del día anterior que decía: listo.
—Borró los mensajes. Voy a ver si los encuentro en su copia de seguridad.
No había mensajes.
—Le tenemos que enseñar las ventas al dueño de la empresa.
—No sabemos si él también es corrupto y está involucrado, además nos va a preguntar como obtuvimos la información. ¿Qué le vamos a decir? Tony nos envió la información por error.
La aplicación de su cuenta de banco llamó la atención de Carlos.
«¿Qué tanto dinero maneja Tony?»
Tras abrir la aplicación, se fijó en los movimientos recientes. No encontró nada raro. Comenzó a descender, hasta mitad de octubre.
—Aquí —le enseño con el puntero—. Doscientas mil novenas.
—¿Estás seguro que es la cuenta del jefe? —le dijo con ganas de no creer que fuera cierto.
—Si. No creo que haya otra persona que se llame igual y le transfiriera tanto dinero.
De repente, la aplicación se cerró.
—¿Qué paso? —preguntó asustado.
—La desinstaló.
—¿Perdimos todo? ¿Se descargó algo?
—Tranquilo. Aquí tenemos las ventas —le señalo con el puntero la carpeta.
—¡Si no se la podemos enviar al dueño, se las tenemos que enviar a todos los empleados!
—Podríamos crear un correo falso y enviar las ventas, pero hay un problema.
—¿Qué problema puede haber?
Abrió su programa de dibujo.
—Mira con que facilidad puedo crear el archivo de ventas totales.
En menos de cinco minutos creó una copia exacta de la página de ventas de la aplicación.
—¿Eres un falsificador profesional?
—No, pero así de simple se pueden crear estos informes. Haciendo bien el logo de la empresa ya es idéntico.
—Entonces, ¿que propones que hagamos?
—Déjame pensar.
—¿Y, que tienes? —le dijo tras pasar más de un minuto.
—La voz de Tony es inconfundible. Si pudiéramos tener una confesión de él, sería una prueba irrefutable.
Abraham recordó la serie que miraba de superhéroes.
—Como un superhéroe, que tenga como objetivo destruir a los corruptos.
El silencio se apoderó del departamento durante más de medio minuto.
«Que estupidez dije»
«Un superhéroe que destruya a los corruptos. Por más tonto que parezca es lo que necesitamos en Nueve Puntas»
Cuando estaba por disculparse, Carlos habló.
—Es una locura, pero esa es la respuesta —dijo mientras reía.
Abraham se reconfortó al notar que tan errado no estaba.
—¿Qué dices? ¿Me ayudarías en esto?
—Si. Deberíamos ser los superhéroes que…
—Secuestren a ese hijo de puta y lo hagan confesar —le interrumpió para terminar la frase.
Carlos lo miró serio.
—Te voy a ayudar siempre y cuando planifiquemos todo para no cometer ningún tipo de error.
—Te entiendo.
—No nos podemos apurar. Esto nos va a llevar el tiempo que sea necesario.
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—Voy a buscar por internet, para tener un poco de idea…
—¡No! No busques nada relacionado por internet. Tampoco nos podemos enviar ningún tipo de mensaje, ni llamadas en relación a esto. Nada de nada.
—¿Por?
—Porque puede llegar a convertirse en un caso policial y nos van a investigar.
—Pero lo hackeaste a Tony, ¿puede quedar algo en esta compu si nos investigan?
—No. La compu se limpia sola —le dijo con una seña de manos que indicaba tranquilidad—. Tengo una red VPN de máxima seguridad que impide que nos localicen.
—Bueno, me quedo más tranquilo —dijo tras suspirar y levantarse de la silla—. Me voy.
Carlos se levantó y le abrió la puerta.
—No te preocupes. Esto se va a solucionar, pero debemos ser muy precavidos. Mañana no le digas nada a Tony, ni a nadie. Actúa normal.
—Si, me quedo callado. Ya quiero secuestrar a ese hijo de mil puta y hacerlo confesar —le dijo mientras estrechaba su mano.
A la mañana siguiente, lo buscó para ir al trabajo.
—No sé cómo voy a hacer hoy.
—Mira para el otro lado. Enfócate en las ventas.
—Me va a costar no mirar a esas dos mierdas.
—Recuerda que para que la confesión sea un éxito, no pueden sospechar nada de nosotros. Si les dices algo, por más mínimo que sea, ya sabrán quien lo secuestró.
—Estuve pensando como los secuestraríamos. Podríamos…
—¿Los secuestramos? —lo interrumpió Carlos con asombro.
—Los dos son culpables. Los dos tienen que pagar.
Carlos se tomó su tiempo para responderle.
—Lo importante es que seas ascendido. No olvides el objetivo. Con la confesión de Tony ya es suficiente.
—¡El jefe también se lo merece!
—Es muy arriesgado ir por los dos. Creo que lo más conveniente es ir por Tony, que es a quien más odiamos.
—Entendido. Vamos por Tony.
Tuvo una mañana con muchas ventas. Lo mantuvo ocupado. Faltando menos de una hora para que se retiren, Tony estuvo evaluando su alrededor. Esperó el momento perfecto, cuando el jefe fue a fumar y Carlos al sanitario.
—¿Por qué me mirabas el otro día?
«Pedazo de mierda. Me encantaría bajarte un par de dientes. Tumbarte esos dientes de castor»
—¿Por qué me mirabas?
«Me tengo que controlar. Me tengo que controlar. No puedo despertar ningún tipo de sospecha, de lo contrario, no lo podré confesar y no tendré mi ascenso»
—No lo sé Tony.
—¡¿Cómo que no lo sabes?! ¿Me estabas vigilando y no lo sabes? ¿Quién te crees para burlarte de mí? ¡Yo seré tu jefe y me vas a respetar imbécil!
Abraham cerró los puños. Intentaba aguantarse.
—¿Qué pasa? ¿Sin Carlos no eres tan guapo?
«No lo escucho. No lo escucho»
—No vuelvas a molestarme inútil.
Abraham se paró de repente, de forma muy brusca, hizo un esfuerzo muy grande por contenerse y no golpearlo. Lo consiguió.
«A esta mierda, le voy a tener que dar la razón. Solo para que no sospeche nada. Ya me voy a vengar»
Mirarlo a la cara lo alteraba mucho más. Le habló mirando hacia abajo. No quería ver sus expresiones, no podría contenerse.
—Perdón Tony. No fue, mi intención, molestarte.
—Eso quería escuchar. Respeta tu rango peón.
Tras finalizar, Abraham se retiró rápido. Carlos, quien hablaba con Estela lo vio retirarse con prisa y odio. La saludó y trotó hasta alcanzarlo.
—¿Qué pasa? —le preguntó preocupado.
—El hijo de mil puta de Tony me viene a molestar y me insulta.
Abraham pateó con fuerza el poste de luz.
—Tranquilo. No le prestes atención. Haz como si no existiera.
Se subieron al auto.
—¿Cómo mierda lo vamos a secuestrar y hacerlo confesar? Empiezo a pensar que nunca lo vamos a hacer confesar y que me voy a tener que aguantar a este pedazo de mierda dándome órdenes.
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—No pierdas las esperanzas. Pase lo que pase, no podemos perder las esperanzas. Ya voy a pensar en cómo secuestrarlo y en dónde.
—En donde —repitió—. No sabemos dónde vive. Ni que lugares frecuenta.
En ese momento reaccionó. Chequeó su reloj. Se había retirado un par de minutos antes que los demás. Menos de medio kilómetro realizaron. Existía la posibilidad de que aún esté en la puerta o se esté yendo.
—¿Por qué doblas?
—Puede estar saliendo. Lo tenemos que seguir para ver en qué lugares lo podemos secuestrar.
—Ese auto —señaló Carlos con el índice derecho cuando estaban por llegar.
—¿Estás seguro? ¿Ese es su auto?
—Si, es el.
—Un auto deportivo. Tiene veinte años y ya tiene un deportivo.
Abraham lo siguió dejando una distancia de dos autos.
—Está polarizado ¿Seguro que no es otra persona?
—Te digo que es el.
Lo siguieron por un poco más de un kilómetro. En el último trayecto, redujo la velocidad y estacionó. Caminó un par de metros e ingresó al restaurante.
—¿Todos los días vendrá a este restaurante?
Se sentó en una mesa de dos.
—Nos puede llegar a ver, voy a seguir un poco más —dijo antes de adelantar el auto unos cuantos metros.
Al minuto, una joven fue a ocupar el lugar restante.
—Está con la novia —dijo Carlos.
—No sé cuánto tiempo vamos a tener que esperar para que se retiren.
—En los datos que descargamos puede estar el domicilio.
—No lo sé —dijo Abraham pensativo—. Pudo haber hecho como nosotros que colocamos el domicilio de nuestros padres cuando empezamos y nunca lo actualizamos. Esperemos hasta que se vayan.
Cinco minutos. Ese fue el tiempo que esperaron.
—Esto viene para rato. Compremos algo para comer y volvamos.
—Bueno, pero vamos y volvemos rápido —pidió Abraham que no quería que se les escapen.
Compraron el almuerzo y volvieron. Esperaron unos minutos más, hasta que luego de que se cumpliera casi una hora desde su ingreso, se retiraron. Abraham no quería que Tony pase por delante suyo. Lo podría localizar. Realizó el recorrido para posicionarse detrás de su auto. Los siguieron por un trayecto muy corto, menor al kilómetro. Estacionaron en el frente de un edificio lujoso. Su novia abrió la puerta principal del edifico e ingresaron.
—¡Mierda! ¡Mierda! Todo fue en vano.
Regresaron. Directo al departamento de Carlos.
—¿Está el domicilio? —preguntó Abraham.
—Si. Es este. Es un edificio, no creo que los padres vivan en un departamento.
—Entonces tenemos que ir.
—No puedo acompañarte. Estoy un poco ocupado.
—Está bien. Voy solo.
—Si se te ocurre algo, recuerda que vivo a un par de cuadras y puedes tocar el timbre. No envíes nada, ni llames.
Tuvo suerte, tal vez fue por la pulsera que se había colocado antes de dirigirse. No tuvo que esperar demasiado tiempo en verlo retirarse del edificio. Salió con su mascota. Un Jack Russell Terrier. Fueron hacia una plaza cercana. Eran las 20 horas pasadas. El barrio era tranquilo. A un kilómetro y medio del trabajo, pero en el sector norte, saliendo del caos de la zona céntrica. En la plaza, estaba el con su perro y dos mujeres que corrían. Nadie más.
«Parece ser un buen lugar, aunque podría llegar la novia y todo se complicaría»
Estuvo unos minutos, el perro dio dos vueltas a la placita, y regresó.
A la mañana siguiente, fue a buscarlo para ir al trabajo. Esperó unos minutos, hasta las 7:35, y Carlos no bajaba. Si se seguía tardando llegarían tarde. Cuando estaba por llamarlo, apareció. Se subió sosteniendo una hoja A4 con su mano derecha.
—Tienes que ver esto.
—¿Qué te traes?
—Los colores que elegí, son los de nuestro país. Las mascara, las mangas y las piernas de color amarillo. El resto es blanco. Como somos patriotas —le señalo—, llevamos a nuestro país en el corazón.
—La, patrulla, anticorruptos —dijo en voz baja—. ¿Por qué la patrulla anticorruptos?
—Dijiste que deberíamos ser los superhéroes que atrapen a esos corruptos.
—Si, pero no me refería a una inversión en traje ni nada de eso. Pensaba en disfrazarnos de cualquier estupidez, secuestrarlo, confesarlo y enviar la evidencia.
—Disculpa. Como te gustan los superhéroes, creí que te gustaría que tengamos un traje, un nombre y hasta podríamos tener un eslogan. Olvídalo.
Abraham lo pensó por unos segundos.
—No. Me gusta la idea. El nombre es bueno —dijo mientras arrancaba el auto—. ¿Quién es el flaquito de la derecha?
—Eres tú —dijo Carlos riendo.
—Pero si no estoy tan flaco.
No podía mirar mucho el dibujo porque conducía. Algo en los ojos no lo convencía.
—¿Por qué los ojos no son redondos? ¿Y por qué los tapaste? ¿Cómo se supone que vamos a ver?
—Estos ojos son más agresivos. No podemos dejar los ojos al descubierto porque podrían reconocernos. No te preocupes, el blanco será traslucido y podremos ver sin exponernos.
—Está bien. Ya creo que tengo un lugar que frecuenta.
—¿Qué lugar?
—Va a una plaza a pasear al perro. Está cerca de su domicilio.
—Tendríamos que evaluar que días va y que días no, y si siempre va al mismo horario.
—Si, tal vez va una vez al mes —dijo Abraham triste.
Fue una mañana aburrida sin demasiadas ventas. El jefe no le habló y Tony no se acercó a molestarlo. Volvió a seguirlo. Carlos no lo acompañó. Esta vez no fue hacia el restaurante, fue a su domicilio. Lo esperó por un poco más de media hora, como no volvió a salir decidió regresar. El reloj estaba por marcar las 15 horas. Aún no había almorzado. Fue a un autoservicio cercano y compró dos sándwiches de salame y queso, y una lata de refresco sabor Cherry. Regresó. Estacionó el auto y fue a su departamento. No se quedó mucho tiempo, se cambió por ropa de gimnasia y salió. Caminó un poco hasta llegar al gimnasio. Nunca había entrado. Se inscribió.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó sorprendido.
—Me dibujaste flaquito.
—No es para tanto.
—Quiero mejorar un poco. Si vamos a ser superhéroes, quiero estar fuerte —le dijo en voz baja.
—Recién llego. ¿Me sigues?
—Ten consideración. Nunca entrené en mi puta vida.
Carlos realizaba un entrenamiento que requería ir dos veces a la semana. Casi siempre, los martes y viernes. Le llevaba mucho tiempo, alrededor de una hora y media. El primer día, entrenaba el torso. El segundo día, las piernas. Carlos le pidió no hablar sobre el tema en el gimnasio, por lo que lo retomaron al llegar a su departamento.
—No tengo mucho tiempo. Dentro de muy poco se termina el año y a mitad de enero ya es el nuevo jefe. Cuando pienso en eso me pongo cada vez más nervioso.
—No podemos pisar en falso. Nos queda esta semana, que tenemos que tener todo listo y dos semanas más. En esas dos semanas, tenemos que conseguir confesarlo.
—En un rato voy a ir, para ver si todos los días a las ocho saca a pasear al perro y ver cuantas personas hay.
—A las 8. No está mal, pero si lo podemos encontrar un poco más tarde, puede ser mejor.
—El traje. ¿Qué va a pasar con el traje?
—Estuve evaluando materiales y viendo tutoriales de costura. Mañana empiezo con los trajes. Para el sábado más tardar, los voy a tener listos.
—¿No es mejor que alguien los diseñe?
—¡No! ¡No olvides que tenemos que conservar el anonimato en todo momento!
Hablaron por casi una hora, y llegaron a la conclusión de que el secuestro tendría cinco pasos. El primer paso, era el lugar donde lo secuestrarían. El segundo paso, el método de neutralización que utilizarían. El tercer paso, el método de traslado. El cuarto paso, era el lugar de recepción, a donde lo llevarían. El quinto y último paso, era el más sencillo, la confesión.
Fueron a la plaza. Al llegar, Carlos dio su punto de vista.
—Es pequeña, y tiene un camino decorativo por los bordes. Sería fácil capturarlo a corta distancia.
—Ayer realizó el recorrido. Tengo que esperar que vuelva a realizar el recorrido y que no haya nadie.
—Si pudiésemos tener su cronograma, sería mucho más fácil.
—Tal vez realiza alguna actividad los martes y jueves a la noche.
—Para saberlo, deberías vigilarlo todas las noches.
Esperaron hasta las 21 horas. No apareció.
—Mañana voy a volver y ya descarto la posibilidad de que venga los lunes y miércoles.
—La plaza es una buena opción, pero necesitamos otra por las dudas. Vamos a su edificio.
—Tiene la ventaja de que está un poco escondido, pasando la esquina y las calles no son tan transitadas —le comentó Abraham.
—Encuentro otra ventaja. Tiene pocos pisos y no deben ser de más de tres departamentos. Hay muy pocas personas. Si estuviese súper poblado, nos sería más difícil espiarlo. Cualquiera que viva en el edificio y nos vea por aquí seguido, podría sospechar.
—¿Qué crees de secuestrarlo aquí mismo, en la puerta?
Carlos observó el panorama.
—Esta calle y la intercepción son muy tranquilas. Hay pocos edificios, algunas casas y el resto son locales que cierran a las ocho.
—A las diez, es tierra de nadie.
—Si. A esa hora podría ser buena opción un día de semana.
—¿Qué crees de la cámara?
—Ese puede ser el único problema. Llegado el caso de que lo secuestremos en la puerta, debe ser un par de metros antes de que llegue.
—No se —dijo Abraham dudoso—. Puede ser una de esas cámaras que tienen 180 grados.
Estos detalles a Carlos no se le pasaban por alto, pero su exceso de confianza le jugó en contra. Le clavó los ojos para que ningún detalle se le escape.
—Nos podrían estar viendo ahora mismo —dijo Carlos mientras se agarraba la cabeza con preocupación.
Abraham encendió el auto y se fueron. Sabía que no podía descartar el secuestro. Pase a las dificultades, debía seguir hasta lograr su objetivo. Tras pasar por el edificio, Carlos que lo tenía de su lado, pudo observar la cámara de frente y el ingreso al edificio. No había encargado, por lo cual las cámaras estaban en caso de una entradera. Eso lo tranquilizó. Se lo comentó al conductor para que también se tranquilice.
Mitad de semana laboral. Por alguna razón, era el día más difícil después del lunes. Decidió faltar. No había faltado en todo el año. Despertarse a las 9 un miércoles, ya lo hizo empezar bien el día. Desayunó dos omelettes y un exprimido de naranja. Fue hacia la parada y tras esperar un cuarto de hora, se subió al autobús. El recorrido fue corto. Se bajó y caminó muy poco. Ni medio kilómetro. Al llegar a destino, presión el timbre dos veces.
«¿Quién será?» se preguntó tras escuchar el timbre.
Dejó de tejer y se dirigió a la puerta. Mediante la mirilla lo reconoció. Le abrió la puerta con rapidez.
—Abraham, cuanto tiempo sin verte querido. ¿Qué te trae por aquí?
—Te vine a visitar.
—¿Qué te parece? —le enseñó la bufanda—. Es para tu hermana. ¿Te parece que le va a gustar?
—Si. Es muy linda, le va a gustar mucho.
—¿Puedes entregársela?
—Si, yo se la doy.
—Hace mucho que no la veo. ¿Qué crees que está haciendo?
—Debe estar con mis padres —le dijo mientras retiraba su celular—. La voy a llamar.
—¿Qué quieres? —dijo de mal modo, al tercer pitido.
—Estoy con la abuela. Te está tejiendo una bufanda lila.
—Hola abu. ¡Gracias por la bufanda! —dijo cambiando su carácter de repente.
—Hola querida. La abu te quiere mucho y te está terminando una bufanda para que no tengas frio a mitad de año.
—¡Eres tan buena abu! ¡Te quiero un montón! Ahora no tengo nada que hacer y los puedo visitar.
—Si, Agus. Te esperamos —le dijo recibiéndola.
«¡Que mierda! ¿Qué hago? ¿Se la pido ahora, antes que llegue? ¡No! Ella se va enterar y no va a dejar que me la lleve»
—En un ratito estoy. En unos minutitos.
—Te esperamos —dijo Abraham un poco tenso antes de cortar la llamada.
—Va a venir rápido ¿Ya desayunaste?
—Si, pero si quieres preparar el té, no hay problema.
—Preparemos la mesa, así cuando viene ya tiene el té servido —le dijo mientras se dirigía a la cocina.
Abraham también se dirigió a la cocina, siguiéndole el paso.
—Te ayudo —le dijo buscando las tres tazas con sus fuentecitas.
—¿Ya obtuviste el ascenso que tanto ansiabas? —le preguntó muy contenta mientras cargaba el agua en la pava.
—No. Es lamentable, pero no —dijo Abraham muy triste, mientras colocaba tres cucharitas y ordenaba.
—Disculpa. Pensé que lo habías obtenido —le dijo arrepintiéndose de haber preguntado.
—Ya no importa. No es la muerte de nadie.
El televisor estaba prendido, en mudo. En el programa de noticias se mostraba el caso de un asesinato. El asesino había quedado libre y los reporteros lo seguían, haciéndoles preguntas.
«Hijo de mil puta, como te sobra el dinero no vas a ir a prisión. Te crees impune porque en este país corrupto todo se arregla con dinero»
—Apágalo si quieres.
Agarró el control remoto y con un botón ubicado en la parte superior, lo apagó. Abrió una lata y retiró dos paquetes con galletas de chocolate. Las apoyó en un plato que dejó en la mesa. La mesa estaba servida.
No tardó en sonar el timbre. Tomar el té con su hermana, se convirtió en una molestia los últimos minutos.
—¿Tu auto? ¿Por qué viniste en colectivo?
—Para cambiar un poco. El auto ya lo uso todos los días para ir al trabajo.
—Y hoy, ¿no deberías estar trabajando?
—Falté. No quería ir y falté —dijo elevando un poco el tono de voz.
—Papa y Mama están enojados porque no los visitas. Siempre se preguntan si conseguiste o no el ascenso.
—¡No conseguí el puto ascenso! —gritó intentando contenerse.
Agustina dio el ultimo sorbo.
—Yo ya me tengo que ir. Lavo las …
—Deja —interrumpió Abraham que seguía un poco alterado—, yo lavo.
—Ok. Lo siento.
—No lo sientas. La culpa es mía por no haberme esforzado al máximo —dijo sabiendo que bajo ninguna circunstancia sería útil revelar lo que de verdad ocurrió.
Los saludó y se retiró. Abraham se puso los guantes y comenzó a lavar.
—No te sientas mal, eres joven y la vida te va a dar un montón de oportunidades
—Gracias abu —dijo sonriendo, y al verla se dio cuenta.
«Es un buen momento. Ahora que está un poco angustiada, es más fácil para pedirle la trafic»
—¿La trafic funciona bien? —preguntó recuperando el ánimo.
—Si, hasta ahora me lleva y me trae.
—¿La puedo usar?
—¿Por qué la quieres usar? —preguntó con asombro—. Si tienes tu auto.
«¿Qué mierda la digo? Si no digo algo creíble no me la va a dejar usar» pensó con mucha agilidad
No podía tardar más de cinco segundos en responder, de lo contrario sería sospechoso y la respuesta sería negativa.
—Es para, un negocio. Vamos a iniciar un negocio con un amigo y tenemos que transportar muchas cosas.
—¿Qué cosas van a transportar? —preguntó interesada.
—Muebles.
—Yo necesito un nuevo armario. Este ya está viejo, ¿me pueden conseguir uno?
Abraham piensa. Como se toma su tiempo, la abuela le comenta.
—Si están con mucho trabajo, los entiendo.
—Si. Te puedo conseguir uno, es que estamos un poco ocupados con todo esto.
—Donde está el local. Me gustaría pasar y ver su nueva empresa.
—No hay. Vendemos todo por internet.
—¿Por internet? ¿Y la gente compra los productos sin siquiera verlos?
—Si. Por eso necesitamos la trafic, para poder realizar los envíos.
—Me enorgullece mucho que tengas tu negocio, pero la necesito para hacer las compras.
—Pero, el mercado tiene envíos a domicilios.
—Si, pero tengo que esperar dos días que traigan la comida y vienen siempre que estoy durmiendo.
—No es que la necesite todos los días. La necesito para enviar la siguiente semana, el lunes y el miércoles. El jueves ya podría regresártela.
—El jueves ya la tendría de nuevo. ¿La necesitarías todas las semanas?
—No es para siempre. Ya estamos buscando una trafic para alquilar. Para la semana próxima, luego ya alquilaremos.
—Te puedo dar la trafic, puedes llevártela hoy mismo, pero primero debemos ir al mercado. No tengo mucha comida y debo comprar por unos cuantos días.
—Gracias abuela —dijo Abraham contento.
—¿Quieres ir manejando? Así ya te vas familiarizando.
La dirección hidráulica no era de las mejores, reconoció. Ya tenía una ventaja. Estaba polarizada. Eso correspondía a tachar un ítem del paso tres. Luego de comprar y llevarla de regreso, le dijo seria y preocupada:
—Que no le pase nada. No permitas que nadie le haga nada.
—Tranquila abuela, no le va a ocurrir nada.
—Que bien me hace oír eso —le dijo confiando en que su decisión era correcta.
Miró el reloj, podía dirigirse a la empresa para ver a donde se dirigía Tony, pero para Carlos seguir insistiendo en eso no era una gran opción y era arriesgada. Mucho menos pasaría por la empresa un día que había faltado. Soportar a su hermana, pedir la trafic y hacer la compra en el supermercado que estaba repleto, lo habían estresado. Al llegar a su departamento, se echó a dormir. Al despertar, se preparó y fue hacia la plaza. Optó por la trafic. Llegado el caso, estaba más protegido. Si Tony lo veía, no reconocería el vehículo, ni la persona dentro.
Cuando llegó, un hombre con vestimenta running celeste, corría por el camino y una mujer rubia paseaba a su perra. Era temprano, no eran ni las ocho. Aún quedaban rayos del sol. Había estacionado en la punta o sector sur, donde la calle era mano y por la misma, que Tony caminaría en caso de que se apareciera viniendo desde su domicilio. Tras pasar no más de cinco minutos, la mujer que se encontraba en una línea casi paralela con la trafic, se retiró caminando en perpendicular, y al salir de la plaza, siguió caminando. No en el sentido de Abraham, ni para donde él estaba, si no cruzando la calle en que él se encontraba. En ese instante, se dio cuenta de un detalle importantísimo.
«¡Qué mierda! Al ser tan chica la plaza, en poco tiempo se puede llegar de una punta a la otra. Con Carlos vamos a tener que ser muy rápidos»
Los minutos pasaron, hasta el cuarto de hora y el sector estaba desierto. De lejos pudo observar que se acercaba Tony con su mascota. Verlo venir lo llenó de esperanzas. Finalmente ingresó y se dirigió al centro de la plaza, donde había unos banquitos, rodeando a un gran prócer de Nueve Puntas. Se había quedado sentado acariciando a su perrito, mientras revisaba su celular. Esperó un ratito y al no tener bolsita, se retiró.
«Es una porquería. Es de los que sacan el perro a pasear para no les ensucie en su casa»
Volvió por donde había venido. Cuando cruzó la calle, no había nadie, ni hubo por más de la mitad del trayecto.
«Hoy hubiese sido el día perfecto para secuestrarlo. Si el lunes que viene vuelve, espero que sea como hoy»
Tenía la locura de todos los miércoles a la noche, ir a comer una hamburguesa. La locura había comenzado un poco más de un año atrás, cuando muy cerca de su domicilio a medio kilómetro, se había instalado un carrito. Contaba con un par de mesas y sillas para los clientes. Eligió el día miércoles porque los odiaba. Se desesperaban por comprar entradas ese día y lo volvían loco. Luego al jueves, disminuían las ventas y el viernes, aumentaban por las ventas de entradas para el fin de semana. Nunca faltaba. Todos los miércoles aparecía entre las nueve y diez de la noche. La hamburguesa se podía armar al gusto del comprador. Tenían distintos tipos de fiambres y muchas variedades de salsas. El siempre pedía una hamburguesa doble, con doble queso, doble huevo y doble salame, sumado a salsa Nueve Puntas, que era una mezcla entre la salsa picante y la Mayonesa. Tal vez disfrutaba demasiado la hamburguesa o tal vez, se sentía muy solo en su monoambiente.
A la mañana siguiente, fue en busca de Carlos. Se llevó la sorpresa de que ya lo estaba esperando.
—Siempre te tengo que esperar unos minutos, ¿que se te dio por estar listo antes? —le dijo mientras subía.
—Los trajes están listos, y son una obra de arte —le comentó con euforia.
—¿Y por qué no los trajiste? —le preguntó ansioso.
—No tenemos tiempo para verlos ahora. Llegaríamos tarde. A la vuelta los vemos.
—Bueno, los vemos a la vuelta —le dijo tras arrancar.
—El jefe preguntó por qué faltaste.
—Ni nombres a ese corrupto. No arruines el día. Ayer conseguí la trafic y encontré al hijo de puta en la plaza.
—¿Puedes confirmar que es el lugar adecuado? —le preguntó serio.
—Si. Ayer quedó solo en la plaza y al volverse, lo tendríamos que haber secuestrado. Es una lástima que no hubiésemos tenido todo listo antes.
—Tranquilo, no tenemos que desesperarnos cuando hay tiempo.
—¿Conseguiste algo más, además del traje?
—Si. Los químicos para el paso dos. Mañana me llegan las patentes y ya podemos tachar los tres primeros pasos.
—Entonces vamos bien ¿Cuánto invertiste?
—Tres mil y me faltan los codificadores que son mil quinientas más.
—Cuando volvamos te doy el dinero.
—Deja, si todo sale bien, me pagas cuando seas jefe.
—No, yo soy el perjudicado, los gastos corren por mi cuenta.
—Como quieras.
El trabajo le resultó aburrido. A mitad de jornada, Tony se acercó para molestarlo.
—¿Qué se te dio por faltar?
«Este infeliz me viene a molestar de nuevo»
—No molestes Tony —le dijo tranquilo.
—¿Qué no te moleste? ¡Te parece una molestia! — le gritó en la cara.
«Rubiecita de mama y papa. Como me gustaría golpearte hasta que te calles de una puta vez»
—Tu nuevo jefe te viene a preguntar porque faltaste y así lo tratas, maldito peón.
Escuchar la palabra peón, lo alteró, pero también modificó la situación a su favor.
«De nuevo me dices peón, niñito mimado. Carlos me dice que te ignore, pero no creo que relacionen una pelea con un secuestro. Eso nunca ocurre. Veamos qué tan guapo eres»
—Así me gusta, que te quedes callado cuando tu nuevo jefe te reta.
De repente, cambió su cara de odio con mirada perdida hacia el suelo, por una sonriente directa a sus ojos, y se levantó. A Tony lo desconcertó su cambio.
—¿Por qué sonríes peón?
—Dime Tony, ¿cuántas veces te peleaste a los puños?
—¿Qué? ¿Qué me estas preguntando imbécil?
Abraham amplió su sonrisa, mientras Tony perdía coraje.
—Nunca en tu vida te peleaste a los puños ¿Tienes idea de cuantas veces me peleé yo?
—¿Cuántas veces peleaste imbécil? ¿Cuántas veces? —preguntó con temor intentando recuperar el valor.
—Demasiadas —vio a Carlos aproximarse y lo negó con el dedo—. Y no tengo miedo de agregar una más al historial.
—Imbécil. Maldito inútil. Cuando sea tu jefe te voy a echar. ¡No trabajarás más aquí! —gritó alteradísimo, lo cual logró que todos los empleados y el jefe reaccionen.
—¿Que está ocurriendo? —preguntó el jefe enojado.
—Estaba trabajando tranquilo y me vino a molestar —dijo Abraham al segundo, mirando hacia el piso ya que no quería mirar al corrupto a los ojos.
—Él me estuvo observando.
—¡No quiero que se vuelvan a pelear! —dijo el jefe al instante, impidiendo que cada uno siga contando su historia—. Si se llevan mal, no se hablen. ¡¿Entendieron?!
—Si. —respondieron.
—¡Vuelvan a sus puestos! Y ustedes —les dijo a los demás empleados—. Sigan trabajando, no les incumbe.
Cuando el turno terminó, Tony lo miró de re ojo y al ver que estaba hablando con Paola y Estela, se retiró rápido.
—¡Perdiste el rumbo! ¡No tenías que llamar la atención de Tony! No debías responderle, ni mucho menos provocarlo —dijo Carlos dentro del auto, al regresar.
—A la mierda todo. No podía seguir soportando a ese hijo de puta. Simplemente lo apuré y el señor no tenía huevos para pelear —dijo celebrando—. Ahora me va a empezar a respetar.
—Si. Te va a respetar por unos días, hasta de la patrulla lo arreste —dijo cambiando sus expresiones, al notar que Abraham se tenía la confianza necesaria para que el secuestro sea un éxito.
Pasaron por la hamburguesería. Abraham no tenía mucho entusiasmo por volver, pero que más le daba. Cuando terminaron de almorzar, fueron de Carlos.
Los trajes estaban en la mesa. Doblados. Uno al lado del otro.
—El de la derecha —le dijo Carlos.
—Está muy bueno. Es de una pieza —dijo al abrirlo.
—Pruébatelo.
Abraham se fue a cambiar, ya que no le entraría encima del Jean.
—Me queda bien —dijo al regresar.
Se probó la máscara.
—Apaga la luz.
—¿Ves bien?
—Si. Pensé que no vería nada, pero se ve lo suficiente —dijo convencido—. Me siento un superhéroe.
—Seremos superhéroes —afirmó.
En la mesa no solo estaban los trajes, también se encontraban muchos libros y una caja de zapatillas.
—La caja —le pidió.
Abraham se la alcanzó y Carlos retiró uno de los codificadores.
—Somos la patrulla anticorruptos —dijo con la voz programada.
—Mierda. Son muy buenos, ni se siente tu voz.
—Prueba el otro.
—Llegó la patrulla Tony, vas a admitir que arreglaste el ascenso con el jefe —dijo con la voz robótica.
—Hay que preparar los diálogos. Que les vamos a decir, que le vamos a preguntar. Siempre al margen de que no sospeche que somos nosotros.
—¿Cuánto gastaste?
—Tres mil doscientas novenas. Me faltan las patentes, que son mil más.
—Cuando volvamos te lo pago.
—Deja, no me debes nada. Cuando seas jefe me pagas.
—Al volver te pago.
—Mañana instalamos las patentes y tenemos todo. Las zapatillas —dijo tras observarlo—. Necesitamos comprar dos pares. No podemos usar las nuestras.
—Vamos al mayorista, que están de corrido. Se venden tantas que pasan desapercibidas —remarcó Abraham.
Por mil novenas Abraham compró dos pares de zapatillas negras y le dio el total de todo lo gastado, aunque Carlos solo aceptó la mitad.
Día viernes. Carlos faltó, ya que llegaban las patentes. Para Abraham fue un día más del trabajo. Tony evitó cualquier tipo de roce. Salió del trabajo y llegó a su departamento. Se cambió, almorzó y fue al gimnasio. Carlos no estaba, por lo que comenzó a entrenar.
—¿Ya las cambiaste? —le preguntó tras saludarlo al llegar.
—No pude, siempre había alguien estorbando.
Abraham no dijo nada, pero por su cara demostraba preocupación.
—Tranquilo. Cuando terminemos de entrenar, vamos a la fábrica abandonada y las cambiamos ahí.
—¡Vamos ahora!
—Ahora vamos a entrenar. Después vamos —le dijo con tal calma que logró tranquilizarlo.
Entrenaron piernas. Mientras usaban la cuadricera, al principiante le temblaban las piernas y a Carlos le daba gracia. Tras finalizar, se dirigieron a la fábrica abandonada y solucionaron el problema.
—¿Qué te parece este lugar? —le preguntó Carlos.
—No me convence. Los desalojados pueden venir a dormir aquí. Tenemos que llevarlo a un descampado.
—Si. No tenemos más opciones.
Día sábado. Por la tarde, Abraham fue a lo de Carlos ya que el departamento era más espacioso y practicaron el secuestro. Lo simularon con una almohada.
El domingo, Abraham fue a visitar a su familia. En el almuerzo, su padre le preguntó lo que no quería oír.
—El 15 de enero, ¿ya eres el nuevo jefe?
—No. No obtuve el ascenso —dijo triste, con la vista al suelo.
—¿Vas a seguir trabajando como vendedor? Nunca vas a progresar así ¡¿Por qué dejaste la universidad?!
—A la mierda la universidad. Como si un título hoy sirviera ¡No hay puestos de trabajo!
—Tu hermana está yendo a la universidad y va a ser profesional. Ella tendrá un buen estilo de vida y no pasará hambre —le dijo su madre convencida.
—Espero que puedas terminar rápido, porque este gobierno de ultra derecha en cualquier momento la va a privatizar y no la van a poder pagar.
—¿Ves lo que haces? —le dijo su padre al notar que Agustina se largaba a llorar por el comentario.
—¿No te das cuenta que está fingiendo? Claro, como es mujer tiene derecho a llorar. Da igual. Cuando la privaticen, yo voy a terminar pagándole la universidad.
Cambiaron de tema. Abraham se quedó una hora más, hasta las 15:00 y volvió. Lo ponía muy nervioso, pensar en lo que podría ocurrir el día siguiente, así que se pasó el resto del día jugando videojuegos. Se bañó y acostó a la hora de siempre. Las 23:00.
Se despertó. Se cambió. Desayunó dos omelettes y un exprimido de naranja. Se colocó la pulsera con los colores de su país y lo fue a buscar para ir a trabajar.
—Hoy puede ser el día —le dijo al ingresar al auto.
—Si. Eso espero. Terminar todo hoy mismo.
—Hoy tienes la pulsera. Hoy se termina esto y ya eres el nuevo jefe. Pon electrónica —le pidió para que el viaje sea más llevadero.
Abraham evitó mirarlo en las seis horas laborales. Fue un día sin demasiadas ventas. Un día que pasó lento.
Al atardecer, Abraham se retiró de su departamento con ropa normal. Una remera mangas cortas azul y un pantalón corto negro. Llevaba una mochila, y las zapatillas negras que había comprado en el mayorista el día viernes. La trafic estaba estacionada muy cerca. Al ingresar se colocó el traje por encima. Fue hacia lo de Carlos. También llevaba una mochila. Fueron hacia la plaza. Eran las 8 en punto al estacionar. La plaza no estaba vacía. Una abuelita estaba sentada en el centro. Un niño de no más de 12 años, paseaba su mascota junto a su madre. Ellos no serían amenaza, los restantes, un entrenador personal con su alumno, muy cerca de donde se encontraban estacionados, sí.
—Hoy tenían que venir a entrenar. El lunes pasado no estaban.
Esperaron hasta las 8:20. Al no encontrarlo, decidieron pasar por el departamento. No lo vieron. Abraham dobló para regresar y apareció de repente, acercándose a 400 metros. Estaba solo, no se veía otra persona caminando en ese sector. Dos autos pasaron en dirección contraria. Estacionaron la trafic. Tony no le prestó atención. Con el espejo retrovisor, observaban por si llegaban vehículos. Pasó una moto. 300 metros. Se quitaron los cinturones de seguridad. Carlos arrojó una gran cantidad del químico en el paño. Pasaron dos autos más, y ya se encontraba a menos de 100 metros. La trafic estaba estacionada justo en la equina. Facilitaría la retirada volviendo a doblar.
—¡Vamos! —le dijo Abraham cuando estaba a menos de 20 metros.
—Esperemos que pase la camioneta —le dijo en voz baja, poniendo el brazo, al notar que, en menos de quince segundos, estaría allí.
La camioneta pasó rápido.
—Ahora —dijo Abraham agarrando el paño, cuando Tony ya estaba unos metros por detrás suyo, y la camioneta ya estaba muy lejos como para presenciar lo que ocurriría.
Tony oyó que se bajaron de la trafic, pero no miró hacia atrás. Cuando sintió el ruido de los pasos aproximándose, reaccionó volteando y viéndolos. No alcanzó a correr, ya que Carlos lo capturó con mucha facilidad.
—¿Qué pasa? —dijo en voz baja desesperado por la situación, aunque su intención era gritarlo.
Abraham lo durmió. Entre los dos fueron muy rápidos para cargarlo. Cuando estaban terminando de meterlo en la trafic, dobló un hombre que estaba caminando. El hombre corrió. Tanto Abraham como Carlos reaccionaron al instante. Se subieron y arrancaron. El hombre que no logró llegar, miró la patente y la recordó. Una patente falsa, inexistente.
Mientras Abraham manejaba, Carlos se ocupaba de atarlo de manos y pies. Le encintó la boca y le tapó los ojos con un pañuelo negro. Al llegar a destino, lo bajaron. Aún seguía dormido. Lo llevaron hasta un poste, donde lo ataron con una soga en su cintura.
—Prepara la cámara —le pidió a Carlos.
Abraham le retiró la soga de la boca y el otro patrullero, verificó un lugar óptimo para filmar. Al banquito le dieron otra utilidad. Abraham le arrojó el contenido restante de la botella con agua que había comprado al mediodía y a los segundos, despertó.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! Me secuestraron ¡No puedo ver!
—No grites porque nadie te va a escuchar —le dijo Abraham.
—¿Quiénes son? —preguntó al percatarse de que otra persona caminaba—. ¿Por qué tienes una voz tan rara?
—Somos la patrulla anticorruptos. Queremos que admitas la verdad, que admitas el arreglo que tuviste con tu jefe para conseguir el ascenso —los presentó el otro patrullero.
—¿La patrulla anticorruptos? Que nombre tan estúpido. Yo no tengo ningún arreglo —dijo luego de analizar lo que estaba ocurriendo—. Yo fui ascendido porque vendí más que todos.
Abraham lo golpeó con su puño derecho, impactando en la cien.
—¿Porque me golpeaste?
Abraham lo volvió a golpear, un poco más bajo fue el impacto.
—¡Di la verdad! corrupto hijo de puta.
—¿Quiénes son? —les preguntó con detenimiento—. ¿Dos empleados frustrados?
El silencio se apoderó del ambiente por cuatro segundos, en los que intentó ponerse de pie. No pudo.
—Fuimos contratados por trabajadores de la empresa para que admitas la verdad y hasta que no lo hagas no te vamos a dejar libre —expresó el más perjudicado.
—Están enfermos. Eso es lo que ustedes creen. Yo vendí once mil entradas —dijo al recordar el número que el jefe le contó que nadie logró superar—. Por eso fui ascendido.
Carlos lo golpeó con su derecha, recto a la nariz.
—Mentira. Vendiste siete mil. Tenemos los registros de las ventas y también el registro de la transferencia bancaria a la cuenta de tu jefe, lo tenemos todo —le dijo muy seguro.
Por la expresión facial, Tony demostró la derrota. Abraham quería seguir golpeándolo, pero era consciente de que se encontraba muy alterado. Carlos dio el siguiente golpe. Lo jaló del cabello y estampó su nuca contra el poste.
—Está bien. Lo admito. Yo compré el ascenso ¿Soy una mala persona por eso? ¿Qué culpa tengo si los demás empleados son pobres y no pudieron ofertar?
Los dos patrulleros explotaron al escucharlo, pero ya habían conseguido el objetivo.
—Apaga la cámara— le pidió Abraham.
—¿Lo grabaron? —preguntó con sorpresa.
—Es la única evidencia. Lo raro seria no grabarlo —dijo Carlos mientras se dirigía a guardar la cámara y el banquito.
—¿Ahora que me van a hacer? —preguntó atemorizado.
Abraham estuvo por contestar, pero omitió ya que sintió que por algún modismo podría ser reconocido.
Volvió a dormirlo con el químico, lo desataron del poste y de los pies. Al adelantar un kilómetro y no ver a nadie, lo dejaron al costado, en el pastizal. Al regresar, Carlos editó el video y buscó el ultimo correo que les había enviado el dueño. Ahí pudo encontrar las direcciones de correo de todos en la empresa. Era de principio de año, pero le parecía que los ocho empleados del turno próximo eran los mismos, no creía encontrarse con modificaciones. Con un correo falso, creo un mensaje indignante adjuntando el video a todos los empleados, al jefe y al dueño. Irónicamente, no lo descartó a Tony. La gran mayoría de los empleados respondieron. No era el medio más cómodo para comunicarse, pero por el momento no tenían otro.
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Player 47
In an unfamiliar world full of monsters, demons, deities and secrets buried for the better, a game is being played. 160 "Players", each one a soul of someone who died on Earth, will kill each other for a second chance at life. No one but the strongest deserves to live again and Frey Alcott, the 47th Player, does not plan on staying dead for long. (Discontinued; please read the rewrite version which can be found from the author's fiction list.)
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