《El aficionado [Español] [Completo]》8. Una oportunidad

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El joven rapado que había filmado la pelea volvió a su casa a las 21:11. Agotado por su trabajo de vendedor, se tiró en la cama y reprodujo el video. Al finalizarlo, le dio replay. Se acordó de esos típicos videos de karma que se volvían virales en las redes sociales y pensó en subirlo a alguna plataforma de videos. Leyó los mensajes recibidos de su amigo Juan, quien en el último le preguntó: ¿Cuándo te venís a la capital?

—El viernes voy —le respondió. También le envió el video con la siguiente descripción.

Se pelearon al mediodía. El vago es un mozo del restaurante Buenapasta. Fuimos a cenar ahí el mes pasado, con dos chicas. Pelea re bien por ser un mozo.

Su amigo leyó el mensaje al día siguiente, a la mañana, mientras descansaba tras finalizar su tercera serie de cuádriceps.

«Es bueno» pensó tras verlo.

—Ulises, tenés que ver este video —le gritó al entrenador que se encontraba a unos pocos metros en la entrada del gimnasio.

—¿De qué es el video? —le pregunto con mala onda.

—Es de una pelea callejera, es buenísimo como lo noquea.

Ulises se dirigió sin apuro. Una joven que se encontraba entrenando sentadillas a dos metros de Juan, también se acercó a ver el video.

—Se la mandó a guardar —dijo la joven al observar el contraataque.

—Si —afirmó Juan.

—¿Quién es este? —preguntó Ulises asombrado.

—Trabaja de mozo, no lo conozco.

—¿Lo ven con condiciones para la jaula?

—Parece bueno —dijo la joven.

—Con esa velocidad le podría ir bien —comentó Juan.

Sabían que ese contraataque no era propio de un peleador del montón. La rapidez en la que se movió y la precisión eran notorias, pero lo que más le sorprendió a Ulises, fue la sonrisa que colocó cuando estaba esquivando el golpe que duro hasta el impacto. Esa sonrisa detonaba seguridad y experiencia. Demostraba un dominio del tiempo demasiado preciso, exclusivo de peleadores super entrenados; no dé el, que nunca había golpeado una bolsa y entrenaba con dos mancuernas en su casa.

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Esa misma noche, Ulises no tenía nada mejor que hacer y se decidió a conocer el restaurante. Un poco más de una hora tardó en llegar, manejando a velocidad promedio por la autopista. Se ubicó en una mesa del sector abierto. El mismo Leo lo atendió y cuando le estaba llevando su gaseosa dietética, se presentó.

—Me llamo Ulises, soy entrenador de artes marciales mixtas y vine desde la capital hasta el restaurante por dos razones. Dicen que tienen las mejores pastas de la provincia y, creo que tenés condiciones para pelear en la jaula.

—Te vi en la televisión varias veces —le dijo con rapidez—. ¿Por qué crees que tengo condiciones para pelear? —le preguntó sin entender.

—No te quiero incomodar. Te filmaron en una pelea y le enviaron el video a un cliente de mi gimnasio.

—Eso fue ayer ¡¿Quién fue el pelotudo que me filmó?! ¡¿Quién más se enteró?!

—Tranquilo. La persona que te filmó, se llama Enrique. Hasta donde yo sé, solo le compartió el video al cliente de mi gimnasio y yo me encargué de que ambos lo borren.

—¿Cómo conseguiste que borren el video? ¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

—Cuando Juan, el cliente de mi gimnasio me enseñó el video, le pedí que él y su amigo lo borren. Si no lo borran y se comparte, ya no va a entrenar más en mi gimnasio. No tienen que armar puterío de esta forma —por la firmeza en que habló, le creyó—. No vine con la intención de incomodarte, es lo que menos quiero.

—¡Leo, tenés que atender las otras mesas! —le dijo Richard molesto.

—Ahora te traigo tu pedido.

—No tengo prisa.

Luego de llevar dos pedidos, le llevó los Capeletinis con salsa barbacoa.

—Yo no soy un peleador. Nunca practiqué boxeo, ni ningún arte marcial. Contraataqué y me fue bien, es todo.

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—No. Una persona normal no tiene esa reacción. En un movimiento esquivaste la piña y achicaste la distancia para poder contratacar con tu mano hábil. Hasta acompañaste el golpe con las caderas.

—Me pareció que si giraba un poco más el cuerpo el golpe sería más potente. Me deje llevar por mi instinto y me fue bien. Soy un tipo con suerte, pero no se pelear —gesticuló con las manos dando a entender que no era tan bueno—. Tengo que seguir trabajando —le dijo y se retiró.

Ulises cenó sin apuro. Al finalizar, lo llamó con una seña.

—No te molesto más. Cobrame cuanto es y ya me voy.

—Son ciento cinco —le dijo enseñándole el ticket.

—Guardá el cambio —le dijo al pagarle con un billete de cien y otro de veinte—. Esta es mi tarjeta, si te interesa entrenar un poco, me podés llamar o visitar el gimnasio.

Leo la guardó.

—Por ahora no tengo interés en pelear.

—Es una lástima, porque tenés talento. Si me vine desde la capital hasta acá, no te creas que estaba aburrido. Si hay algo que no hago, es desperdiciar el tiempo.

—Es que, no te quiero defraudar. Yo no sé pelear.

Ulises se levantó.

—Está bien. Ya tenés mi contacto, si algún día estas con bronca y querés golpear un poco la bolsa, sos bienvenido.

—Ok.

Le dio la mano y se retiró tranquilo del restaurante.

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