《El aficionado [Español] [Completo]》1. El plan maestro
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El Lokito destapó una cerveza y le sirvió a cada uno de sus amigos.
—¡Acá viene el gol! —gritó El Guapo cuando el equipo local consiguió un córner por el lateral derecho.
—Prefiero que ganen estos, los otros son muy precisos —especuló La Dibujante.
—Si, son habilidosos —reconoció La Rubiecita.
El enganche pateó y la pelota se dirigió con mucho efecto hacia el punto penal. El defensor y el delantero estrella buscaron la pelota. El delantero saltó más alto, pero el defensor era nueve centímetros más alto. El cabezazo direccionó la pelota hacia un compañero quien la terminó despejando del peligro.
—Estuvo cerca —comentó El Feli después de un fondo blanco.
El partido lo ganaba el local por un gol. El árbitro decidió dar tes minutos adicionales.
—Pensé que daba cuatro —dijo La Dibujante descontenta, antes de beber un sorbo.
—Se lesionó un jugador y dos hicieron tiempo, es poco tres —comentó La Baby.
El volante local realizó el saque lateral. Se la dio al extremo derecho un poco exigido y este, la perdió. El 3 visitante no solo tenía buena marca, también era rapidísimo y con muy buena proyección. El 3 ideal.
—Guarda con este —alarmó El Feli.
Amagó a salir jugando por el lateral y con su pie derecho, pateó la pelota con la potencia y precisión necesaria para meterle un caño al 7 rival y poder adueñarse de la pelota antes de que el volante se la quite. La alcanzó con su pie derecho y con su izquierdo le ganó el lateral, dejándolo metros detrás en cuestión de segundos.
—Si la hace bien es gol —dijo El Lokito
Le dio el pase al mediocampista central, quien se encontraba un poco más adelantado, a unos veinte metros del arco rival. Apuntó y pateó fuerte con su pie derecho. La pelota golpeó el ángulo derecho y se fue afuera. El Lokito y El Feli suspiraron.
El arquero sacó y el árbitro sopló el silbato.
—Espero que les ganemos.
—Tranqui amorcito, les ganamos fácil —aseguró El Feli.
—Tenemos un mes para el partido ¿Cómo estamos con la guita? —preguntó El Guapo.
El Lokito abrió la caja fuerte y contó el dinero.
—¿Estamos? —le preguntó cuando estaba terminando de contar.
—No. Con quince mil no hacemos nada.
—Necesitamos unos treinta mil —calculó La Baby.
—Si, como mínimo. Yo tengo mil en lo de mis viejos —dijo la novia de El Lokito.
—Yo puedo conseguir otros mil —dijo El Guapo.
—Yo no tengo más —dijo El Feli.
—¿De dónde sacamos más? —preguntó La Baby triste.
—No se desesperen. Tengo algo —dijo El Lokito mientras destapaba otra cerveza.
—¿Que hay? —preguntó El Feli.
—¡Buenapasta! —pronunció con extrema suavidad mientras llenaba su vaso.
—Si, se están llenando de plata. Hay que aprovechar —apuró El Guapo.
—Es grande. ¿Cuántas mesas tienen? —la Baby se interesó.
—En el sector abierto, hay diez mesas y adentro, deben tener veinte. La mayoría van a comer a eso de las nueve y cuarto, y a eso de las diez y media se van. Las mesas que se desocupan antes de las once se vuelven a ocupar. El restaurante cierra a la una.
—Con un poquito de suerte, se ocupa dos veces cada mesa —El Feli se entusiasmó.
—¿Cuatrocientos por mesa? —preguntó El Guapo mientras se llenaba el vaso.
—Como mínimo, cien por persona —le respondió El Lokito.
—Son doce mil por tanda. Es perfecto —dijo La Baby, que era muy buena para las matemáticas.
—No sé, lo veo muy arriesgado. Nunca hicimos un trabajo de este rango —dijo La Dibujante un poco asustada.
—Si, está peligroso. Ahora tenemos muchos turistas y vigilantes —informó La Rubiecita.
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Hubo un silencio de nueve segundos, en los cuales El Lokito sintió que su plan se había derrumbado. No tuvo otra alternativa que chamuyar.
—Con mi plan no es arriesgado y el peligro de los vigilantes, lo descartamos. El robo va a ser después de la una, cuando es tierra de nadie.
Se tranquilizaron. La Rubiecita suspiró y La Dibujante cambió su cara de pánico por una leve sonrisa que indicaba tranquilidad.
—El plan que tengo es muy bueno. Si todo sale como quiero, en menos de dos minutos terminamos.
—Es un trámite —comentó su novia.
—Ojalá los tramites duraran dos minutos —dijo La Dibujante.
—Consta de dos fases. La primera, que es la más difícil, la podemos realizar mañana; y la segunda, que es el robo, lo podemos realizar pasado mañana.
—Pasado mañana tengo un compromiso ¿Lo podemos postergar un día más? —pidió El Feli.
—Si, podemos empezar mañana y terminar el domingo. ¿Vamos? —les preguntó demostrando naturalidad, levantando el vaso.
—¡Vamos! —respondieron contentos al brindar.
El viernes 11 de noviembre a las 21:15, ingresaron a Buenapasta. El restaurante, tenía un estilo vintage. El cartel de entrada que indicaba el nombre, estaba en letra cursiva, el estilo más utilizado en el país. “Buenapasta”, deslumbraba el roble, que se encontraba pintado a lo largo por una franja verde en la parte superior, una blanca en el medio y una roja brillante en su inferior. El piso, estaba compuesto por tablones de cedro que habían sido cortados en cuadrados de 20x20, dándole la impresión a los clientes de estar viendo cerámicos. Estaba pintado de blanco mate, detalle que le otorgaba gran jerarquía. Las mesas, eran de madera robusta al igual que las sillas. Los manteles, eran celestes y no solo combinaban bien con el piso, también con las paredes que estaban pintadas de color beige.
Solo quedaban cuatro mesas libres. Richard los ubicó en el sector climatizado del restaurante uniendo dos mesas y retirando dos sillas. A cada parejita le entregó una carta.
—¿Qué van a tomar? —les preguntó sonriendo.
—¿Quieren cerveza? —preguntó El Lokito.
—Si —respondieron todos.
—No le podemos vender alcohol a menores. ¿Tienen sus documentos? —les preguntó sin perder su sonrisa.
Cada uno mostró su documento. Las edades variaban entre 18 y 19 años. Cada uno era producto de “Lente negra”, el mejor falsificador de la provincia.
Richard los miró rápido y no vio nada extraño. Les devolvió sus documentos.
—¿Dos de litro y medio?
—Si, trae dos.
—¿Ya saben lo que van a comer?
—No, todavía no —respondió de inmediato El Guapo.
—Decidan tranquilos, ahora traigo las cervezas —les dijo y se retiró.
Era inoportuno apresurarse. El simple hecho de que la exclusividad eran pastas, no quería decir que las opciones fuesen escasas. La idea fue de Leo. Su padre quería vender “de todo un poco”. Un poco de pastas, un poco de carne, un poco de pollo, etc. Leo automáticamente relacionó “de todo un poco” con “uno más del montón”. Planteó vender nueve variedades de pastas: Ñoquis, Tallarines, Lasaña, Panzottis, Sorrentinos, Ravioles, Canelones, Agnolottis y Capeletinis; y poder combinar a cada una con dieciocho variedades de salsa: salsa mixta, salsa holandesa, salsa portuguesa, salsa mexicana, salsa carbonara, salsa pesto, salsa italiana, salsa parisiense, salsa cesar, salsa boloñesa, salsa criolla, salsa queso azul, salsa cuatro quesos, salsa de queso cheddar, salsa putanesca, salsa de champiñones, salsa barbacoa y salsa de la casa; la cual estaba compuesta por salsa de tomate, cebolla, pimiento rojo, ajo, perejil, manteca y era la única salsa fritada con aceite de coco.
La idea no era mala, pero era arriesgada. El negocio solo iba a funcionar de esta manera si, solo si, se encontraba a la persona indicada para elaborar y cocinar exquisiteces. Un riesgo muy grande que el dueño no quería correr; por lo cual el restaurante comenzó con “de todo un poco”. No fue mal, pero se podía buscar más. No descartó su idea. Demoró unos meses en conseguir a la chef ideal. Cada combinación era deliciosa. Dos meses después de contratarla, sus pastas fueron consideradas las mejores de la ciudad según el noticiero.
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La Rubiecita se decidió por los tallarines con mixta. Una cena clásica para una chica clásica. Su novio era amante del picante, por lo que supo que unos sorrentinos con salsa mexicana, lo harían más que feliz. Unos ñoquis con salsa criolla calmarían la ansiedad de La Dibujante luego de realizar su trabajo. Su novio optó por panzottis con salsa cuatro quesos. El Feli y La Baby pidieron dos porciones de canelones con salsa de queso cheddar.
Richard trajo las cervezas, anotó sus pedidos y se retiró. En ese momento dio inicio al plan.
—Hay dos cámaras, dos mozos, dos mozas, la cocinera y su ayudante —captó El Lokito.
La Dibujante y La Baby vigilaron el baño. Esperaron a que salgan las mujeres que habían entrado y se dirigieron rápidamente. La Dibujante se quedó en la entrada de “campanita”, disimulando con su celular. La Baby ingresó. Tenía tan solo 16 años, pero era muy valiente. La rejilla se encontraba en el centro del lugar. En once segundos, logró retirarla con la ayuda de un destornillador. Sacó las bombas de sus amplios bolsillos y cuando estaba empezando con la colocación, una morocha muy linda de 25 años se levantó de su silla y caminó con delicadeza hacia el baño. Su mesa se encontraba a unos seis metros de La Dibujante, quien se había posicionado casi cuarenta centímetros delante de la puerta del baño. Unos segundos más tarde, cuando ya se encontraba a menos de dos metros, la interceptó.
La morocha era muy elegante, así que se decidió por preguntarle sobre sus joyas. También, era muy manda parte por lo que aprovechó la conversación para rebajarla; dándole a entender que era una ciruja por no vestir las mejores marcas. La sonrisa de La Dibujante se iba extinguiendo tras cada comentario provocativo de la mujer, pero solo era cuestión de hacer tiempo, cuestión de “aguantar”; una palabra que ella y sus amigos conocían a la perfección. La conversación duró casi dos minutos, hasta que la morocha la miró seria y le dijo en modo imperativo: —Con permiso, tengo que entrar.
Le abrió la puerta y en ese momento miró atemorizada hacia adentro, pensando en ver a su amiga trabajando en la rejilla, pero no fue así. No había nadie en el pasillo del baño.
Volvió a su mesa pensando en lo que podía haber ocurrido. Su primer pensamiento fue el siguiente: «Si no está en el pasillo, está en algún cuarto del baño»
Luego pensó: «Seguro no pudo retirar la rejilla y decidió colocar las bombas dentro de algún cuarto del baño»
Cuando estaba por llegar a su mesa, pensó de repente: «Tal vez, no pudo con su trabajo y está llorando en algún cuarto del baño pensando en lo que nos va a decir»
Sus amigos al ver su cara supieron que algo andaba mal.
—Todavía no salió —informó con temor mientras se sentaba.
—¿Hizo el trabajo? —El Feli se encontraba muy preocupado.
—No sé.
Hubo nueve segundos de silencio, hasta que La Rubiecita vio que se acercaba.
—¡Ahí viene!
Al llegar se sentó y bebió un poco de su cerveza.
—¿Qué pasó? —preguntó su novio nervioso.
—Nada. El trabajo está hecho —respondió muy tranquila.
—¿En dónde estabas? No te vi en el pasillo.
—Me dolía un poco la panza —comentó riendo.
Su mesa estaba ubicada en el sector climatizado y los baños, estaban en el sector al aire libre. La idea fue del padre de Leo. Tuvo dos razones. La primera, hacer algo distinto para generar más fama. La segunda, que los comensales del sector climatizado (sector que tenía el doble de mesas) realicen un largo recorrido hasta el baño para evitar que ingresen a cada rato.
La idea de El Lokito fue conseguir una ubicación en el sector abierto para facilitar el trabajo y terminar lo antes posible. Esa noche hacían 25 grados y el viento era muy refrescante. Era ideal para el aire libre, razón por la cual estaba lleno. Su mesa se encontraba en diagonal a los baños, pero de pie se podían observar sin complicaciones.
—Vamos —le dijo El Lokito a El Guapo, después de unos minutos, al ver que salía el hombre que había entrado.
Cuando abrieron la puerta corrediza que separaba los dos sectores, un abuelo del sector abierto se levantó de su silla y los jóvenes se dieron cuenta que se iba a dirigir al baño. La mesa en la que cenaba el señor, estaba a tan solo tres metros.
—¿Qué hacemos? —le preguntó a El Lokito.
—Entrá antes que él, metete en algún cuarto del baño y esperá que se vaya. Yo controlo que nadie más entre.
Pensaron que iba a tardar, pero por suerte en un minuto se fue. Cinco segundos después de su retirada, otro hombre quiso ingresar. El Lokito se encontraba de “campanita”, pero sin el celular en sus manos. Miraba alegre hacia el frente.
—Están limpiando el baño, en un ratito lo vuelven a habilitar.
—Está bien —dijo el hombre mientras volvía a su mesa.
Quince segundos después de que se retiró, un hombre corpulento del sector climatizado abrió la puerta y caminó con prisa.
—Están limpiando, en un ratito lo vuelven a habilitar —le dijo cuando se encontraba a un metro.
—¡Si no hay ningún cartel! ¿Vos sos de limpieza?
—No señor. Yo estoy esperando para entrar.
—Yo entro igual, a mí no me importa que estén limpiando —dijo en tono agresivo.
—Recién entré y me echaron.
—No me importa ¡Correte, voy a entrar!
El Lokito se corrió para el costado y el hombre dio dos pasos, hasta que la puerta se abrió y salió El Guapo.
—¿Ya terminaste la limpieza? —le preguntó a su amigo.
—Si, ya está —le respondió siguiendo el juego.
El Guapo volvió a su mesa y El Lokito ingresó junto al hombre. Al minuto, también volvió. Cuando finalizaron sus pastas, pidieron un brownie, dos flanes con dulce de leche y tres helados (1 de frutilla y 2 de chocolate)
La Rubiecita probó su helado de chocolate y sintió que era tan bueno como el de su heladería preferida. Se levantó de su asiento y por la ventana, pudo observar la cámara ubicada en el sector abierto, en frente a los sanitarios. Esta, vigilaba todo el sector. La otra, ubicada en el sector climatizado, se encontraba por encima del sector caja y lo filmaba con exclusividad. Este sector, ubicado al fondo del restaurante, era el sector donde se pagaba con tarjeta y también donde guardaban el dinero dentro de una caja registradora. Esta se encontraba sin llave y sin una colocación fija, razón por la cual sería fácil hurtar.
Después, observó a los cuatro mozos. Dos anotaban pedidos, mientras Leo hablaba con Génesis y su ayudante en la cocina, y Selena llenaba un vaso con cerveza artesanal. Por último, se fijó en los comensales de las mesas vecinas y ninguno de ellos se encontraba mirándola ni mirando a su mesa. En ese instante supo que podía realizar la última fase; era opcional, ya que en total juntaban $864 y la cena les costó $822, pero habían acordado que si podían no pagar lo harían.
—Arranco con el aderezo —les dijo a sus amigos.
—Dale —le respondió El Lokito sonriendo.
Retiró de su cartera un pequeño envase de confites, en donde había guardado unas 7 hormigas rojas. Las había recolectado en la plaza ubicada cerca de la casa de sus padres, en el horario de la siesta. Lo abrió y volcó las hormigas en su helado, como si le estuviese agregando un “topping”. Guardó el envase y esperó unos cinco segundos. La espera fue para controlar la ansiedad e ingeniar la actuación. No estaba con ánimos para llorar, por lo que colocó su dedo índice derecho en la copa. Lo dejó menos de medio minuto, hasta que una de ellas le mordió. Su grito fue muy fuerte, de manera automática, captando la atención de los comensales de las mesas vecinas.
—¿Qué pasa? —le preguntó El Lokito con cara de preocupado.
—Hay hormigas en mi helado y una, me mordió —dijo mientras empezaba a lagrimear.
El Lokito se levantó de su silla y comenzó a gritar con furia.
—¡Mozo! ¡Mozo! –
Richard fue con prisa. En ese instante había captado la atención de todo el sector climatizado.
—¿Qué sucede? —le preguntó sorprendido.
—¡Qué va a suceder! ¡El helado de mi novia tiene hormigas!
Richard miró y vio las hormigas rondando en la copa del helado. También observó a La Rubiecita lagrimear.
—Mil disculpas. No sé cómo pasó —le dijo mirándola con gran sorpresa.
Agarró la copa de helado y se retiró. Cuando dio cuatro pasos, escuchó la voz de El Lokito.
—¿Adónde vas?
Dio media vuelta y se acercó.
—Por favor, no hagás un escándalo.
—¡Esto es increíble! —dijo La Dibujante.
—¡Vamos! —dijo La Baby con cara de decepción.
Los jóvenes se levantaron y comenzaron a irse.
—Disculpen. Nunca nos pasó algo así —les dijo Richard mientras se retiraban.
—¡Que suerte! ¡A mi sola me pasa! —dijo La Rubiecita cuando estaba dejando de lagrimear.
Esa noche El Lokito no pudo dormir. No podía creer que la primera parte de su plan había funcionado.
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